En mi cumpleaños, la edad sí importa
Cuando uno tiene diez y ocho años la edad no importa. Las fuerzas y las ilusiones son tantas que es igual cumplir o no años. Pero cuando uno ya se acerca los sesenta a toda velocidad, cumplir años sí importa. Es una bendición, y no una desgracia, porque supone que hemos llegado hasta ahí cuando ha habido muchas posibilidades para no llegar. ¡Cuántas veces he paseado por el filo de la navaja y he salido ileso! ¡Doy gracias a Dios por cumplir 58 años!
Miro atrás y veo que ha sido bendecido hasta en los detalles más pequeños. Nunca me ha faltado nada para ser feliz y si no lo he sido del todo ha sido porque he dado excesiva importancia a lo circunstancial, que es también parte del yo como decía Ortega y Gasset.
Dios ha permitido que haya pasado por duros atolladeros, que no entiendo demasiado, pero tampoco quiero entender. Siempre me ha apasionado el misterio. Él así lo ha dispuesto y estoy seguro de que será para bien.
No quiero dejar de ser realista y sé que ya me queda mucho menos tiempo para vivir que lo que ya he vivido. Diríamos que ya he comenzado la cuenta atrás. Y eso me exige tomarme en serio la vida. Vivir cada momento como si fuera el último. Aprender a valorar las cosas y, sobre todo, a las personas que caminan conmigo y van haciendo posible mi felicidad. Decirles sin vergüenzas absurdas que las quiero y las necesito. Y ahora, más que nunca, no puedo permitirme la flaqueza de no sentirme libre para expresar y hacer aquello que me dicta mi conciencia y mis valores sin miedo al qué dirán o a molestar a los fuertes. O soy libre ahora o ya no lo seré nunca. Tengo la serena sensación de que sólo temo a Dios y a mi incoherencia y a nadie más. Por suerte no aspiro a nada más de lo que soy y me sobra lo que tengo y eso me da una libertad tan grande que puedo pasear tranquilo entre las más atractivas ofertas y posibilidades humanas sabiendo que no son para mí. Cuando he estado a punto de perder la vida por una enfermedad, todas esas ofertas humanas no han podido hacer nada para salvarme. Sólo deseo conservar y cuidar mi fe y ayudar, en los que esté en mi mano, a quien me pueda necesitar, porque eso sí que es una fuente segura de felicidad que ya he experimentado.
Ante Dios ya no pido nada; me arrodillo, agradezco y alabo su misericordia para conmigo. Tengo la inmensa suerte de contar con tantos amigos como tiene el ciempiés. Dicen que los buenos amigos se cuentan con los dedos de la mano. ¡Mentira! A mí me faltan muchas manos para contar todos los amigos buenos que tengo por el mundo entero.
He vivido una vida muy intensa en poco tiempo. ¡Muy intensa! Dios lo ha querido, y eso me ha hecho atravesar valles muy hermosos y cañadas muy oscuras. Es el reto de la vida. Agradezco a Dios esa maravillosa oportunidad que me ha hecho ser más humano en todos los sentidos y me ha enriquecido humanamente más de lo que pude imaginar.
Necesito todavía aprender a curarme. No lo he conseguido del todo. Hay heridas rebeldes y mi piel es muy sensible para cicatrizar pronto. Estoy en ello y espero conseguirlo, pero es uno de los retos que tengo pendientes todavía. Lo conseguiré si Dios quiere y me ayuda. Lo que tengo claro es que no quiero volver a pasar por terrenos pantanosos que me dejan hundido en el fango. Cumplir 58 años te enseña eso y algunas cosas más. Por ejemplo que Dios es el único que no falla, el único en quien puedes abandonarte de verdad y que no estaba equivocado cuando hace más de cuarenta años me consagré a Él, aunque me haya probado como a Jacob.
Gracias por esta nueva oportunidad que se me concede. Es una prórroga que quiero aprovechar bien para hacer lo que me hace feliz, que eso es lo que Dios quiere para mí. Voy a jugar el partido sin trampas ni ambiciones desmedidas. Voy a mirar adelante sin perder de vista lo que me hizo crecer y amar.
Si tú, que me lees, te alegras de que esté todavía jugando en el campo, gracias¡ Si lo sientes, gracias, también. Me he propuesto no tener más enemigo que mi mediocridad y no quiero que ahí esté nadie.
Mañana cuando comience a saborear un nuevo año quiero hacerlo con la serenidad con que las mariposas sobrevuelan las flores y la luz llena el horizonte cada amanecer. De Dios y para Dios y todo lo demás o es suyo no será.
Miro atrás y veo que ha sido bendecido hasta en los detalles más pequeños. Nunca me ha faltado nada para ser feliz y si no lo he sido del todo ha sido porque he dado excesiva importancia a lo circunstancial, que es también parte del yo como decía Ortega y Gasset.
Dios ha permitido que haya pasado por duros atolladeros, que no entiendo demasiado, pero tampoco quiero entender. Siempre me ha apasionado el misterio. Él así lo ha dispuesto y estoy seguro de que será para bien.
No quiero dejar de ser realista y sé que ya me queda mucho menos tiempo para vivir que lo que ya he vivido. Diríamos que ya he comenzado la cuenta atrás. Y eso me exige tomarme en serio la vida. Vivir cada momento como si fuera el último. Aprender a valorar las cosas y, sobre todo, a las personas que caminan conmigo y van haciendo posible mi felicidad. Decirles sin vergüenzas absurdas que las quiero y las necesito. Y ahora, más que nunca, no puedo permitirme la flaqueza de no sentirme libre para expresar y hacer aquello que me dicta mi conciencia y mis valores sin miedo al qué dirán o a molestar a los fuertes. O soy libre ahora o ya no lo seré nunca. Tengo la serena sensación de que sólo temo a Dios y a mi incoherencia y a nadie más. Por suerte no aspiro a nada más de lo que soy y me sobra lo que tengo y eso me da una libertad tan grande que puedo pasear tranquilo entre las más atractivas ofertas y posibilidades humanas sabiendo que no son para mí. Cuando he estado a punto de perder la vida por una enfermedad, todas esas ofertas humanas no han podido hacer nada para salvarme. Sólo deseo conservar y cuidar mi fe y ayudar, en los que esté en mi mano, a quien me pueda necesitar, porque eso sí que es una fuente segura de felicidad que ya he experimentado.
Ante Dios ya no pido nada; me arrodillo, agradezco y alabo su misericordia para conmigo. Tengo la inmensa suerte de contar con tantos amigos como tiene el ciempiés. Dicen que los buenos amigos se cuentan con los dedos de la mano. ¡Mentira! A mí me faltan muchas manos para contar todos los amigos buenos que tengo por el mundo entero.
He vivido una vida muy intensa en poco tiempo. ¡Muy intensa! Dios lo ha querido, y eso me ha hecho atravesar valles muy hermosos y cañadas muy oscuras. Es el reto de la vida. Agradezco a Dios esa maravillosa oportunidad que me ha hecho ser más humano en todos los sentidos y me ha enriquecido humanamente más de lo que pude imaginar.
Necesito todavía aprender a curarme. No lo he conseguido del todo. Hay heridas rebeldes y mi piel es muy sensible para cicatrizar pronto. Estoy en ello y espero conseguirlo, pero es uno de los retos que tengo pendientes todavía. Lo conseguiré si Dios quiere y me ayuda. Lo que tengo claro es que no quiero volver a pasar por terrenos pantanosos que me dejan hundido en el fango. Cumplir 58 años te enseña eso y algunas cosas más. Por ejemplo que Dios es el único que no falla, el único en quien puedes abandonarte de verdad y que no estaba equivocado cuando hace más de cuarenta años me consagré a Él, aunque me haya probado como a Jacob.
Gracias por esta nueva oportunidad que se me concede. Es una prórroga que quiero aprovechar bien para hacer lo que me hace feliz, que eso es lo que Dios quiere para mí. Voy a jugar el partido sin trampas ni ambiciones desmedidas. Voy a mirar adelante sin perder de vista lo que me hizo crecer y amar.
Si tú, que me lees, te alegras de que esté todavía jugando en el campo, gracias¡ Si lo sientes, gracias, también. Me he propuesto no tener más enemigo que mi mediocridad y no quiero que ahí esté nadie.
Mañana cuando comience a saborear un nuevo año quiero hacerlo con la serenidad con que las mariposas sobrevuelan las flores y la luz llena el horizonte cada amanecer. De Dios y para Dios y todo lo demás o es suyo no será.