'Querida Amazonía': "Mejor es esperar. Aunque eso pueda parecer cobardía" Castillo: "El Papa ha tomado la decisión que ha podido tomar, la que menos daño podía hacer a la Iglesia"
Esa decisión, ahora mismo, es mantener a la Iglesia unida, evitando el posible (y quizá probable) cisma amenazante. Una Iglesia dividida es una amenaza más peligrosa que una Iglesia en la que sigue teniendo demasiada fuerza el clericalismo integrista
Mi propuesta es que, en vez de dedicarnos a criticar al Papa, nos unamos todos a él. Sólo así y entonces, daremos los pasos adelante que hay que dar
El papa Francisco ha tomado la decisión que ha podido tomar. La decisión que menos daño le puede causar a la Iglesia en este momento y tal como están las cosas. Y esa decisión, ahora mismo, es mantener a la Iglesia unida, evitando el posible (y quizá probable) cisma amenazante. Una Iglesia dividida es una amenaza más peligrosa que una Iglesia en la que sigue teniendo demasiada fuerza el clericalismo integrista.
Mejor es esperar. Aunque eso pueda parecer cobardía. A mí me parece que, en este momento, es el mal menor. Seguramente todos necesitamos ver la realidad de la transformación, que estamos viviendo en la sociedad y en la Iglesia, que es – sin duda alguna – un cambio más profundo y más imparable de lo que imaginamos.
En cualquier caso, a todos nos vendría bien tener muy presente, en esta situación, la definición dogmática, que hizo el concilio Vaticano I, en 1870, en la Constitución dogmática “Dei Filius”: los cristianos “deben creer con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ya sea por solemne juicio, o por su magisterio ordinario y universal” (Denzinger – Hünermann, n. 3011). Todo lo que no se contenga en esta definición dogmática, con absoluta seguridad, puede ser modificado por la autoridad eclesiástica competente. Como sabemos, tal autoridad reside en el Papa.
Ahora bien, los problemas eclesiásticos más serios y apremiantes, que se han planteado en el Sínodo de la Amazonía, son cuestiones que ninguna de ellas reúne las condiciones que exige la definición dogmática que acabo de indicar.
Ni la ley del celibato, ni la desigualdad de derechos de mujeres y hombres en la Iglesia, son problemas de fe y, por tanto, inamovibles, en la Iglesia. El Papa puede decidir, en esos asuntos, lo que vea más conveniente y cuando lo vea posible para el bien de la sociedad y de la Iglesia.
Una semana antes de la renuncia de Joseph Ratzinger al pontificado, un altísimo cargo en el gobierno de la Iglesia, en una conversación privada de casi dos horas, me dijo: “La Iglesia no puede caer más bajo de lo que ya ha caído”. Una institución tan enorme y tan hundida no se levanta en pocos años. Sobre todo, cuando tal institución arrastra problemas muy graves, que no se pueden resolver mediante un decreto. Si no se renueva la teología, la liturgia, el sistema de nombramiento de obispos, el Derecho Canónico y los inconfesables vínculos del clero con el capitalismo, los demás problemas – de los que con razón nos quejamos – la puesta al día de esta vetusta institución no se consigue con una decisión o un documento del Papa.
Así las cosas, mi propuesta es que, en vez de dedicarnos a criticar al Papa, nos unamos todos a él. Sólo así y entonces, daremos los pasos adelante que hay que dar.
La renovación de la Iglesia no es cuestión de un decreto. Es cuestión de una forma de vivir. Sí, de vivir como nos enseñó Jesús en el Evangelio.