Normalmente aprovechamos el puente de la Inmaculada para decorar y preparar nuestros hogares con el nacimiento y el árbol. Pero esa preparación también tiene que ir calando en nuestro interior. Ir quitando esas telarañas, abrir ventanas e ir dejando paso a la verdadera luz.

Remar contra corriente en una sociedad cada vez más consumista y cuyo objetivo es comprar y comprar, es difícil, pero no imposible. No nos dejemos llevar sólo por esa faceta, que está bien, porque el nacimiento de una nueva vida siempre implica celebración, alegría, fiesta.

Como cualquier madre que está embarazada y va preparando día a día las cosas para cuando nazca el bebe, así también lo hizo María. Y así también tenemos que ir nosotros preparando nuestro interior, sin olvidar los valores y tradiciones que nos han ido transmitiendo a través de las diferentes generaciones.

El árbol, las luces, los villancicos nos van acercando al misterio de la Nochebuena en la que en una noche fría y oscura, vuelve a nacer la esperanza, la luz, la VIDA…

Si somos capaces de dejarnos tocar e iluminar por quien cambió la historia, si somos capaces de experimentar y sentir esa paz que solo puede venir de dentro del corazón, seremos portadores de ella a un mundo que tanto necesita de la reconciliación y redención.