Seguro que todos conocemos a alguien que se cree la perfección encarnada.
Todo lo hacen bien, nunca se equivocan, se creen imprescindibles, es como que sin ellos el mundo no funcionase ¡se parase!
Tienen que controlarlo todo y por supuesto ¡nunca se equivocan!, jamás se permiten el lujo de aceptar que también ellos son vulnerables y se equivocan, siempre lo hacen los que están a su alrededor, ¡son la magnificencia en persona!, pero estoy segura de que lo que les hace ser así es su fuerte orgullo. Se les pasa la vida sin ser capaces de encontrar y descubrir que el ser humano, como materia que es, es frágil, pero es justo en esa fragilidad, la que nos permite abrirnos a los demás desde la confianza y la aceptación de lo que somos.
No tenemos por qué demostrar nada a nadie, sino aprender, que la fuerza se realiza en la debilidad.
Es una pena que a lo largo de nuestra vida no hayamos conseguido aprender que la desnudez de la persona es lo que nos hace fuertes.