Los muros como solución

Acabo de leer que Trump amenaza con suprimir las ayudas a Centroamérica y con cerrar la frontera de México. Y como acabo de estar justamente allí en el muro indecente, de hierro y de concertinas, que Trump ha levando en “Las Playas de Tijuana”, frontera de México con EEUU, me siento con la capacidad de opinar desde lo que he visto y he vivido, en unas horas en que he compartido esta realidad dramática con los inmigrantes llegados de Honduras o de otros países de Centroamérica. La situación es claramente dramática. Ya pude ver las primeras cruces al lado del muro que recuerdan las primeras muertes, acaecidas, sobre todo por las concertinas que coronan el muro de hierro y que se adentra en el mar para impedir el paso de las gentes a territorio de EEUU. Patrullas militares y policiales rodean constantemente el muro para evitar que nadie pueda atravesarlo.
Los jóvenes contemplaban, desde lejos, el horizonte norteamericano por encima del muro y se preguntaban por qué las gaviotas entraban y salían libremente y ellos no podían hacerlo. Quedarían, de inmediato, detenidos como delincuentes. Se preguntaban por qué los países ricos había ido a sus países a expoliar sus riquezas naturales y ahora ellos no podían entrar a los países ricos para poder vivir con dignidad, lejos de la violencia y del hambre.
La situación entre los inmigrantes era de alta tensión que generaba en violencia, no pocas veces, al sentirse tratados en los campamentos reservados para ellos como delincuentes sospechosos. La situación de los baños era lamentable en condiciones higiénicas precarias. Sobrellevaban la situación gracias a las ONGs que repartían, de vez en cuando, ropa y alimentos, y al personal sanitario que México había puesto para atender las situaciones de emergencia de las gentes.
En verdad, Trump está haciendo pagar el muro a México en forma de servicio y atención a los inmigrantes, llegados a Tijuana y en inseguridad. Quise adentrarme en el campamento donde sobreviven los inmigrantes y la policía me lo impidió. -Es por su seguridad, me dijeron- Pero pude oír el estallido de violencia en el interior y la movilización de la policía que acudía a frenar el conato de violencia que ocurría dentro. Los niños vagaban agarrados a sus madres, con la mirada perdida, y sin deseos de jugar. Se respiraba un ambiente peligroso y extraño que nos invitaba a abandonar aquel lugar cuanto antes. No éramos bienvenidos.Mi amiga Pati, que fue quien me acercó a la zona, me esperaba a la vuelta de la esquina, en su coche, para salir de allí cuanto antes.
“El muro de la Vergüenza de Tijuana”, como el de Jerusalén o el de Ceuta y Melilla o, en sus tiempos, el de Berlín, no es otra cosa que el fracaso de los pueblos por vivir en fraternidad y construir un futuro en común y en mutuas relaciones de colaboración y encuentro. Ojalá el nuevo año, 2019, que comenzamos sea el hito que marque una etapa nueva entre los pueblos y las gentes. Los muros no son la solución de nada y sí el conflicto de todo. Y, si no, a la vista está.
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