¡Cuánto nos cuesta mirar desde abajo!
Presumir de… ¿de qué? de dinero, de una buena marca, un buen coche, ser amigo de… justo lo que nos enseño Jesús ¿verdad? Y aún levantamos la cabeza y orgullosos decimos ser y sentirnos cristianos ¿eso es lo que nos dejó? debe de ser que su testimonio no fue lo suficientemente generoso y nos ha servido de poco, porque nuestro orgullo prevalece por encima de todo aunque, gracias a Dios, siempre hay excepciones en toda regla…
Quizá y sin quizá, es a partir de ahí, desde el abajamiento, donde se puede experimentar el gozo de sentirnos y llamarnos cristianos, desde donde podemos sentir la impotencia, el dolor, el clamor de tantas personas, siendo testigos directos de su capacidad de lucha por sobre-vivir cada día, abriendo nuestro corazón y entrañas. Aprendiendo a dejar a un lado los prejuicios, a tocar, sentir, poner nombre, rostro: “Tuve hambre y me diste de comer…” (Mt 25). Desde ahí aprendemos a dar gracias a la vida, a celebrarla, a sentirla y vivirla como un regado diario. En el último lugar todos somos necesarios porque todos somos iguales y de lo que se dispone es más compartido, sabiendo ser más fieles a su llamada y voluntad. Él nunca abandona a sus pobres porque son sus privilegiados y ese sentir de los más pequeños, es algo que solo ellos pueden experimentar porque su corazón es limpio, abierto al Reino y a Su presencia.
Demasiados cristos crucificados en nuestra historia por este mundo en el que si no tienes nada que ofrecer, nada vales. Es lo que hemos creado y por lo que juzgamos sentirnos orgullosos pareciendo no querer cambiar. Pero en medio de todo, el Espíritu sigue trabajando y manifestándose. Quizá a pesar nuestro ya que nuestra conciencia nos reclama aunque muchas veces pretendamos silenciarla.