Decálogo del inmigrante

Todo ser humano es un inmigrante. Tú y yo lo somos. Inmigrantes en un país o en otro, aquel en el que hemos tenido la suerte o la desgracia de nacer. Inmigrantes por los caminos de esta vida de la que somos sólo huéspedes, y en la que todos buscamos acogida y afecto para ser felices. Bienvenido, inmigrante, en tu patera blanca, negra o amarilla a las costas de la vida.

1.- Todo inmigrante, tú y yo, tiene derecho a subsistir. ¡Estaría bueno! Nada es más valioso que un ser humano, con sus latidos y sus ilusiones. Subsistir no es sólo un derecho, es la razón de ser de la humanidad. O subsistimos todos o todos morimos un poco cada día, prematuramente.

2.- Todo inmigrante, tú y yo, tiene derecho a la protección. Mucho más que el dinero y las propiedades privadas. Mucho más que las leyes y los documentos oficiales. Proteger la vida y la dignidad de los hombres y mujeres es el abecedario de toda sociedad civilizada.

3.- Todo inmigrante, tú y yo, tiene derecho al afecto. Porque somos capaces de enriquecer a muchos con nuestras posibilidades, nuestra cultura y nuestro trabajo, nuestra sabiduría y nuestra sensibilidad. Todos nos necesitamos para ser felices. Nadie puede construirse en soledad. El afecto es el oxígeno de la sociedad que camina y el agradecimiento es la señal de que estamos caminando juntos.

4.- Todo inmigrante, tú y yo, tiene derecho al entendimiento. Entenderse y vivir en armonía no puede ser un lujo al alcance de unos pocos. Todos los seres humanos tienen que buscar espacios para el encuentro, para el diálogo, para el entendimiento. Cuando los seres humanos se encuentran brotan caminos nuevos y esperanzas fundadas.


5.-Todo inmigrante, tú y yo, tiene derecho a la participación. Porque todo es tarea de todos en esta patera de la vida. Nacemos iguales y morimos iguales. Construir la vida, la felicidad, el futuro, es una tarea que necesita las manos de todos, de todos los colores, de todos los tamaños, de todas las sensibilidades. Manos abiertas para construir y puños cerrados contra la marginación.

6.- Todo inmigrante, tú y yo, tiene derecho al ocio. Somos seres humanos para vivir antes que para trabajar. Vivir quiere decir crear espacios para la vida, y la vida no se cultiva sólo trabajando. La vida es arte, aire libre, naturaleza regalada, tiempo de amar, descanso revitalizador. Tenemos derecho al ocio porque el ocio es parte esencial de la vida.

7.- Todo inmigrante, tú y yo, tiene derecho a la creatividad. Poner murallas a las posibilidades creadoras del hombre es mancharnos de alquitrán las alas. La creatividad ensancha horizontes, recrea lo creado, abre puertas a la novedad del espíritu. Potenciar la creatividad es romper grilletes, vencer prejuicios, abrir celdas de intolerancia, echar a volar la imaginación de los pueblos. ¡Viva la creatividad de los pueblos!

8.- Todo inmigrante, tú y yo, tiene derecho a la identidad. Porque somos todos distintos y tan iguales. La identidad es la huella dactilar del corazón. Somos irrepetibles, originales, únicos. Tenemos derecho a ser como somos, con nuestro nombre y nuestras ilusiones. Cada latido de vida es un canto de amor al Creador que no puede ser acallado.

9.- Todo inmigrante, tú y yo, tiene derecho a la libertad. ¿Quién ha sido nombrado carcelero de lo humano con derecho a cortar las alas? Somos libres por naturaleza y queremos sentirnos libres en ella. La libertad no es una conquista es una propiedad personal de todos lo seres humanos, como su rostro y sus latidos, como el color de sus ojos y la sensibilidad de sus manos. Somos libres porque sí y no tenemos que dar ninguna razón a ningún ser humano de nuestra libertad. ¡Que se enteren los carceleros de la humanidad!

10.- Todo inmigrante, tú y yo, tiene derecho a abrirse a la transcendencia. Porque lo esencial de la vida está más allá del horizonte de los ojos y las realidades más profundas no pueden ser atrapadas, como el agua, en el puño de nuestra pequeña reflexión. La vida es un misterio cuajado de amor que nos remite a un Dios lleno de bondad que ha convertido en un regalo para nosotros todo cuanto nos rodea. Abrirse a este misterio divino, cargado de amor, es un derecho que nadie puede, ni podrá nunca, arrebatarnos.
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