"Consolad a mi pueblo" Comentario al evangelio de este domingo segundo de Adviento
Alfredo Quintero Campoy y Alejandro Fdez. Barrajón
El corazón sincero como camino para acercarse al encuentro del salvador
La austeridad de la que nos da ejemplo Juan el Bautista , nos invita a despojarnos de la vanidad de los lujos que obstaculizan que pueda correr en nosotros, como bautizados, la gracia de Dios. Nuestra vida, muchas veces, está cómo las tuberías que con el paso del tiempo, al no limpiar y purificar, se van llenando de sarro y, aunque ahí está el agua que quiere correr, si nosotros no limpiamos lo que hay que limpiar esa agua simplemente no corre
De ahí la importancia de nuestra conversión, porque la conversión trae la posibilidad de corregir, sanar y cambiar lo que nos permita una salud más plena en el orden espiritual y humano. ¿Cuántas situaciones van oscureciendo nuestras vidas ?¿Cuántas situaciones van llenando de cargas sin sentido e insoportable nuestro caminar? Un caminar que se hace fatigoso, simplemente, porque no liberamos nuestras vidas de cargas innecesarias; por eso, aunque queramos correr no podremos !porque no hemos quitado las cargas de tantas oscuridades y pecados de nuestras vidas. Queremos ser libres y correr pero no hacemos que el camino esté libre de piedras, hoyos y espinas que nosotros mismos hemos colocado ahí por donde conducimos nuestra vida.
Se requiere en la conversión un verdadero compromiso. Lo hermoso de un proceso de conversión es que implica la voluntad de comprometerse, renovar y construir para tener una vida más plena. Esto implica atravesar el camino de nuestra mentalidad y conciencia. Si no tomamos conciencia va ser difícil saber y entender que es lo que debemos hacer y cambiar. El compromiso genera confianza y en la confianza se vuelve a prender el brillo esplendoroso de los dones que Dios ha puesto en nosotros para poder florecer y ser fecundos. A veces, queremos tener éxito, que nos vaya muy bien pero no se florece ni se es fecundo si no empezamos por comprometernos y cambiar en lo que nos exige la misma gracia de Dios. En ocasiones, estamos tentados de creernos engañosamente que somos más listos que Dios, máxime en nuestros tiempos donde experimentamos tanto desarrollo y mucho bienestar que nos hace recorrer el engañoso camino del placer
El evangelio de este domingo segundo del tiempo de Adviento nos dice que el Señor viene y no tardará y trae lo mejor: La vida en el espíritu santo, lo trae todo pero si no estamos preparados pasará de largo y sentiremos la experiencia vacía de una Navidad más, aunque estén las esferas y las luces como signo de esperanza falaz, interiormente estaremos oscuros para que el que es la Luz no pueda encender esa luz en nuestros corazones simplemente porque no nos preparamos.
Discernamos en el mundo qué nos mueve cada Navidad y volvamos la mirada al rostro humano del prójimo, ahí hay luz en el Amor. De muchas formas se manifiesta la sed de amor de nuestro prójimo y ahí hay agua de beber cuando se abre a ese amor. Ese es el milagro!!La sed y el vacío entre nosotros desaparece cuando hay amor!! Donde hay amor ahí está el espíritu de Dios, que no tiene fronteras ni está atrapado por las religiones. Dios es nuestro Padre y todos somos sus hijos, el amor es su revelación más plena, así lo enseña quien es nuestro camino, verdad y vida: Jesucristo: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. Permaneced en mi amor ; todo desaparecerá pero el Amor permanecerá !
En estos días se habla mucho de crisis en todos los ámbitos familiares, eclesiales y sociales. Y no es para menos. La Pandemia nos ha situado en un contexto difícil para muchas familias se queden sin recursos suficientes para llegar a final de mes porque falta el trabajo y se acumulan las deudas. Un panorama sobrecogedor.
La crisis, a modo de grandes nubarrones, se extiende sobre nuestras cabezas y genera en nosotros sentimientos de pesimismo y desconfianza. Pues en este contexto resuena con fuerza la Palabra del profeta: “Consolad a mi pueblo”
La vida humana está cargada de precariedad, de soledades estériles, de crisis amorosas, de sufrimientos inexplicables, de problemas económicos, de tensiones constantes en la convivencia. Vivir es ciertamente muy hermoso, pero nadie ha dicho que sea fácil. Con frecuencia nos encontramos con personas que vagan entre nosotros buscando algo, un pequeño sentido a su vida, un poco de cariño, ser escuchados, ser tenidos en cuenta y, sobre todo, ser amados. Ésta es la gran crisis que atraviesa nuestra sociedad como un taladro: una crisis de valores y de falta de sentido que nos ha hecho perder de vista el horizonte hacia el que camina nuestra sociedad y nuestra historia.
Pues aquí y ahora, os dice el profeta que tenemos que consolar a nuestro pueblo. Que Dios desea el consuelo y la alegría de sus hijos y que cuenta con nosotros para que sea posible. Pero esto nos exige estar atentos a la Palabra y seguir el consejo que nos da el profeta: “Habladle al corazón”. Las palabras nos agobian porque hay exceso de ellas, palabras engañosas y huecas, manipuladoras e interesadas. Fijaos en las ofertas de Navidad. ¡Qué bien saben vender! Pero sólo las palabras que brotan del corazón, que son auténticas, que se dicen en primera persona pueden llegar a ser creíbles y a consolar. Estamos invitados en este adviento a ser testigos, como los profetas, de todo eso en lo que creemos firmemente. Testigos de la bondad de Dios que quiere abrirse paso en nuestras vidas.
Estamos convencidos de que “la gloria de Dios se manifestará”. Ya se ha manifestado en su Hijo muy amado –Eso celebramos en Navidad y siempre- y esta seguridad de que Dios acompaña y sostiene nuestras vidas nos alienta en nuestras dificultades y son un motivo suficiente para seguir esperando, para apostar por el bien y para no dejarnos engañar de profetas agoreros de la desesperanza, que en tiempos de crisis se multiplican como setas.
Los creyentes vamos a confiar en nuestro Dios; vamos a convertir este camino de Adviento en una oportunidad para crecer, para purificar nuestra fe y acrecentar nuestra caridad. Sólo así tendrá sentido nuestro Adviento y una estrella, la de Dios, se abrirá paso en medio de estos nubarrones de crisis económica y, sobre todo, espiritual.
La crisis económica nos afecta y nos hace daño, pero la crisis espiritual es demoledora, nos destroza, nos hunde, nos doblega. A esta crisis hemos de prestar especial atención. Si es verdad que estamos en una recensión no es menos cierto que hace tiempo que hemos entrado en una recensión espiritual que ya empieza a dar agrazones.
El Señor viene a nosotros, en la voz de los profetas, en la fidelidad de la Iglesia y de cada uno de nosotros. Como dice la Palabra: “como un pastor lleva en los brazos los corderos” así nos lleva a nosotros y nos alimenta sin medida.
La Iglesia quiere ser en este tiempo de Pandemia signo de esperanza para la humanidad y apostar sin condiciones por el Niño hecho carne que viene en Navidad. Él es la esperanza más firme de esta vieja humanidad, si no la única. Él es el Redentor, el Liberador, el Pastor que cuida con amor desmedido a su pueblo y ovejas de su rebaño. Por eso la Iglesia grita con Juan Bautista: Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos, rebajad sus colinas…”
Existe una posibilidad en nosotros y en el regazo de nuestro mundo para la serenidad y la felicidad del corazón –y todos lo sabemos- ¿Por qué renunciar a ella con nuestras apuestas mediocres y ramplonas? ¿Por qué no subirnos a la esperanza? Éste es el reto que nos trae el Adviento. Éste es el reto de la Iglesia y de cada uno de los cristianos: aportar un poco de luz, de esperanza y de alegría en este valle de lágrimas que la crisis nos quiere vender.
¿Y por qué esta esperanza? “Porque viene el Señor con su fuerza, le acompaña su salario y su recompensa lo precede”
Podemos unirnos hoy a la voz poética de Juan Antonio Labordeta:
CANTO A LA LIBERTAD ----------------------------- Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga Libertad. Hermano aquí mi mano será tuya mi frente y tu gesto de siempre caerá sin levantar huracanes de miedo ante la libertad. Haremos el camino en un mismo trazado uniendo nuestros hombros para así levantar a aquellos que cayeron gritando Libertad. Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga Libertad. Sonarán las campanas desde los campanarios y los campos desiertos volverán a granar unas espigas altas dispuestas para el pan. Para un pan que en los siglos nunca fue repartido entre todos aquellos que hicieron lo posible para empujar la historia hacia la libertad. Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga Libertad. También será posible que esa hermosa mañana ni tú, ni yo, ni el otro la lleguemos a ver pero habrá que forzarla para que pueda ser. Que sea como un viento que arranque los matojos surgiendo la verdad y limpie los caminos de siglos de destrozos contra la libertad. Habrá un día en que todos al levantar la vista veremos una tierra que ponga Libertad.