Un santo para cada día: 28 de junio San Ireneo de Lyon (Un luchador infatigable contra el gnosticismo)
El rasgo más destacado que caracteriza a San Ireneo es la profundidad de su fe: Dios, Cristo y la Iglesia son sus tres grandes amores. Su figura siempre irá unida a la lucha por combatir el gnosticismo
| Francisca Abad Martín
El rasgo más destacado que caracteriza a San Ireneo es la profundidad de su fe: Dios, Cristo y la Iglesia son sus tres grandes amores. Su figura siempre irá unida a la lucha por combatir el gnosticismo.
Nace en Asia Menor, cerca de Esmirna, a mediados del siglo II. Sabemos poco de sus primeros años. A través de una carta que escribió a un antiguo condiscípulo, que estaba metido en una secta gnóstica herética y él trata de reconducirle al buen camino, le recuerda cuando ambos eran discípulos de San Policarpo, que había conocido a San Juan Evangelista, y que había muerto martirizado en Esmirna en el año 155, cuando Ireneo era apenas un adolescente.
En los años siguientes apenas conocemos su andadura, solamente se conservan sus escritos, de una gran profundidad filosófica y teológica, conoce a San Justino y simpatiza con él. Sabemos también que estuvo unos años en Roma, pero es en Lyon (Francia) en el año 177, donde volvemos a encontrarlo al lado de un grupo de mártires, cerca de 50, presididos por el anciano obispo Potino, también nacido en Asia Menor y discípulo de San Policarpo. Ireneo estuvo trabajando tiempos atrás al lado del obispo Potino, quien le había ordenado sacerdote en la Iglesia de Lyon. Como Ireneo no había sido capturado, Potino y los demás prisioneros, envían, a través de él, una preciosa carta dirigida a la Iglesia de Roma.
Al regresar de Roma, consagrado ya como Obispo y fallecidos los mártires, recae sobre él la responsabilidad de restaurar y reorganizar la Iglesia de Lyon. Parece ser que por entonces en las Galias no había más Iglesia que la de Lyon, de ahí la gran importancia y trascendencia que tuvo la figura de San Ireneo, no solo como restaurador y consolidador de la Iglesia francesa, sino también y sobre todo, por la profundidad y trascendencia de sus escritos. De San Policarpo había heredado la simplicidad evangélica y el fervor religioso.
Nunca se cansaba de tender la mano a los que se desviaban y caían en el error y en la herejía. San Jerónimo apreciaba sus escritos y de él decía que era “elocuentísimo y doctísimo”. Sin duda fue un hombre culto, que leía infatigablemente libros cristianos y judíos, religiosos y profanos. Lucha de forma incansable contra la herejía “gnóstica” y tiene una gran obra titulada “La gnosis desenmascarada y refutada”. Era tan contundente la fuerza de sus argumentos que, al no poder ser refutados, tuvieron como consecuencia la degeneración de las doctrinas gnósticas, hasta que llegaron a desaparecer, por eso decían que Ireneo había matado al gnosticismo.
Era también muy devoto de la Santísima Virgen y es el primero que le da el título de “Causa de nuestra salvación”. La vida laboriosa y santa de Ireneo termina con el martirio. No podemos precisar la fecha exacta, pero parece ser que fue entre los años 202 y 207, durante el reinado del emperador Septimio Severo.
El Papa Benedicto XV extendió el culto a su figura a toda la Iglesia universal.
Reflexión desde el contexto actual:
Estamos ante un ejemplo innegable de obispo culto, de una gran profundidad y formación teológico-filosófica, muy preocupado, no solo por combatir la herejía, sino de atraer y tratar de convencer al extraviado, como que tuviera siempre presente la parábola del Buen Pastor, que no deja de pensar en la oveja perdida. El gran ejemplo de comprensión y caridad cristiana que nos da, se corresponde con una actitud firme y valiente en la defensa de su fe. Si algo podemos aprender de Ireneo los católicos de hoy es precisamente su compromiso sin fisuras por lo que respecta a la fe que profesaba.