Santos y difuntos
| Ana Bou
Estos días si visitamos cualquier cementerio, veremos un trasiego de gente constante, panteones, lapidas llenas de flores y relucientes, coches que entran y salen constantemente. Casi con la necesidad de poner un semáforo que regule un poco el paso entre peatones y coches.
Esta tradición se ha conservado desde antaño. En algunos países más que en otros, como por ejemplo en México, pero todo el mundo dedica estos días un tiempo para ir a visitar a los suyos.
Cada año se nos van añadiendo nombres, personas que ya no están a nuestro lado, que nos han dejado un vacío, en ocasiones difícil de llenar. Y esto nos causa dolor, porque la ausencia, siempre causa dolor. Nos resulta difícil aceptar que ya no los tenemos, porque la huella que han dejado sus vidas en la nuestra, no es fácil de olvidar o superar y eso, nos rompe por dentro.
Es verdad que también nos cuesta hablar de la muerte, de nuestra muerte o de la de los demás, porque es algo que nos supera. Lo desconocido siempre asusta, aunque quienes tenemos fe, nos ayuda pensar que algún día nos volveremos a reencontrar con ellos y entonces, ya no habrá dolor, ni llanto, ni sufrimiento ni tantas cosas que nos rompen el corazón…
Sé que esto es difícil, pero si somos capaces de situarnos en la otra orilla, en la orilla de la esperanza, de la gratitud por el regalo de la vida de esas personas, la carga emocional será diferente. No significa que vaya a desaparecer, pero sí, nos ayudará a llevarlo con más paz. Nadie nos va a quitar esos besos, abrazos, conversaciones, lugares etc., porque todo eso forma parte de nuestro yo más íntimo. No olvidemos que cuando quieres a alguien, lo haces más allá de la vida y de la muerte…