Hoy día sí que estamos en condiciones de decir que la seguridad que creíamos tener se nos puede disipar en cuestión de segundo.
De pronto una simple llamada y todo nos puede cambiar…
No lo esperábamos, ni siquiera lo intuíamos, pero la adversidad nos alcanza. A ti, a mí, ya no es al otro como siempre pensábamos. Ese “otro”, ahora soy yo, con nombre y apellido y es así donde a pesar de todos los adelantos, la persona se siente sola. La tristeza se apodera de su alma y desaparece la alegría y es ahí, en ese momento, donde echamos mano de la esperanza, esa fuerza que nos anima de verdad. Una esperanza, eso sí, fundada en el abandono y en la confianza. Nos toca levantarnos, ponernos en pie y volver a empezar a andar aunque el camino que nos espera sepamos que es largo y difícil. Soñar con esa esperanza que algunos dicen que es lo último que se pierde y quizá tengan razón…
Creo que en este momento en el que nos encontramos, hoy más que nunca, necesitamos renovar esa virtud y dejarla actuar para que el miedo no se apodere de nosotros.
Pienso en una persona que conocí. Al final de su vida, cuando ya no era capaz de hablar y se le había olvidado incluso escribir, solo sabía pronunciar esta frase:
Nada te turbe, solo Dios basta.
Con esta frase se marchó….
Que mejor esperanza….