Día Pro Orantibus. Una agraciada realidad.

La vida contemplativa es una gracia; un don de Dios a su iglesia que no todos comprenden suficientemente; sobre todo, si viven al margen de lo que significa la consagración.
El domingo, 26 de mayo, solemnidad de la santísima Trinidad, celebraremos que aún existen hombres y mujeres, más de los que pudiéramos creer, que son capaces, en los tiempos actuales, de despojarse de sí mismos para entregarse por completo a Dios en una vida silenciosa y escondida, lejos de los focos y los protagonismos, con algunas excepciones lamentables que todos conocemos. Lejos del mundo pero inmersos en la realidad dolorosa del mundo, donde quieren ser útiles.
Yo he admirado siempre la vida consagrada porque la contemplación ha acompañado mis pasos desde niño en las cumbres de los montes de mi pueblo, acompañando a mis cabras en cada amanecer. No entiendo mi vida sin esa dimensión contemplativa que siempre me ha acompañado. España sigue siendo en la actualidad, el país con más presencia de vida contemplativa. Lejos de aquellos mil monasterios que había en el pasado inmediato, pero todavía con cerca de 800 monasterios, la mayoría femeninos, aunque sus habitantes sean cada día más mayores y la entrada de nuevas vocaciones sea muy escasa, con algunas excepciones. Se dice que se cierran dos conventos cada mes por falta de relevo vocacional.
La iglesia ha valorado siempre mucho la vida consagrada contemplativa y sigue muy de cerca sus pasos y sus problemas actuales. Recientemente el papa Francisco, preocupado con el cierre de tantos conventos y por la escasez vocacional, acaba de sacar la instrucción “Cor Orans” que regula la situación de las comunidades con serios problemas de subsistencia por la escasez vocacional y el destino de los monasterios que se cierran. Ya antes el papa había publicado la constitución apostólica “Vultum Dei Quarere” para invitar a una constante revisión y actualización a la vida consagrada contemplativa.
La vida consagrada, activa y contemplativa atraviesa un desierto preocupante. No comparto, en absoluto la expresión del nuevo cardenal español, Aquilino Bocos, en Alfa y Omefa, recientemente que afirma que “nunca la vida consagrada ha estado mejor”. Le agradecemos su deseo de animarnos y apoyarnos en este presente que estamos recorriendo pero éste no es el mejor momento de la vida consagrada, aunque no sea un momento para el desánimo sino para una necesaria y urgente evaluación que nos lleve a discernir con claridad dónde estamos y hacia dónde queremos ir. Esto es algo que apenas nos cuestionamos hoy los consagrados y a mí me parece esencial para entrar en el camino de la necesaria renovación que nos piden los tiempos. He abordado este tema en uno de mis libros más recientes: “La Cigarra y la vida consagrada” (Paulinas 2016) y que ha tenido una excelente acogida. Pienso que si seguimos así iremos cada día a peor; lo mismo que sucede en el ámbito de toda la iglesia. O reaccionamos con fuertes iniciativas renovadoras o acabaremos cerrando monasterios con gran celeridad.
Es verdad que hay algunos institutos modernos que nos han sorprendido por el aumento repentino de vocaciones, pero son excepción y aún tienen que superar la prueba del tiempo, que es la más implacable. Yo tengo mis dudas, por lo que ya voy percibiendo y los apoyos que reciben, de que las nuevas formas de vida consagrada puedan llenar el campo vacío que va dejando la vida consagrada clásica, azotada por la falta de vocaciones. El tiempo lo dirá. Percibo en ellas una mirada nostálgica y excesivamente fijada en las formas y en el marquetin. Que yo me equivoque.
Que este día, y no será poco, podamos reflexionar y, sobre todo, valorar y agradecer lo que significa la entrega de estos hombres y mujeres contemplativos en la iglesia. Y si, además, los apoyamos con nuestra oración y nuestra ayuda material habremos conseguido un objetivo loable. El papa Francisco ha hecho llamadas muy significativas a los obispos a cuidar como un tesoro que es, en sus diócesis, la vida consagrada. No todos están dispuestos a hacerlo por lo que ya vamos viendo. Los intereses económicos y patrimoniales se entremezclan con los espirituales y siempre aquellos acaban ahogando a éstos. Un convento cerrado es un valioso patrimonio para especular. Son tantos ya los casos conocidos que ya no nos sorprenden. Siempre, eso sí, es posible la conversión.
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