Un santo para cada día: 15 de abril Viernes Santo. (La infinita tragedia del Gólgota)

Viernes Santo
Viernes Santo

¡Cristo Doliente! Déjanos decirte en esta tarde de inmenso dolor, lo orgullosos que nos sentimos de ser hombres como tú y de poder sufrir contigo. Deja que te digamos que estamos infinitamente agradecidos  del  perdón que tú nos mereciste  por  todas nuestras culpas

Acabada la cena de Pascua, el Maestro con sus discípulos salieron fuera del Cenáculo y atravesando el torrente Cedrón llegaron al huerto de los Olivos, que iba a ser el escenario de la terrible agonía de un Dios, que por voluntad propia quiso sufrir como los hombres.  Jesús de pronto se vio sumergido en un profundo abismo de soledad y miedo. Buscaba auxilio y no encontró a nadie que le pudiera consolar en este cara a cara con la muerte. “Me muero de tristeza” dice Él, que hace unos momentos exhortaba a los discípulos a no tener miedo. El señorío y majestuosidad de ese hombre a quien toda fuerza se le sometía, parecía haber desaparecido. Ahora le vemos débil y abatido, buscando ayuda en unos discípulos que se habían dormido “¡Padre, todo te es posible!¡Aparta de mi este cáliz!... Pero si es tu voluntad que lo beba lo beberé.” Cuánto dolor, saber que iba a morir por unos hombres que le habían dejado solo en estas horas de angustia.

Hay vacilación y duda en estos momentos angustiosos en que Jesús está viviendo   su propia muerte.  El misterio de Jesucristo, como revelación del Padre, había llegado a una situación límite, pareciera que su divinidad quedaba eclipsada por su humanidad.  Antes de la agonía de Getsemaní Jesús siempre se había mostrado dueño y seguro de sí mismo, aún en los momentos más difíciles y volverá a estarlo ante el Sanedrín e incluso colgado en la cruz. Cuando hayan pasado estas tres o cuatro horas fatídicas de profunda noche oscura del alma, en que ni siquiera el Padre se hace presente, volverá la paz a su espíritu; pero en estos momentos angustiosos se ve solo ante la muerte como un hombre cualquiera, dispuesto a dar el salto mortal a lo desconocido, sin red protectora alguna.  ¿Por qué Dios que tanto quiere a su Hijo no le libra de este suplicio? Los evangelistas guardan silencio y los teólogos se hacen preguntas, muchas preguntas, pero ninguna de ellas tiene respuesta. Es el misterio de Dios hecho hombre llevado hasta las últimas consecuencias. Él quiso aguantar y resistir sin echar mano de su divinidad, para experimentar lo que supone ser hombre de verdad.      

Bien mirado, el drama de Getsemaní es más impactante que el drama del Calvario. Lo adivinamos porque desde el momento en que las voces del espíritu prevalecen sobre las voces de la carne volvemos a ver a Jesús invadido por la paz, la calma y el sosiego.   Todo vuelve a estar bajo su dominio, incluida la muerte. Lo que iba a venir después de esas horas angustiosas sería terrible, sin duda, pero Él ya estaba preparado para soportarlo todo, una vez que la voluntad del Padre se había manifestado. Ahora ya solo quedaba echarse en sus brazos para que se cumpliera puntualmente lo que Él quisiera.   La fuerza del espíritu había retornado y con ella podía soportarlo todo y estar por encima de todo. Viendo que la patrulla de la muerte estaba próxima, se adelanta él solo y al verle los esbirros con tanta entereza, su primera reacción fue retroceder y una vez repuestos de la impresión, le prendieron y se lo llevaron. 

Comenzaba la segunda parte del drama que iba a estar presidida en todo momento por quien era el Señor y Dueño de todos y de todo.   Comenzaba el duro trayecto de la Vía Dolorosa, que conduce al Gólgota, donde se iba a levantar una cruz destinada a dar sentido a todas las cruces de la tierra. A través del Cristo del Calvario vamos a ir descubriendo lo que significa la palabra Dios, que por amor a los hombres permite que su Hijo pase por el trance doloroso  y humillante, porque el Dios que se nos muestra  a través de Jesucristo retorciéndose de dolor, a quien se le escupe a la cara, de quien todos se ríen y mofan, al que se le despoja de las vestiduras dejándole totalmente desnudo, sin respeto alguno al más elemental sentimiento íntimo de pudor y decoro, a quien se le abofetea y al final se le ejecuta como al peor de los criminales, no es un Dios triunfador y fuerte, sino un Dios vencido y débil, como  nos le pinta Isaías. La divinidad escarnecida de Jesús ha sido durante siglos y seguirá siendo piedra de escándalo. El Dios de la Cruz nos sorprende, nos descoloca, nos desorienta, aunque también nos atrae de forma irresistible, porque vemos en Él la expresión de la solidaridad suprema, porque vemos en Él nuestro consuelo cuando nos encontramos triturados por el dolor y la enfermedad. Convenía que el Justo muriera para que así, de esta forma, comprendiéramos hasta qué punto Dios ama a los hombres.

Cristo crucificado deja al descubierto las entrañas del Dios de la misericordia. Los desdichados de la tierra, cuando nos veamos alcanzados por el dolor y por la muerte, nos sentiremos aliviados al ver a Cristo crucificado abierto de brazos para abrazarnos. Nunca le vimos tan cercano como ahora, revestido de nuestra pobre condición humana. Un Dios que es capaz de padecer a nuestro lado, es porque lo puede todo, hasta llegar a convertirse en hombre. Ante este misterio tan sobrecogedor solo cabe decir qué bueno y qué grande es Dios.

Crucifixión
Crucifixión

En esta tarde del Gólgota volvemos la mirada al Cristo doliente, que nos quiere abrazar a todos con sus largos brazos abiertos, sin distinción de razas, sin distinción de credos. Él es el Cristo de todos y para todos, reconciliador del hombre con el hombre y ¿cómo no? reconciliador de Dios con el hombre y del hombre con Dios.  De un Dios que supo por propia experiencia lo duro que es ser hombre, pero también lo apasionante que es vivir esta aventura; lo difícil que es llevar la cruz de cada día, pero también lo hermoso que ello es cuando se hace con amor y por amor.

¡Cristo Doliente! Déjanos decirte en esta tarde de inmenso dolor, lo orgullosos que nos sentimos de ser hombres como tú y de poder sufrir contigo. Deja que te digamos que estamos infinitamente agradecidos  del  perdón que tú nos mereciste  por  todas nuestras culpas.

Volver arriba