Un santo para cada día: 18 de enero Santa Margarita de Hungría (Mediadora de la tranquilidad y de la paz)
Su lema fue: silencio, soledad, oración y penitencia. Pío XII la invocaba como “mediadora de tranquilidad y de paz para Hungría y para el mundo entero” en el momento que era canonizada en noviembre de 1943, durante la guerra mundial, estando Roma ocupada por los alemanes
| Francisca Abad Martín
Su lema fue: silencio, soledad, oración y penitencia. Pío XII la invocaba como “mediadora de tranquilidad y de paz para Hungría y para el mundo entero” en el momento que era canonizada en noviembre de 1943, durante la guerra mundial, estando Roma ocupada por los alemanes.
En el trascurrir del siglo XIII Europa tuvo que pasar por delicados momentos en los que se vivieron las invasiones de los mongoles. En 1241 el reino de Hungría acusó de forma palpable los problemas derivados de estas invasiones. Estaba gobernada por el rey Bela IV, hijo de Andrés II y después de la batalla contra los mongoles no tuvo más remedio que huir con su esposa, María Laskarina, hacia Croacia-Eslovenia. La reina, que estaba embarazada, tendría que dar a luz en el destierro. Antes del parto, los reyes prometieron a Dios que si era una niña se la ofrecerían en un convento, a cambio de que Él les librara de los mongoles y llegó el día en que la reina dio a luz una niña, el 27 de enero de 1242, a la que pusieron por nombre Margarita.
Al poco muere el Gran Kan y los mongoles se repliegan hacia su territorio, con el fin de reunirse para elegir un nuevo rey. Entonces Bela y su esposa regresan con la pequeña de nuevo a Hungría. Los reyes cumplieron su promesa y cuando Margarita tenía 3 años la llevaron al monasterio de Veszpreín para que las monjas dominicas se encargaran de su educación. Allí iban a visitarla con frecuencia su madre y su hermano mayor, para comprobar que se encontraba bien y era educada convenientemente.
Margarita demostró muy pronto una gran piedad, según nos cuentan, siendo todavía una niña preguntó en una ocasión qué representaba la cruz y una vez informada debidamente, solo acertó a decir: “Señor, me entrego toda a ti”; dicen también que era capaz de recitar de memoria el Oficio Parvo. En el monasterio había otras niñas, pero ella prefería irse a la capilla en lugar de irse a jugar con ellas. Le molestaba mucho que la llamaran princesa o la recordaran que llevaba sangre real en sus venas, pues no quería distinciones, porque decía que ella no era hija del rey sino de Dios y que Él era su único Padre. Los reyes iniciaron la construcción de un nuevo monasterio en la Isla de los Conejos, que estaba en medio del Danubio, cerca de Buda (entonces Budapest estaba dividida en dos ciudades Buda y Pest). El mismo día en que Margarita cumplió los 10 años fue llevada a ese nuevo monasterio, junto con 18 de las monjas de Veszpreín. Ese mismo día se les unieron 10 jóvenes nobles de todo el reino, para profesar allí como monjas dominicas.
Margarita, en su afán de humildad y de mortificación escogía siempre los hábitos más viejos que encontraba y las vestiduras lujosas que le enviaban sus padres las vendía y su importe lo repartía entre los pobres. Ya cumplidos los 12 años hizo profesión solemne de manos del quinto general de la Orden, Fray Humberto. En 1254, todavía muy joven, como era normal en esa época, su padre quiso que pidiera la dispensa de sus votos para que se desposara con Otakar II de Bohemia, lo que supondría una buena alianza política, pero ella dijo que jamás aceptaría, pues estaba firmemente decidida a morir siendo religiosa. Sus padres no se opusieron sino deseosos de que un día pudiera ser superiora, le construyeron un convento en el que años más tarde ingresaría con otras religiosas, implantando una vida de rígida observancia.
Son muchos los sucesos extraordinarios que se le atribuyen y que pasaremos por alto, tampoco vamos a hablar detalladamente de su intensa vida de piedad, de sus muchas mortificaciones, ni tampoco de sus éxtasis, de su gran humildad y de su intensa caridad. Decir simplemente que todas estas virtudes y cualidades tan admirables, son las que le han merecido el honor de ser elevada a los altares. Agotada por una austera vida de mortificaciones y penitencias, fallecía el 18 de enero de 1270, en el monasterio de la Isla de los Conejos, a los 28 años, dejando escapar de sus labios las palabras del salmista "In te, Domine, speravi". El pueblo húngaro comenzó muy pronto a rendirle culto y a venerarla como santa sin embargo, su proceso de canonización fue interrumpido en varias ocasiones. Al final Pío XII, el 19 de noviembre de 1943, la declaró santa oficialmente para toda la Iglesia.
Reflexión desde el contexto actual:
La santidad viene a ser una vocación universal a la que todos los hombres y mujeres estamos llamados, según las palabras que se pueden leer en el evangelio “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. La invitación está cursada y lo que hay que hacer es aceptar el reto, querer ser santos y quererlo de vedad como lo quiso Margaría de Hungría, que pudo ser reina, que pudo tener amor, poder y dinero, que lo pudo tener todo y todo lo despreció porque en realidad lo único que ella quería, era ser santa y cuando uno lo deja todo por amor tiene la mitad del camino andado y ya solo hace falta dejar obrar a Dios.