Jesús de Nazaret, piedra angular de la historia. Una Navidad cercana
Este niño parece más que un niño
El acontecimiento de Belén, hace ahora más de 2022 años, aproximadamente, ha venido a ser una de esas columnas maestras que nuestro mundo necesita para no desplomarse amenazado por la carcoma del tiempo y el desgaste de la vulgaridad.
¿Quién podría imaginar en aquel instante, hace ya más de 2022 años, que un niño recién nacido, en los brazos de una muchacha y bajo la mirada atenta de un carpintero, sería la esperanza más auténtica que ha cuajado en la mirada de la humanidad para siempre?
Pero no hay duda. Nadie, absolutamente nadie, en medio de esta inmensa aureola de sabiduría y santidad que han proyectado tantos hombres y mujeres a lo largo de los siglos -nadie, digo- ha suscitado adhesiones tan incondicionales de amor y de entrega hasta de la propia vida como Jesús de Nazaret.
Reconocer esto no es sólo un ejercicio propio de los creyentes. Desde la simple razón, incluso desde el mundo de la increencia, no resulta difícil señalar a este hombre como el personaje del siglo, del milenio y de toda la historia de la humanidad, que ya no sabe contar sus días si no desde el año del nacimiento de Jesús de Nazaret.
Podemos, pues, afirmar, sin temor a equivocarnos, que Jesús de Nazaret es la piedra angular de la historia, el punto de referencia de lo humano, el acontecimiento histórico que ha conseguido conmocionar los cimientos más sólidos, si algún día los hubo, de esta vieja humanidad.
Pero esto resulta demasiado simple. Llegar hasta aquí puede llegar hasta un niño.
Yo hoy, quisiera llegar con vosotros un poco más lejos. Quisiera invitaros a acompañarme por estas veredas oscuras de la vida para descubrir a Jesús como una luciérnaga capaz de iluminar nuestros pasos vacilantes hacia la búsqueda del sentido último de lo que es ser hombre o mujer.
Nuestra humanidad está en deuda permanente con Jesús de Nazaret. Gracias a Él se rompieron las castas eternamente opresoras de unos sobre otros: Nos ha declarado a todos hermanos. Gracias a Él la ley de la fuerza que imponía a unos sobre otros, a fuerza de ejércitos y tácticas destructivas, se ha resquebrajado, aunque todavía hay intentos de volver a ello y la guerra contra Ucrania es un ejemplo. Jesús nos enseñó que puede más, mucho más, la fuerza del amor que la debilidad de la guerra. Nunca una guerra ha arreglado nada. El que quiera ser el primero que sea vuestro servidor.
Gracias a Él, cuando no existían los derechos sino sólo las obligaciones, los hombres empezamos a oír que ya no hay diferencia entre hombre o mujer, esclavo o libre, porque todos somos, en la sintaxis de la vida, el complemento directo del amor de Dios sin distinciones; y si hay que hacerlas, Dios se queda con los más pobres.
¿De dónde, si no del Evangelio, arrancan los derechos humanos que hoy todos proclamamos con la boca grande?
Este niño de Belén, ese hombre de Nazaret, este Hijo de Dios encarnado, no ha sido un personaje célebre solamente por una batalla, por una conquista, por una obra de arte. Este hombre, con su palabra y su coherencia, con su vida, con su muerte y resurrección, sigue vivo hoy, actuando misteriosamente en la vida de la sociedad del tercer milenio que comienza, en la entraña de la historia y en el latir de miles y miles, millones de corazones que lo confiesan como portador de vida y de esperanza.
¿Cuántos estarían dispuestos, hoy, a dar la vida por Napoleón, Sócrates o Alejandro Magno, por poner algún ejemplo. Pues bien, hay muchas personas, dispuestas hoy a dar la vida, en una entrega callada, generosa y sin tregua, por fidelidad a Jesús de Nazaret.
Este hombre parece más que un hombre. Está rodeado de un misterio sobrecogedor que envuelve de luz incluso los corazones más obstinados en abrazar la oscuridad y el sinsentido.
Desde aquí arranca la confesión de fe de la Iglesia del siglo XXI, que proclama sin ambigüedades que Jesús es el Señor, el Salvador, el único Salvador de nuestras vidas. Jesús es el Dios de los hombres, el Verbo encarnado, el horizonte más claro de los pasos de la historia.
Por eso hoy, contemplando la pequeñez de este niño de Belén, recién nacido, sería imperdonable que nos quedáramos atrapados en la telaraña de la superficialidad.
-Navidad no es una melodía adormecedora de villancicos.
-Navidad no es un tiempo del jolgorio para olvidarnos de la profundidad que implica ser hombre.
-Navidad no es un festín de ricos manjares para calmar nuestros estómagos y olvidarnos de los que, en pleno siglo XXI, no tienen para comer.
-Navidad no es un descanso a nuestras especulaciones económicas, ni una oportunidad para saborear todos los placeres, ni el comienzo de un nuevo año para seguir viviendo en la superficialidad y vulgaridad de siempre.
El niño nacido no quiere seguir siendo una imagen de escayola en el portal de un Belén de nuestras casas que envolvemos en papel de periódico y lo escondemos en un cajón del desván hasta el próximo año.
Jesucristo viene a prender el fuego de la justicia en el siglo XXI.
Quien pretenda guardar a Jesús en el ámbito de lo privado no tiene derecho a llamarse cristiano. Es más bien un folklórico que ha corrompido lo más genuino de la Navidad.
Comenzar el año 2023 en cristiano, de la mano del Salvador, es algo más que un anuncio de turrón y una copa de cava.
El nuevo año nos convoca a todos los cristianos a serlo de nuevo.
A renovar el bautismo como una señal de identidad.
A encontrarnos con Cristo en Belén, en el cenáculo, en el calvario y en la tumba vacía.
A conocerlo; a conocerlo de verdad. Hay muchos cristianos que sólo conocen de Jesús el nombre; y así no pueden seguir llamándose cristianos.
A enseñar a nuestros hijos que el Mesías que ha nacido, que el Señor que llena de sentido nuestras vidas, no se llama euro, coche, chalet, bienestar, prestigio o placer.
El señor de nuestras vidas se llama Jesucristo y su propuesta en el Evangelio de la justicia, del perdón y del futuro para todos.
Estábamos perdidos, en medio de la crisis, de la subida de la inflación galopante, de la pandemia, de la guerra de Ucrania, preocupados con nuestro dinero, y en este niño hemos visto una luz nueva que nos ha conducido al gusto de ser hombres y mujeres.
La palabra se hace carne para que nosotros nos encarnemos en el mundo que nos rodea más allá de palabras bonitas y gestos simbólicos.
¿Podrá ser posible un nuevo año 2023 de esperanza para nosotros y para todos los hombres? El niño recién nacido nos dice que sí. Es posible. Su Reino es promesa de felicidad para todos. Cuenta con nosotros para ello. Esto es Navidad: ilusionarnos, desde el reto de nuestra fe, en la construcción de un mundo más humano y fraterno.
Sobre el bálago frío del pecado
llora el Hijo de Dios recién nacido
en un frío pesebre, recostado,
de un mundo desterrado y corrompido.
Mis ojos se detienen asombrados
en su cuerpo desnudo y aterido.
Que nunca Dios se vio tan despojado
ni el viejo Adán en tanto enriquecido.
Y me pregunto qué es lo que ha pasado;
no acabo de entender lo sucedido:
yo de su amor tan desenamorado,
Él, por mi bien, de tanto amor herido.
El corazón me late emocionado,
en medio de un dolor enardecido.
Era un esclavo y estoy liberado;
he sido hallado y estaba perdido.
Ya sé lo que es sentirme enamorado,
desbordado de amor y seducido
por el Dios que nos ama sin cuidado
y se entrega como pan bendecido.
Es tan grande su amor que se ha entregado
y por amor a un árbol se ha subido
hasta ser por amor crucificado,
clavado por amor y malherido.
Desde entones ya no guardo ganado
ni sé lo que es vivir entristecido:
que yo soy su amor y Él es mi amado
y mi huerto, regado y florecido.
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