Un santo para cada día: 25 de enero La conversión de S. Pablo (¡Saulo! ¿Por qué me persigues?)
El antaño perseguidor de Cristo iba a ser a partir de ahora uno de sus más celosos apóstoles, dispuesto a predicar su nombre por calles sinagogas y foros. Durante treinta años Pablo no va a hacer otra cosa más que llevar la Buena Noticia por todos los confines de la tierra
Saulo había nacido en una ciudad grecorromana plagada de corrupción, llamada Tarso, allí vivía y trabajaba ganándose la vida como tejedor, poseía por tanto la ciudadanía romana, pero él en cuerpo y alma se sentía judío. Hijo del judío Fario y él mismo fariseo convencido, odiaba todo aquello que se apartara un ápice de la ley mosaica que él desde muy pequeño se había encargado de estudiar y poner en práctica. Escuchando las enseñanzas del doctor de ley Gamaliel llegó a convertirse en un fanático, que rezumaba odio por todos sus costados contra los cristianos, los cuales para él no eran otra cosa que unos herejes abominables. Sus predicaciones le sacaban de quicio, pues no tenía ningún sentido seguir las enseñanzas de un crucificado, pero el caso era que esta herejía se iba extendiendo cada vez más y el número de los judíos que se pasaban a sus filas era cada vez mayor, con lo cual se ponía en peligro la tradición de la religión judía, por lo que había que hacer algo para parales los pies.
El fanatismo había convertido a Saulo en un enemigo acérrimo de los cristianos, por lo que les perseguía a muerte allí donde estuvieran. Le veremos formando parte del tribunal que condena a Esteban a ser dilapidado y se prestará gustoso a guardar los mantos de los verdugos para que pudieran realizar más eficazmente su obra. Con ciega pasión perseguía Saulo a las iglesias, entraba en sus casas, les atormentaba y les metía en la cárcel, sembrando el miedo por donde quiera que iba. El mismo nos lo dice: No había nada que me detuviera con tal de borrar el nombre de Jesús. Dominado por este acceso de locura se procuró un permiso de las autoridades para ir a detener a los cristianos de Damasco y estando en camino para cumplir esta abominable misión, aconteció un hecho prodigioso que su discípulo Marcos nos cuenta con todo detalle en los Hechos de los Apóstoles. “Al llegar cerca de Damasco, de súbito le cercó una luz fulgurante venida del cielo, y cayendo por tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dijo: ¿Quién eres, Señor? Y él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer. Y los hombres que le acompañaban se habían detenido, mudos de espanto, oyendo la voz, pero sin ver a nadie. Se levantó Saulo del suelo y, abiertos los ojos, nada veía. Y llevándole de la mano lo introdujeron en Damasco, y estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió" (Act. 9, 3-9).
En casa de un hebreo llamado Judas permanecía en silencio en constante oración y asediado por remordimiento que le producía el recuerdo de tantos cristianos perseguidos y torturados por su culpa. En su interior no dejaba de martillearle la pregunta ¿por qué me persigues, Saulo? Así hasta que en la casa llegó un enviado de Dios llamado Ananías, quien entrando en su aposento le colocó sus manos sobre la cabeza y le dijo: "Hermano Saulo: me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías. Y me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo". De inmediato se le cayeron de los ojos como una especie de escamas y recobró la vista, luego se levantó y fue bautizado. Convertido ya en otro hombre distinto tomó alimento y recobró las fuerzas. Saulo había quedado convertido en Pablo.
Después de haber sucedido todo, esto Pablo continuó algunos días en casa de Judas recibiendo consejos y enseñanzas de quienes a partir de ahora iban a ser sus correligionarios. El antaño perseguidor de Cristo iba a ser a partir de ahora uno de sus más celosos apóstoles, dispuesto a predicar su nombre por calles sinagogas y foros. Durante treinta años Pablo no va a hacer otra cosa más que llevar la Buena Noticia por todos los confines de la tierra. El fuego y la pasión que le consumía seguía en su interior, pero había cambiado de signo, ya no era el fanático fariseo que ejercitaba la violencia, ahora era el abnegado apóstol de Cristo movido por santo celo y piadosa caridad. Todos cuantos le escuchaban quedaban estupefactos y se preguntaban: ¿No era éste el violento perseguidor de los cristianos? Y es que no sabían que Saulo ya no era Saulo, porque se había convertido en un hombre nuevo. “Yo ya no soy yo; es Cristo quien vive en mí” diría de sí mismo.
Tan trascendental fue la conversión de Pablo que Lucas hace referencia a ella en tres pasajes distintos.
Reflexión desde el contexto actual:
Conversiones siempre las ha habido, las hay actualmente y las seguirá habiendo, si bien entre todas ellas la de Pablo de Tarso es la paradigmática, porque es en ella donde la acción de Dios destaca de modo más visible y también porque en ella se aprecia de forma más notoria la radicalidad del cambio. En ella es fácil apreciar que Dios no se cansa de esperar y en cualquier momento se nos puede hacer presente a la vuelta de la esquina para decirnos: Conóceme bien, mira quien soy yo, no tengas miedo, conviértete de todo corazón y no te apartes de mí. La repercusión de la conversión de Pablo en la historia del cristianismo es enorme. Sin ella difícilmente éste podría haber llegado al estado tal y como ahora le conocemos.