Un santo para cada día: 22 de septiembre S. Mauricio el Tebano (Aguerrido militar, valeroso mártir cristiano)
Hoy como en todos los tiempos, pienso yo, no deja de ser motivo de admiración y aún veneración el hecho de que alguien se deje matar por una noble causa, pero aún debiera serlo mucho más, al saber que ese alguien se encontraba en disposición de poder defenderse, recurriendo a las armas para oponerse a su enemigo
Nos encontramos en un periodo histórico en el que la vasta extensión del Imperio obligó a Diocleciano a delegar responsabilidades en Valerio Maximiano, que había sido un soldado aguerrido, poco amigo de los cristianos; hombre de escasa cultura pero que manejaba bien la espada, a quien se le presentó la ocasión de entrar en guerra con los galos, que se habían sublevado, porque se les hacía poco menos que imposible vivir con tantos impuestos; para ello tuvo que echar mano de un destacamento formado por soldados tebanos procedentes de Egipto, en el que todos eran cristianos. El ejército se puso en marcha, atravesó los Alpes hasta llegar a la ciudad de Agauno y allí tomar un respiro, organizar la embestida y rendir culto a los dioses, para salir victoriosos de tal empresa, a esto último se negó en bloque la legión procedente de Tebea capitaneada por Mauricio, produciéndose una deserción masiva.
Al conocer Maximiano el motivo de la deserción montó en cólera y mandó que la legión fuera diezmada, que era el castigo más severo que podía imponerse, con la esperanza de que pudiera servir de ejemplo y entraran en razón, pero no fue así. El resto se mantuvo fiel en su decisión inicial, por lo que la legión volvió a ser diezmada, sin resultado alguno. Mauricio, junto con los mandos subalternos de esta legión, Cándido, Inocencio, Exuperio, Vital, Urso y Víctor, no solo se negaban a disuadir a sus compañeros, sino que les alentaban a mantenerse firmes en la fe. El hagiógrafo pone en sus bocas estas palabras que, aunque seguramente no se ajustaran a su literalidad, recogen en esencia los sentimientos que en estos momentos los animarían: “Hemos visto degollar a los compañeros de nuestros trabajos y de nuestros peligros y estamos salpicados por su sangre, sin embargo, juzgándoles felices de morir por Dios, no hemos llorado su muerte. Y ahora no creas, oh emperador, que es la desesperación la que nos arma contra ti; tenemos las armas en la mano, pero nos resistimos a usarlas; preferimos morir antes de matar, morir inocentes, antes que vivir culpables. Porque si es verdad que somos soldados tuyos, somos también siervos de Dios; si a ti te debemos la milicia, a Él le debemos la inocencia; tú nos das la paga de nuestro servicio, Él nos ha dado la luz y la vida”
En vista de que los severos castigos no servían para nada, el emperador dio la orden de que todos tenían que morir y es aquí cuando se pone de manifiesto la talla de Mauricio que, teniendo armas y soldados para defenderse no lo hace, porque quiere imitar en todo a su modelo que no es otro que el mismo Jesucristo. Mansamente se entrega a los verdugos para ser azotado, atormentado y dispuesto a ser decapitado.
La narración de esta gesta sublime, protagonizada por Mauricio, fue contada por un historiador a través de un relato sustancialmente verídico. Puede que Euquero no acertara en algunos detalles, pero lo que parece fuera de toda duda, es que a finales del siglo III en Agauna tuvo lugar un martirio colectivo de soldados cristianos. Ahí está también por ejemplo el testimonio del siglo IV del obispo Martigny. Es un hecho que Mauricio y sus compañeros mártires fueron venerados desde muy antiguo, atrayendo peregrinos de muchos países, existiendo de ellos reliquias repartidas por las iglesias, hasta el mismo Carlos Martel usó la lanza que había utilizado Mauricio y en la liturgia gozaron de antífonas propias, como la que reza así : “ La santa legión de los mártires agaunenses, mientras resistía a los adversarios, merced a la intervención de S. Mauricio, su general, alcanzó el premió de la inmortalidad” Una inmortalidad potenciada, merced a la genial obra del Greco conocida como el martirio de S. Mauricio, realizada por encargo de Felipe II y que se conserva en el Monasterio de El Escorial. Lo que podemos ver en este cuadro viene a ser lo que Euquero, obispo de Lyón, nos trasmitió allá por el siglo V en su “Passio de S. Mauricio y la Legión de Tebas”.
Mauricio fue declarado por Pio XII patrón del ejercito italiano de infantería, si bien su patronazgo en las fuerzas político- militares venía de tiempos atrás, desde los tiempos de los emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico. Varios emperadores fueron coronados sobre el altar de S. Mauricio en la basílica de S. Pedro, Numerosas fundaciones e iglesias están dedicadas a la memoria de este santo de este glorioso santo. Prestigiosas órdenes de caballería se instituyeron en su honor, entre las que cabe citar la “Orden del Toisón de Oro”, la “Orden de San Mauricio.” Siendo muchos los lugares que llevan su nombre. Especial relevancia a lo largo de la historia han tenido también sus reliquias, hasta el punto de que en año 926 Enrique de Sajonia no tuvo inconveniente en ceder el cantón suizo de Aargau como precio estipulado para obtener la lanza, las espuelas y la espada de S. Mauricio. Precisamente estas últimas reliquias son insignias que figuraban en la coronación de los emperadores austro-húngaros hasta tiempos muy recientes. El mismo Otón I, en la Navidad de 961, recibía en Ratisbona el cuerpo de S. Mauricio que actualmente se conserva en Magdeburgo. Su nombre ha quedado grabado para la posteridad en la “Santa Lanza de Viena”, la que la tradición identifica como la lanza que atravesó el costado de Cristo agonizante.
Reflexión desde el contexto actual:
Hoy como en todos los tiempos, pienso yo, no deja de ser motivo de admiración y aún veneración el hecho de que alguien se deje matar por una noble causa, pero aún debiera serlo mucho más, al saber que ese alguien se encontraba en disposición de poder defenderse, recurriendo a las armas para oponerse a su enemigo. Mauricio el Tebano pensó que se ajustaba más al evangelio el morir perdonando que el morir matando. Sublime sabiduría que solo desde la religión cristiana del amor puede entenderse en toda su profundidad.