Abrámosles camino
Aseguran que bajarán definitivamente del monte, que ya no harán política con ayuda de balas. Son duros, errados guerreros, curtidos en décadas de confrontación. Dejan muchos muertos ajenos y propios atrás, pero también han perdido buena parte de su vida en ello. No conviene humillar a quien pierde la batalla. ETA y su entorno no han alcanzado ninguna victoria por la vía violenta.
Recientemente la izquierda abertzale radical ha hecho una opción clara y exclusiva por las vías políticas. Nada, ni nadie les puede aligerar la carga del enorme dolor generado. Las vidas segadas pesan sobre ellos, mientras no medie profunda y sincera contrición, también voluntad de reparación. Para conseguir su Euskadi independiente no tenían que haber privado a ningún ser de ningún aliento. Esas presencias están ahí, caminando junto a su recuerdo, trayendo a su memoria lo mayúsculo del error cometido.
No hay moviola de gatillos apretados, no hay moviola para desactivar las bombas que nunca se hubieron haber colocado, pero hay futuro, hay mañana, hay niños que vendrán, y si nos lo proponemos ahora, podrán correr por una geografía de paz, de más armonía y concordia. Todos tenemos nuestros muertos en la cabeza, pero el horizonte, no las tumbas, reclama nuestra mirada y atención. Las víctimas del pasado están ahí, merecen reconocimiento. Los victimarios no podrán ver la libertad mañana mismo, por lo menos en tanto en cuanto no manifiesten arrepentimiento, pero la nueva vida está naciendo y es preciso preparar un ancho espacio de definitiva y permanente paz, ojalá también de reconciliación.
Faltan interesadamente a la verdad quienes afirman que nada o apenas nada ha variado desde que hace unas semanas, la izquierda abertzale en su declaración de Alsasua apostara por vías "exclusivamente políticas" para el avance en sus objetivos, y sobre todo desde que reprochara a ETA, por vez primera, que la reanudación de su actividad violenta se ha convertido en un obstáculo. El alcance de esta noticia es extraordinario, pese a quienes se empeñan en no concederle importancia.
En algún momento había que poner punto final a tanto desatino y por fin parecen dispuestos a ello. Ya no hay recorrido para la barbarie y el convencimiento felizmente les está alcanzando. Llegados a este punto anhelado, ¿por qué no gestos también por parte del Estado? ¿Por qué no una mano abierta por parte del Gobierno, para cuanto menos facilitarles que concurran a las próximas urnas? El Gobierno del Estado quiere que bajen del monte, pero les cierra con doble candado las puertas de todas las instituciones.
No es imprescindible pedirles a los radicales abertzales la condena de ETA, no es imperioso exigirles que se retracten de su pasado, que prescindan de sus señas de identidad. Esa condena que para nosotros puede ser lógica y consecuente, para ellos roza la humillación. ¿Qué son, qué les queda si condenan a la organización armada, esa razón sobre la que ha girado sus vidas? Por lo demás, nada apunta a que lo harán. La paz se puede inaugurar definitivamente en Euskadi sin necesidad de herir su orgullo.
Duele un Otegi en la cárcel, pues nos consta que en los últimos años ha intentado ganarse a los violentos, ha hecho más por la paz, que por la guerra. Duele porque dentro sólo azuza resentimientos, porque fuera puede contribuir a la distensión. Sólo alguien que habla su mismo idioma puede conquistar los oídos más recalcitrantes.
Zapatero está preso del terror a perder votos en España por crear las condiciones para una paz definitiva, pero un político de altura debe estar por encima de ese pánico, de esos intereses partidistas. Debe gobernar atendiendo valientemente al desafío del momento y al interés prioritario de la paz.
No, no conviene humillarles más. Ahí está la memoria del sufrimiento gratuito que ellos desataron. Más pronto o más tarde se enfrentarán en su fuero interno con el enorme dolor generado. Ahora es tiempo de gestos de distensión, de abrir el escenario político, de volcarse en la paz. Cada quien haga su lectura de la historia, pero empujemos ésta ya sin necesidad de herir al adversario en su amor propio. La historia certificará que ETA y su entorno no han logrado ninguna conquista política por las armas, sino todo lo contrario, fueron obstáculo para el avance y el progreso del pueblo vasco en libertad.
Por fin se empieza a vislumbrar una solución real para este largo contencioso. Estamos a las puertas de un proceso de paz irreversible. El Estado, puede también hacer alarde de generosidad. No es más fuerte, todo lo contrario, por hincar de rodillas al entorno abertzale. Ahora más que nunca, el momento reclama audacia y valentía de los políticos de Madrid. Generosidad nada tiene que ver con ingenuidad, menos aún con debilidad. Sólo gana un Estado que lograr atraer a la arena política a quienes creían únicamente en la “goma 2” y se ocultaban tras el pasamontañas. Toca mover ficha a Zapatero. Toca abrir las urnas a todos los que se decantan en exclusividad por vías políticas. En su reciente y esperanzadora declaración, la izquierda abertzale ya lo ha hecho. Por fin apuestan por una vía civilizada. Abrámosles camino.
Recientemente la izquierda abertzale radical ha hecho una opción clara y exclusiva por las vías políticas. Nada, ni nadie les puede aligerar la carga del enorme dolor generado. Las vidas segadas pesan sobre ellos, mientras no medie profunda y sincera contrición, también voluntad de reparación. Para conseguir su Euskadi independiente no tenían que haber privado a ningún ser de ningún aliento. Esas presencias están ahí, caminando junto a su recuerdo, trayendo a su memoria lo mayúsculo del error cometido.
No hay moviola de gatillos apretados, no hay moviola para desactivar las bombas que nunca se hubieron haber colocado, pero hay futuro, hay mañana, hay niños que vendrán, y si nos lo proponemos ahora, podrán correr por una geografía de paz, de más armonía y concordia. Todos tenemos nuestros muertos en la cabeza, pero el horizonte, no las tumbas, reclama nuestra mirada y atención. Las víctimas del pasado están ahí, merecen reconocimiento. Los victimarios no podrán ver la libertad mañana mismo, por lo menos en tanto en cuanto no manifiesten arrepentimiento, pero la nueva vida está naciendo y es preciso preparar un ancho espacio de definitiva y permanente paz, ojalá también de reconciliación.
Faltan interesadamente a la verdad quienes afirman que nada o apenas nada ha variado desde que hace unas semanas, la izquierda abertzale en su declaración de Alsasua apostara por vías "exclusivamente políticas" para el avance en sus objetivos, y sobre todo desde que reprochara a ETA, por vez primera, que la reanudación de su actividad violenta se ha convertido en un obstáculo. El alcance de esta noticia es extraordinario, pese a quienes se empeñan en no concederle importancia.
En algún momento había que poner punto final a tanto desatino y por fin parecen dispuestos a ello. Ya no hay recorrido para la barbarie y el convencimiento felizmente les está alcanzando. Llegados a este punto anhelado, ¿por qué no gestos también por parte del Estado? ¿Por qué no una mano abierta por parte del Gobierno, para cuanto menos facilitarles que concurran a las próximas urnas? El Gobierno del Estado quiere que bajen del monte, pero les cierra con doble candado las puertas de todas las instituciones.
No es imprescindible pedirles a los radicales abertzales la condena de ETA, no es imperioso exigirles que se retracten de su pasado, que prescindan de sus señas de identidad. Esa condena que para nosotros puede ser lógica y consecuente, para ellos roza la humillación. ¿Qué son, qué les queda si condenan a la organización armada, esa razón sobre la que ha girado sus vidas? Por lo demás, nada apunta a que lo harán. La paz se puede inaugurar definitivamente en Euskadi sin necesidad de herir su orgullo.
Duele un Otegi en la cárcel, pues nos consta que en los últimos años ha intentado ganarse a los violentos, ha hecho más por la paz, que por la guerra. Duele porque dentro sólo azuza resentimientos, porque fuera puede contribuir a la distensión. Sólo alguien que habla su mismo idioma puede conquistar los oídos más recalcitrantes.
Zapatero está preso del terror a perder votos en España por crear las condiciones para una paz definitiva, pero un político de altura debe estar por encima de ese pánico, de esos intereses partidistas. Debe gobernar atendiendo valientemente al desafío del momento y al interés prioritario de la paz.
No, no conviene humillarles más. Ahí está la memoria del sufrimiento gratuito que ellos desataron. Más pronto o más tarde se enfrentarán en su fuero interno con el enorme dolor generado. Ahora es tiempo de gestos de distensión, de abrir el escenario político, de volcarse en la paz. Cada quien haga su lectura de la historia, pero empujemos ésta ya sin necesidad de herir al adversario en su amor propio. La historia certificará que ETA y su entorno no han logrado ninguna conquista política por las armas, sino todo lo contrario, fueron obstáculo para el avance y el progreso del pueblo vasco en libertad.
Por fin se empieza a vislumbrar una solución real para este largo contencioso. Estamos a las puertas de un proceso de paz irreversible. El Estado, puede también hacer alarde de generosidad. No es más fuerte, todo lo contrario, por hincar de rodillas al entorno abertzale. Ahora más que nunca, el momento reclama audacia y valentía de los políticos de Madrid. Generosidad nada tiene que ver con ingenuidad, menos aún con debilidad. Sólo gana un Estado que lograr atraer a la arena política a quienes creían únicamente en la “goma 2” y se ocultaban tras el pasamontañas. Toca mover ficha a Zapatero. Toca abrir las urnas a todos los que se decantan en exclusividad por vías políticas. En su reciente y esperanzadora declaración, la izquierda abertzale ya lo ha hecho. Por fin apuestan por una vía civilizada. Abrámosles camino.