Súmate al movimiento de 'Teología para una Iglesia en salida' Jesús Espeja: "Con Francisco hemos iniciado un tercer período postconciliar"
En la inspiración de esta Iglesia, rejuvenecida e impulsada por el Espíritu a salir de su auto-referencialidad para en el seguimiento de Jesucristo y ser signo creíble del Evangelio, nace esta Plataforma de “Teología en salida”
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Durante mucho tiempo la Iglesia se presentó como sociedad perfecta, junto a, o por encima de la sociedad civil y con poder para influir en ella desde unas verdades divinamente reveladas. Esa visión explica de algún modo la actitud defensiva de la Iglesia cuando los seres humanos en la época moderna quisieron pensar por su cuenta, tomar la palabra y actuar con libertad. Ya en su organización la Iglesia funcionaba y era percibida como sociedad de desiguales: unos pocos mandan, enseñan y celebran, mientras la mayoría obedecen, escuchan y asisten.
Finalmente, como la sociedad europea y concretamente la española, se confesaba oficialmente cristiana, la misión prácticamente se identificaba con el anuncio del Evangelio a gente y pueblos alejados “que vivían en tinieblas de muerte”.
Cuando ya en los pueblos europeos de tradición cristiana era manifiesta la apostasía de las masas y la emancipación del mundo respecto a la Iglesia, el Vaticano II (1962-1965) aportó luz nueva.
Sin negar el lado sombrío del mundo, el concilio lo mira positivamente: "la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado”. Se reconoce que en la evolución del mundo actúa ya el Espíritu.
Siguiendo la novedad de la encarnación, la Iglesia ratifica su alianza “con los gozos y las esperanzas tristezas y angustias de la humanidad”. No se presenta ya como sociedad perfecta paralela o por encima de la sociedad humana. Más que su dimensión institucional, la Iglesia es presenta como una comunidad de la vida donde nadie es más que nadie y todos somos hermanos con la misma dignidad. Esa fe experiencia se concreta en imágenes como “cuerpo de Cristo” y “pueblo de Dios”. El servicio de este pueblo tienen sentido los distintos ministerios como son el obispo y el presbítero. Un enfoque que implica la promoción de todos los bautizados y un correctivo de la patología “clericalista”: identificar la Iglesia con el clero.
Finamente la Iglesia se constituye en la misión: ofrecer el Evangelio de modo creíble. No con la lógica del poder, sino como pobre y servidora del mundo, siguiendo la conducta de Jesucristo “luz para todos”. Como no hay misión fuera del mundo, éste pertenece a la Iglesia que debe discernir los signos del Espíritu en los gozos y sufrimientos de la humanidad, “especialmente de los pobres”.
Resumiendo, el Vaticano II diseñó una Iglesia en salida de su cerrazón al diálogo con el mundo; de la prioridad que tenía la organización visible; de la obsesión por dominar al mundo, a la mística de servir como testigo del Evangelio; de la obsesión por dominar al mundo a la mística de a ser testigo creíble del Evangelio al servicio del mundo. Brevemente, una salida de la instalación estructural y una conversión a Jesucristo que pasó por el mundo derribando los muros de separación, se puso al lado de las víctimas y entregó la vida como servidor de todos.
Después de tantos años en una sociedad oficialmente católica como era el caso de España, este cambio era tan evangélico y novedoso como difícilmente digerible sin caer en extremismos. Ello explica de algún modo el golpe de timón hacia la seguridad dado por la oficialidad de la Iglesia en el segundo periodo postconciliar. Aunque seamos indulgentes con ese golpe de timón, los miedos al mundo y la obsesión por las certezas no favorecieron sino más bien impidieron el crecimiento de la Iglesia como comunión de vida en Jesucristo, la relevancia del pueblo cristiano sin la patología del clericalismo, y el diálogo sincero con el mundo que también tiene sus verdades y valores.
Cuando el papa Francisco habla y sobre todo actúa como “Iglesia en salida” no es aventurado concluir que ya hemos iniciado un tercer periodo postconciliar. Lo podemos ver ya en su primera Exhortación.La Iglesia tiene que salir de su “autoreferencialidad” institucional: “más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención”. Para ello la Iglesia tiene que prioridad a la fe o encuentro con Jesucristo: “sin Jesús n puede existir la Iglesia; ella debe examinarse “frente al espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí”.
El seguimiento de Jesús implica la salida y el diálogo: “La Iglesia acompaña a la humanidad en todos sus procesos por más largos y prolongados que sean”. Y ese acompañamiento no es desde el poder sino desde el amor que sirve: “la Iglesia vive un dese inagotable de brincar misericordia fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva”. Esa misericordia suscita compasión eficaz ante las víctimas: “hoy y siempre los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio: hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra y los pobres; nunca los dejemos solos”.
En la inspiración de esta Iglesia, rejuvenecida e impulsada por el Espíritu a salir de su auto-referencialidad para en el seguimiento de Jesucristo y ser signo creíble del Evangelio, nace esta Plataforma de “Teología en salida”. No pretende ser un conjunto de teorías abstractas sino una reflexión en el interior de la fe o experiencia cristiana en solidaridad y empeños con todos lo que con limpio corazón buscan más humanidad.