Un encuentro con Santiago Panizo Orallo, un enciclopédico como pocos.
He tenido el privilegio de ser invitado hace solo unos días a comer por don Santiago Panizo, una mente ilustre del mundo jurídico de la iglesia española, que ha ocupado altos cargos en la vida eclesiástica, en el Tribunal de la Rota y como vicario episcopal de san Sebastián y Guadalajara, en momentos convulsos de nuestra historia reciente. Un gran jurista y, sobre todo, una gran persona con quien he disfrutado inmensamente compartiendo una comida en torno a un menú del día, muy cerca de los jardines del Palacio Real de Madrid. Hemos hablado de todo un poco y hemos compartido nuestro amor a la iglesia de Jesús, que no siempre adornamos sus seguidores, sean laicos o pastores con sus actitudes más interesadas que generosas. Iglesia de santos y de pecadores.
Creo que el Sr. Panizo, perdón, sólo Panizo, porque no le gusta que le traten de manera especial sino en un tuteo fraterno y familiar, puede aportar mucho a Religión Digital y debería tener su propio blog, una sugerencia que hago desde mi humildad de no ser nadie.
He disfrutado mucho con él porque es una gran persona. Conoce muy bien la realidad eclesial de los últimos años y hablar con él es una fuente interminable de conocimiento. Sabe de las virtudes de la iglesia que la adornan y de los vicios que la afean como nadie. Es un hombre que cree en la corrección fraterna aunque muchos no le escuchen por motivos interesados. Su despacho es una biblioteca donde se almacenan libros por todas partes. Allí me mostró cómo escribe cada día una reflexión a la que llama “Mi frase del día”.
El último artículo que había escrito antes de llegar yo se llama: “Un libro y una flor”.
Te lo he dedicado, me dijo. Y me entregó una copia del artículo que conservo, con esta dedicatoria entrañable: “Este ensayo con mi frase del día de hoy se lo dedico al P. Alejandro F. Barrajón, mercedario, al que, sin conocerlo personalmente, aprecio ya y me cae bien por su decidido empeño en llamar a las cosas por su verdadero nombre, “rara avis” ésta de no habituarse a llamar las cosas por su nombre, en tiempos de incertidumbres como los actuales, en todas partes y hasta en la Iglesia de Dios, como él sabe de sobra y cualquiera que mire, vea y piense lo podrá saber también”
En fin, cada día tiene su afán y sus sorpresas y aquel día mi sorpresa fue poder sentarme a compartir la mesa con un hombre tan ilustre y, a la vez, tan familiar, como suele sucede siempre con los hombres ilustres. Gracias, Panizo, hermano, amigo. Habrá más.
Creo que el Sr. Panizo, perdón, sólo Panizo, porque no le gusta que le traten de manera especial sino en un tuteo fraterno y familiar, puede aportar mucho a Religión Digital y debería tener su propio blog, una sugerencia que hago desde mi humildad de no ser nadie.
He disfrutado mucho con él porque es una gran persona. Conoce muy bien la realidad eclesial de los últimos años y hablar con él es una fuente interminable de conocimiento. Sabe de las virtudes de la iglesia que la adornan y de los vicios que la afean como nadie. Es un hombre que cree en la corrección fraterna aunque muchos no le escuchen por motivos interesados. Su despacho es una biblioteca donde se almacenan libros por todas partes. Allí me mostró cómo escribe cada día una reflexión a la que llama “Mi frase del día”.
El último artículo que había escrito antes de llegar yo se llama: “Un libro y una flor”.
Te lo he dedicado, me dijo. Y me entregó una copia del artículo que conservo, con esta dedicatoria entrañable: “Este ensayo con mi frase del día de hoy se lo dedico al P. Alejandro F. Barrajón, mercedario, al que, sin conocerlo personalmente, aprecio ya y me cae bien por su decidido empeño en llamar a las cosas por su verdadero nombre, “rara avis” ésta de no habituarse a llamar las cosas por su nombre, en tiempos de incertidumbres como los actuales, en todas partes y hasta en la Iglesia de Dios, como él sabe de sobra y cualquiera que mire, vea y piense lo podrá saber también”
En fin, cada día tiene su afán y sus sorpresas y aquel día mi sorpresa fue poder sentarme a compartir la mesa con un hombre tan ilustre y, a la vez, tan familiar, como suele sucede siempre con los hombres ilustres. Gracias, Panizo, hermano, amigo. Habrá más.