Necesitamos personas que crean y se comprometan con la humanidad Hora de optar: Las dos banderas
La inseguridad se va instalando en nuestras vidas, pero ¿esto fue siempre así? ¿Cómo gestionarla como individuos y como sociedad?
Ante esta inseguridad y vulnerabilidad que vivimos, tanto personal como comunitariamente, se nos plantean dos caminos, o “dos banderas”: El camino ascendente y el camino descendente.
La guerra no se acaba con más guerra. Necesitamos personas que crean y se comprometan con la humanidad, con una verdadera política que renueve nuestro mundo, que nos siente a todos y todas a la mesa.
Estamos aprendiendo mucho de este tiempo que vivimos o mejor dicho, tenemos la oportunidad de aprender mucho más, pero es hora de optar, de discernir nuestro presente, también nuestro futuro y tomar partido.
La guerra no se acaba con más guerra. Necesitamos personas que crean y se comprometan con la humanidad, con una verdadera política que renueve nuestro mundo, que nos siente a todos y todas a la mesa.
Estamos aprendiendo mucho de este tiempo que vivimos o mejor dicho, tenemos la oportunidad de aprender mucho más, pero es hora de optar, de discernir nuestro presente, también nuestro futuro y tomar partido.
| Alberto Ares director del Servicio Jesuita a Refugiados - JRS Europe
La inseguridad se va instalando en nuestras vidas, pero ¿esto fue siempre así? Sin remontarnos a los orígenes, la época anterior a la Primera Guerra Mundial se conocía como la edad de oro de la seguridad. El siglo pasado fue un tiempo duro en el que Europa y muchos rincones del mundo vieron violentados sus derechos, su libertad y su seguridad, incluso con brutales genocidios. El orden establecido después de la Segunda Guerra Mundial y los nuevos organismos internacionales nos acompañan hasta la actualidad. Pero el mundo de hoy, especialmente la Europa que se vislumbra tras la guerra en Ucrania, vuelve a tambalearse, y en el futuro aparecen nubarrones que parece no dejarnos ver un mañana esperanzador.
Llevamos décadas contemplando un cambio en la geopolítica mundial que cada día se hace más patente, con un debilitamiento del viejo continente en favor de otras potencias que no solo ponen en cuestión las organizaciones que se crearon en 1945, y en las cuales no creen, sino que plantean otra escala de valores y de relación con el poder. La guerra en Ucrania pone encima de la mesa un intento de “órdago a la grande” al orden global, que parece saltar por los aires.
Vivimos además un periodo de inestabilidad que es difícil de cuantificar. Una pandemia que ha golpeado a toda la humanidad, crisis en el abastecimiento de alimentos, problemas de suministro en la energía, subida de precios de las materias primas, el debilitamiento de la democracia y un auge de las autocracias, el afianzamiento de un mundo multipolar e interconectado, y ante muchas de estas calamidades, el continuo éxodo de los más vulnerables que llaman a la puerta de nuestras sociedades opulentas.
¿Cómo gestionar esta inseguridad como individuos y como sociedad? Ignacio de Loyola nos da algunas pistas en una meditación que el llama de “Las dos banderas”. Ante esta inseguridad que vivimos, tanto personal como comunitariamente, se nos plantean dos caminos, o “dos banderas”: El camino ascendente y el camino descendente.
El camino ascendente
Es el camino o la bandera del “sálvese quien pueda”. Ante la inseguridad o la fragilidad, una propuesta es la de sentirnos protegidos y más fuertes por mayores dosis de poder, acumular más cosas y aumentar nuestros niveles de reconocimiento. Es evidente que todos necesitamos un equilibrio en nuestra manera de relacionarnos, de sentirnos valorados y con las necesidades básicas cubiertas, pero ¿a qué precio?
Nuestro mundo occidental que había encontrado un equilibrio más o menos estable, donde el diálogo y los organismos internacionales ayudaban a tener un cierto orden global, parece resquebrajarse. De hecho, una de las medidas de este camino ascendente es la escalada en el gasto militar. Las grandes potencias aprueban el aumento en su presupuesto armamentístico y potencias como Alemania, que parecían reticentes en materia militar, ya han aprobado la renovación de sus fuerzas armadas y el envío de armamento pesado a Ucrania.
En este contexto, la guerra de Ucrania parece reforzar a la OTAN e instalar un nuevo “telón de acero”, generando una división más patente en esta nueva geopolítica mundial.
Ante la inseguridad que vivimos, otro de los elementos que parece darnos seguridad es acumular. Recordamos todos la falta de papel higiénico en los supermercados durante la pandemia o los estantes vacíos en la sección de aceite de girasol a los pocos días del estallido de la guerra de Ucrania. Países donde las vacunas del COVID eran abundantes y otros donde ni siquiera llegaban. Y que decir a otros niveles, de los microchips o el gas natural, por poner ejemplos de estos últimos meses.
No es extraño en este proceso ascendente de acumular, de poder y de prestigio, de vivir muchas veces de cara a la galería, que se nos cuele la máxima de que el que más prestigio tiene y es más valorado, es el que triunfa. De hecho, los titulares en los medios de comunicación o los tuits en las redes sociales nos pueden hacer seguir un camino ilusorio.
Seguir este camino, genera vencedores y vencidos, personas privilegiadas y marginadas, países de primera o de segunda, y así un largo etcétera. Para obtener todo esto necesitamos cerrar filas en muchas ocasiones y mantener las fronteras bien definidas, para saber quienes estamos dentro y quienes están fuera.
Parecen directrices claras y eficientes, con mensajes concretos y que ayudan a diferenciar, pero ¿nos ayudan a crecer como humanidad? ¿Permiten un desarrollo sostenible y que integre a la mayoría?
Esta dinámica se basa principalmente en el individualismo, más acentuado en nuestro sistema capitalista. Un camino ascendente que expulsa a mucha gente, donde unos pocos rigen los destinos del mundo en sus burbujas y torres de marfil, y otros muchos se alimentan de las migajas o mueren al otro lado del muro.
El camino descendente
Algunas personas han llamado a este camino, el camino de la solidaridad. Ante la inseguridad o la fragilidad, otra propuesta es la de sentirnos protegidos y más fuertes cuando vemos nuestra vulnerabilidad como una posibilidad para ser más empáticos, para compartir, colaborar y buscar el bien común.
La pandemia, las guerras, el cambio climático,… nos enfrentan a retos complejos que ningún país, persona o continente, puede resolver por sí solo. Muchos acuerdos internacionales que hemos firmado en la última década acentúan estos elementos de integralidad y cooperación, como el Pacto Mundial de las Migraciones, entre otros.
En este camino descendente miramos el mundo que sufre y nos vemos reflejados en el rostro de tantas personas y familias. La emergencia de Ucrania ha sido un claro ejemplo. Cuando una urgencia ha llamado a la puerta, hemos respondido desde la humanidad, la hospitalidad y la fraternidad. Como diría el Papa Francisco con “Fratelli Tutti” en la mano, la fraternidad es posible.
Lo que parece claro es que desde este camino la guerra no se acaba con más guerra, y los héroes no son los que más matan, sino los que buscan el bien de los más vulnerables y la paz en el diálogo. Porque todos sabemos que en las guerras los que siempre pierden son las personas más frágiles y tantas veces invisibles.
Europa es un ejemplo, con sus muchas deficiencias, de buscan un marco común donde caminar juntos, desde unos valores comunes y una solidaridad entre estados. Europa ha evidenciado que la diversidad tiene cabida en un proyecto común. La diversidad como un elemento constitutivo de nuestras sociedades que las enriquecen y dotan de color y sentido.
En este camino descendente, vemos cómo el colaborar significa muchas veces ponernos en la piel del otro, ceder en algunas cosas para sumar juntos. Empequeñecernos para ser mas grandes. La sinodalidad, que significa “hacer camino juntos”, apunta a este proceso dentro de la Iglesia.
Hora de optar
Ante esta realidad, es lícito tener miedo y sentir cierto vértigo. De hecho, muchas de estas tendencias escuchan este temor que busca simplificar nuestra vida, nuestra cultura, hacia un horizonte homogéneo donde la diversidad tiene poco que decir. El camino ascendente da respuestas a corto plazo y presenta una solución “fácil”.
Si el acumular, el poder, el prestigio, el construir muros, además de simplificar nuestra vida, nos ayudara a crecer como sociedad este camino sería la solución final. Pero seguir este camino nos está llevando a un callejón sin salida, con muchas víctimas abandonadas en la cuenta.
Es tiempo de dejar espacios al diálogo, a compartir, colaborar y buscar el bien común. Tiempo de acompañar nuestra vulnerabilidad, no para regodearnos en ella, sino para que sea espacio de encuentro, donde sumar juntos. El camino descendente nos da libertad, nos coloca en un plano de igualdad y nos ayuda a mirar el futuro con esperanza. No necesitamos correr una carrera de obstáculos, ni hacerlo los primeros, sino caminar desde nuestra humanidad y fraternidad.
La guerra no se acaba con más guerra. Necesitamos personas que crean y se comprometan con la humanidad, con una verdadera política que renueve nuestro mundo, que nos siente a todos y todas a la mesa y que nos mantenga en el camino descendente.
Estamos aprendiendo mucho de este tiempo que vivimos o mejor dicho, tenemos la oportunidad de aprender mucho más, pero es hora de optar, de discernir nuestro presente, también nuestro futuro y tomar partido.