Nunca el olvido

Entre los amigos que he tenido a lo largo de mi vida figura uno especial. Compartí con él momentos muy gratos de mi juventud; estudiamos juntos y pasamos ratos muy agradables en un conjunto musical, llamado “Aleluya”, que entonces teníamos en el Seminario mercedario. Guitarras eléctricas, bajo, órgano y batería de la buena. Adrián era el organista del grupo pero si tenía que tocar la batería también lo hacía con gracia y yo era el solista. Bordábamos las canciones de Los Beatles y llegamos a interpretar el “Superstar” de Camilo Sesto con gran profesionalidad. Aquellos años setenta de las utopías y los sueños de un mundo mejor. Adríán era un hombre bueno de verdad. Tenía un vocación de servicio y altruismo innegable, por eso todos pensábamos que llegaría sin duda, a ser sacerdote mercedario. Un triste día nos dejó a todos sorprendidos cuando, en pleno noviciado ya, nos dijo que se marchaba. “Busco, nos dijo, más acción. Yo necesito gastar más adrenalina”. Y se nos fue.
Supimos enseguida que había ingresado en la Guardia Civil y allí pasó en servicio permanente a su trabajo unos diez años de su vida.
Un caluroso verano de 1986, subía yo por la calle Torres Villarroel de Salamanca, desde la Universidad, cuando veo un periódico en un quiosko y descubro, con asombro y rabia, que la portada del ABC de aquel día anuncia un titular siniestro al que estábamos ya muy acostumbrados por entonces: ETA sigue matando. Hubiera pasado de largo si no veo en la misma portada la foto de mi amigo Adrián González Revilla, uno de los asesinados en aquella ocasión en Arechavaleta (Guipuzcoa). Un sudor frío me invadió por entero y sentí que mis piernas temblaban de impotencia y de rabia. ¡Era Adrián, nuestro amigo querido¡
¡Qué gran tipo se llevó ETA por delante¡ Un palentino de Cillamayor, de la que siempre hacía gala y orgullo, nacido en 1957. Tenía sólo 29 años cuando fue asesinado.
Cada vez que abro los álbumes de aquellos años compartidos con él y con el resto de los compañeros del curso, y le veo sonriente –tenía un gran sentido del humor- vuelven a mí cientos de recuerdos compartidos, de canciones interpretadas, de fiestas celebradas… El terrorismo de ETA segó una vida inmensa, llamada a grandes empresas de solidaridad, porque Adrián era así y no podía ser de otra manera.
Cada vez que nos reunimos sus amigos, la gente de su curso, lo recordamos con un énfasis especial. Su recuerdo nunca se difuminará en nosotros y su sacrificio no será inútil. ETA habrá desaparecido pero Adrián nunca lo hará en el fondo de nuestros corazones.
Su hermana, Inmaculada, pensaba que su recuerdo ya se había borrado pero ahora ya sabe que no. Adrián será siempre parte de nuestra más hermosa historia de amistad juvenil donde aprendimos a compartir ideales de lealtad, nobleza y servicio a los demás que nos han marcado para siempre. En nuestra oración y en nuestro recuerdo, Adrián está vivo y ahí ningún terrorista podrá abatirlo.
Va por ti, Adrián, y por tu hermana Inmaculada que, como nosotros, mantiene en su pecho encendida la llama de tu amor y tu recuerdo. Tú eres de los que vivirás siempre ahora que ETA es ya cadáver.
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