Sobre el Valle de los Caídos Una obsesión enfermiza

Planteamientos talibanes

La primera vez que yo, siendo muy joven, visité el Valle de los Caídos, cuando ni siquiera entendía nada de política, aquella cruz, con su basílica, me pareció un monumento sublime y estremecedor por su grandeza y la belleza de su construcción, no solo de la basílica sino, sobre todo, de la cruz y, más concretamente aún, de la base de la cruz, donde están representadas las figuras simbólicas de los evangelistas, del genio Juan de Ávalos, a donde subí a pie por la escalera lateral que serpentea hasta la base. Supe, después, que esta magistral obra había sido construida por los arquitectos Pedro Muguruza y Diego Méndez, entre 1940 y 1958.
He vuelto después muchas veces acompañando a amigos que han venido desde fuera de España y tenían deseos de conocer este lugar, famoso en el mundo entero. Y en todos la misma expresión de asombro y de admiración por tanta belleza. Realmente es un monumento único en toda Europa del deberíamos sentirnos todos orgullosos. Orgullos en dos sentidos: Por la belleza de su construcción y por la presencia allí de una comunidad de benedictinos que mantienen encendida, como una lámpara, la dimensión espiritual que un monumento así necesita para contrastar el frío de la belleza de las piedras. La comunidad benedictina del Valle de los Caídos ha aportado a este lugar una dimensión cultural y religiosa sin la cual este lugar nunca hubiera sido igual. Y yo lo quiero agradecer públicamente. La primera vez que tuve la ocasión de atravesar desde la parte de atrás, desde el monasterio, el túnel que conduce, por la base de la montaña, al presbiterio de la basílica para rezar Laudes junto a los monjes, descubrí que algo muy grande tenía lugar en aquella basílica y que éramos todos unos privilegiados al tener allí unos monjes que rezaban a diario por nosotros, por la paz, por los muertos de cualquier bando y por España. Si a eso se añade la dimensión cultural que estos monjes siempre cuidan tanto, ya sea con su Escolanía o su increíble biblioteca al servicio de la investigación de todos, tuve la impresión de estar en un lugar mágico, en donde la ciencia y la fe se empeñan en ser fecundas al servicio del progreso de la comunidad humana.
Más tarde se acercó por allí la ideología política, disfrazada de justicia, y con sus manos sucias rompió la belleza serena de aquel lugar pacífico y único donde solo se respiraba tranquilidad y paz de la buena. El interés por conseguir unos cuantos votos más se lanzó cual ave de rapiña sobre la paz del monasterio benedictino y sobre la cruz, símbolo de paz, que diría el viejo profesor socialista Tierno Galván. Desde entonces las cosas han ido de mal en peor para todos, para el monumento, para la comunidad benedictina, para los niños de la escolanía, para los investigadores, para los visitantes, para la paz social.
Lo primero que han hecho ha sido cambiarle el nombre, que es una manera de arrebatarle la personalidad. Ahora se llama El Valle de Cuelgamuros. Imagino que tendremos libertad para llamarlo como queramos sin que nos sancionen porque, visto lo visto, todo es posible en este momento en la vida social española. Hay un ansia de control desmedida que no sé dónde no va a conducir.
Lo segundo ha sido expulsar del monasterio a los monjes benedictinos porque es evidente que provocan urticaria en el gobierno. Ya ha fijado la fecha, el día 2 de julio, para su salida y su reubicación en otro lugar. Imagino que los benedictinos ofrecerán resistencia porque les acompañan derechos históricos y legales. No llegaron allí por capricho sino desde la legalidad que hay que respetar. Pero este anticlericalismo evidente del gobierno actual favorece a los okupas de cualquier propiedad privada invadida pero no está dispuesto a respetar a quienes están con toda legalidad. Ya ha dicho el ministro sectario Ángel Víctor Torres, ¡menudo ejemplo de legalidad!, que pelearán en todas las instancias judiciales ante los intentos de paralizar las exhumaciones en Cuelgamuros. Este próximo día 2 de julio constituirán la Comisión interministerial que abordará "La resignificación" del lugar y la marcha de los religiosos". Ya en el momento preelectoral oportuno el presidente Sánchez, otro modelo de legalidad, se hizo una foto indigna entre los huesos de las exhumaciones para presumir de progresista sepulturero. Todo en virtud de una ley llamada de Memoria Democrática porque a todo se le llama democrático, aunque se demuestre lo contrario, para serenar conciencias y apagar espíritus críticos que es lo que menos se tolera. Mejor muchos borregos bien alimentados que espíritus críticos molestos para la sensibilidad de líder único. Han dicho que "los benedictinos no pueden estar en este lugar y así lo haremos...porque la identificación del Estado con una determinada confesión religiosa ha quedado superada" ¡Qué originales!
Imagino que ya se han descartado las propuestas talibanes de algunos de sus socios de gobierno -estamos hablando del mismo gobierno- de dinamitar la cruz. Algo que solo cabe en cerebros lesionados por el tumor de la ideología extrema que pierden los papeles con mucha normalidad. Si quieren dinamitar algo que comiencen por su palacios y sus chalets de lujo y sus muchos privilegios de casta a los que no pueden acceder la mayoría de los españoles y que los mismos españoles les pagamos.
Estos odios no superados son los que nos están trayendo esta terrible división y confrontación en la sociedad española. Confío en que los españoles no nos dejemos manipular por estos políticos de pacotilla, que legislan según sus intereses personales y partidistas, insultan cuando les conviene y rompen relaciones diplomáticas con países hermanos por cuestiones puramente personales. Ya lo dice el refrán: "No hay mal que cien años dure".
Mi apoyo incondicional y agradecido para la comunidad benedictina por su ejemplaridad y servicio desinteresado durante tantos años, aquí en esta abadía y en tantos lugares donde están presentes. Hemos ignorado muy pronto que gracias al trabajo y esfuerzo de los benedictinos desde el siglo VI , Europa es hoy lo que es; solo hay que asomarse a las páginas de la historia, para comprobarlo. Y es de bien nacidos ser agradecidos.

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