Párate un momento, por favor.
En estos días se respira de manera diferente, tienen “algo” que no saboreamos el resto del año, parece que nos volvemos algo más sensibles, y miramos un poco a nuestro alrededor, pero no es porque Dios se haga más presente, sino por nuestra actitud de interpelación y también, por qué no, de seducción…
Dios se hace niño, quiere ser uno de nosotros para que nos acerquemos a Él con más generosidad. Se muestra indefenso, débil y lo hace escondiendo este misterio a los más sabios y entendidos, a todos los que pretenden controlar y dominar (de esos conocemos unos cuantos). Él cautiva, pero a los que están dispuestos a dejarse seducir, a los que se fijan en lo más pequeño, a los que saben mirar con otro tipo de gafas…
Nace fuera de la ciudad, lo podía haber hecho en otro sitio, pero se aparta del poder y los grandes lujos. Prefiere un pesebre, con carencia de todo, de todo lo material, pero con lo más importante: con AMOR… y ¿Quiénes le ven, quienes se dan cuenta? Los pastores. La gente de mala fama, los mal vistos y los magos, considerados gente impura…una vez más llegamos a la misma conclusión: se hace presente a la gente que no tiene prejuicios, que no se creen nada, que no tienen una imagen que defender…
Esto nos debería de hacer pensar. Parémonos por un día, dejemos a un lado la apariencia, el qué dirán, las bonitas palabras o maravillosos discursos, los aplausos o “palmaditas en la espalda”.
Nos está invitando a una nueva Navidad, a nacer de nuevo, a volver ser como niños, no es tan difícil si somos conscientes de lo que ello significa y a donde nos conduce.
Párate un momento, aparta a un lado el frenesí de la vida. Sitúate ante un Belén, deja de hablar de ti, de contarle tus problemas. Solo contempla, mira cada una de las figuritas que lo componen, ponte en el lugar de cada una y ofrécele lo que eres, lo que sientes, tal cual, recuerda que te conoce mejor que nadie. Deja a un lado las caretas, haz silencio, contempla porque te está esperando…
¡Feliz Nacimiento!