"Bruma en el acantilado". Reflexiones sobre el 2012
Barro y más barro por los caminos que llevan desde Zumaia a su tesoro natural al borde del mar. Es la ruta del “flysch”, senderos de vista aérea junto a espectaculares acantilados. Viajamos por el tiempo pasado junto a esas rocas de la costa occidental guipuzcoana que nos ilustran 60 millones de años de historia. A nuestros pies, inmensos abismos enseñoreados ante unas olas por fin amansadas tras días de mucho furor. Ahí abajo una larguísima historia geológica escrita en sucesivos estratos rocosos. Al oeste, el presente en todo su marino esplendor, un prolongado y verde litoral que se apercibe entre la bruma y que alcanza hasta Matxitxako.
Allí donde se juntan cielo, mar y tierra, se reúnen también todos los interrogantes. Ante esa caprichosa formación tan cargada de pasado, asalta inevitable la pregunta sobre el futuro. Dicen las profecías que para el 2012 las olas se volverán más bravas que nunca, que asaltarán las paredes orgullosas de los acantilados, que, como en tiempos de la Atlántida, se tragarán la tierra.
No sólo los mayas, sino que otras diferentes profecías aluden a las olas gigantes que crecerán y remontarán los abismos que ahora las frenan, que el agua anegará montes, valles y poblaciones. Por si fuera poca la amenaza de las profecías, ya tenemos películas que nos ilustran ese tan mentado fin del mundo. El filme catastrofista “2012”, siembra ya por las salas de todo el globo la conciencia de la hecatombe inminente. Las películas de gran alcance enfocan el pensamiento colectivo. Aquello que pensamos grupalmente, en uno u otro sentido, invita a su materialización. ¿Cuántos pensamientos de catástrofe no concitará la película de Roland Emmerich recién estrenada?
No sé del tamaño de las olas de mañana. Desde esa atalaya maravillosa cercana a la ermita de San Telmo, sólo vi un sol abrillantando su espuma, sólo contemplé un blanco puro e inmenso cubriendo las piedras de la orilla. Después de todo, seguramente no sea tanto cuestión de un final del mundo, sino de un nuevo lienzo también en blanco. Seguramente se trate de un nuevo paisaje que podemos pintar de nuevo, con nuestros mejores colores, con nuestros más finos pinceles. El problema no serían tanto las olas, sino nuestras manos preparadas para construir lo nuevo. No serían de temer las enormes mareas, si hemos blindado al miedo y al egoísmo los litorales de adentro.
Probablemente no seamos tanto los espectadores de la catástrofe que anuncian por venir, sino los creadores de una nueva civilización a dar a luz. ¿No seremos nosotros mismos quienes graduamos el tamaño de las olas, el ímpetu de los desastres anunciados, nosotros también quienes creamos el paisaje antes y después del eventual azote?
¿Después de todo, de qué fin nos habla el 2012? Puede callar nuestro corazón, difícilmente la vida. Se renovaría una y otra vez bajo diferentes formas hasta la eternidad. Los tsunamis pueden anegar continentes, pueden poner fin a una civilización materialista, individualista y desnortada, pero la vida seguirá latiendo. No nos preocupa el horizonte arrugado, el cataclismo anunciado, sino todo nuestro potencial aún no desplegado. Todo el recorrido humano es nuestro. Nos pertenece desde el principio hasta el final. El regalo más grande que el Cielo nos ha dado es la libertad y con ella la posibilidad de crear y recrear hasta el último de nuestros días.
No sólo lo decían los mayas, además de estos cósmicos ingenieros hay otras profecías y visionarios que señalan en la misma dirección. Ahí están las profecías de los hoppi, aztecas, de Nostradamus, de Malaquías… para recordarnos no necesariamente el fin del mundo, sino de un ciclo cósmico. Mensajes como los de Kryon, Benjamín Solari Parravicini… apuntan igualmente a un acceso a superiores niveles de conciencia colectiva en fechas próximas. Hay una amplia colección de revelaciones sagradas, de mensajes internos, de profecías, de enseñanzas de maestros… que se refieren a un próximo despertar planetario acompañado de grandes transformaciones físicas y geológicas. Señalan una nueva etapa en nuestra afronta evolutiva, no exenta de un inevitable dolor de parto.
¿Finalmente, escalará el agua las paredes orgullosas, vencerán las olas a los acantilados? No sabemos si esas olas crecerán, menos aún cuándo, menos aún cuánto. Sólo tenemos noción de los tsunamis que azotan en estos tiempos tantas costas interiores, intentando mover las estructuras mentales caducas para una conciencia nueva.
Por lo demás, para poco sirven los refugios anticatástrofes, los diques antitsunamis… Sólo existe la tierra segura del corazón puro. El mundo no se acabaría, si es caso serían las civilizaciones las que se darían paso unas a otras en el intento de rayar más alto, de dar más grandioso testimonio. ¿Estaremos preparados para levantar una nueva civilización a la altura de la sublime Creación que nos rodea, seremos por fin capaces de construir a imagen y semejanza de tanto amor y belleza como el Creador ha colocado sobre la superficie de este planeta?
¿Cantarán mañana las olas de todos los litorales la gloria de una humanidad que comparte y se afana por el bien común, de un nuevo mundo por fin instaurado en paz, amor y fraternidad? El perfil del futuro todavía está envuelto en las mismas brumas que la costa del Cantábrico, pero un rayo de sol se lanza valiente sobre la punta de Matxitxako.
Allí donde se juntan cielo, mar y tierra, se reúnen también todos los interrogantes. Ante esa caprichosa formación tan cargada de pasado, asalta inevitable la pregunta sobre el futuro. Dicen las profecías que para el 2012 las olas se volverán más bravas que nunca, que asaltarán las paredes orgullosas de los acantilados, que, como en tiempos de la Atlántida, se tragarán la tierra.
No sólo los mayas, sino que otras diferentes profecías aluden a las olas gigantes que crecerán y remontarán los abismos que ahora las frenan, que el agua anegará montes, valles y poblaciones. Por si fuera poca la amenaza de las profecías, ya tenemos películas que nos ilustran ese tan mentado fin del mundo. El filme catastrofista “2012”, siembra ya por las salas de todo el globo la conciencia de la hecatombe inminente. Las películas de gran alcance enfocan el pensamiento colectivo. Aquello que pensamos grupalmente, en uno u otro sentido, invita a su materialización. ¿Cuántos pensamientos de catástrofe no concitará la película de Roland Emmerich recién estrenada?
No sé del tamaño de las olas de mañana. Desde esa atalaya maravillosa cercana a la ermita de San Telmo, sólo vi un sol abrillantando su espuma, sólo contemplé un blanco puro e inmenso cubriendo las piedras de la orilla. Después de todo, seguramente no sea tanto cuestión de un final del mundo, sino de un nuevo lienzo también en blanco. Seguramente se trate de un nuevo paisaje que podemos pintar de nuevo, con nuestros mejores colores, con nuestros más finos pinceles. El problema no serían tanto las olas, sino nuestras manos preparadas para construir lo nuevo. No serían de temer las enormes mareas, si hemos blindado al miedo y al egoísmo los litorales de adentro.
Probablemente no seamos tanto los espectadores de la catástrofe que anuncian por venir, sino los creadores de una nueva civilización a dar a luz. ¿No seremos nosotros mismos quienes graduamos el tamaño de las olas, el ímpetu de los desastres anunciados, nosotros también quienes creamos el paisaje antes y después del eventual azote?
¿Después de todo, de qué fin nos habla el 2012? Puede callar nuestro corazón, difícilmente la vida. Se renovaría una y otra vez bajo diferentes formas hasta la eternidad. Los tsunamis pueden anegar continentes, pueden poner fin a una civilización materialista, individualista y desnortada, pero la vida seguirá latiendo. No nos preocupa el horizonte arrugado, el cataclismo anunciado, sino todo nuestro potencial aún no desplegado. Todo el recorrido humano es nuestro. Nos pertenece desde el principio hasta el final. El regalo más grande que el Cielo nos ha dado es la libertad y con ella la posibilidad de crear y recrear hasta el último de nuestros días.
No sólo lo decían los mayas, además de estos cósmicos ingenieros hay otras profecías y visionarios que señalan en la misma dirección. Ahí están las profecías de los hoppi, aztecas, de Nostradamus, de Malaquías… para recordarnos no necesariamente el fin del mundo, sino de un ciclo cósmico. Mensajes como los de Kryon, Benjamín Solari Parravicini… apuntan igualmente a un acceso a superiores niveles de conciencia colectiva en fechas próximas. Hay una amplia colección de revelaciones sagradas, de mensajes internos, de profecías, de enseñanzas de maestros… que se refieren a un próximo despertar planetario acompañado de grandes transformaciones físicas y geológicas. Señalan una nueva etapa en nuestra afronta evolutiva, no exenta de un inevitable dolor de parto.
¿Finalmente, escalará el agua las paredes orgullosas, vencerán las olas a los acantilados? No sabemos si esas olas crecerán, menos aún cuándo, menos aún cuánto. Sólo tenemos noción de los tsunamis que azotan en estos tiempos tantas costas interiores, intentando mover las estructuras mentales caducas para una conciencia nueva.
Por lo demás, para poco sirven los refugios anticatástrofes, los diques antitsunamis… Sólo existe la tierra segura del corazón puro. El mundo no se acabaría, si es caso serían las civilizaciones las que se darían paso unas a otras en el intento de rayar más alto, de dar más grandioso testimonio. ¿Estaremos preparados para levantar una nueva civilización a la altura de la sublime Creación que nos rodea, seremos por fin capaces de construir a imagen y semejanza de tanto amor y belleza como el Creador ha colocado sobre la superficie de este planeta?
¿Cantarán mañana las olas de todos los litorales la gloria de una humanidad que comparte y se afana por el bien común, de un nuevo mundo por fin instaurado en paz, amor y fraternidad? El perfil del futuro todavía está envuelto en las mismas brumas que la costa del Cantábrico, pero un rayo de sol se lanza valiente sobre la punta de Matxitxako.