El Papa pone deberes a la pastoral matrimonial y pide "profundizar" en la formación espiritual de los novios Francisco denuncia en la audiencia general que "Palestina está sufriendo ataques inhumanos"

Francisco enseña una medalla a un niño
Francisco enseña una medalla a un niño RD/Captura

"Hermanos y hermanas, recemos por la paz. Hoy, de madrugada, he recibido las estadísticas de los fallecidos en Ucrania... La guerra no perdona. La guerra es un fracaso desde el inicio

"No estaría mal -enfatizó-, por tanto, que, junto a la información jurídica, psicológica y moral que se da, se profundizara en esta preparación «espiritual» de los novios para el matrimonio", señaló Francisco en la catequesis de la audiencia de este miércoles

"Las consecuencias de los matrimonios construidos sobre arena están, por desgracia, a la vista de todos, y son sobre todo los hijos quienes pagan el precio"

En su décima catequesis sobre el Espíritu Santo, desarrollada todavía en la Plaza de San Pedro en su audiencia de este miércoles, 23 de octubre, el Papa ha querido traer a la reflexión lo que denominó "algunas migajas de la doctrina del Espíritu Santo desarrollada en la tradición latina, para ver cómo ilumina toda la vida cristiana y el sacramento del matrimonio en particular".

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"¿Qué puede tener que ver el Espíritu Santo con el matrimonio? Mucho, quizá lo esencial, ¡y trato de explicar por qué! El matrimonio cristiano es el sacramento de la entrega de uno a otro, del hombre y de la mujer", señaló Francisco, quien aseguró también que "la pareja humana es, pues, la primera y más básica realización de la comunión de amor que es la Trinidad".

Sin embargo, añadió, "nadie dice que esa unidad sea una meta fácil, y menos en el mundo de hoy; pero ésta es la verdad de las cosas tal como el Creador las quiso y, por tanto, está en su naturaleza".

Audiencia general en la plaza de San Pedro
Audiencia general en la plaza de San Pedro RD/Captura

En este sentido, indicó que "las consecuencias de los matrimonios construidos sobre arena están, por desgracia, a la vista de todos, y son sobre todo los hijos quienes pagan el precio", por lo que hizo una petición:

"No estaría mal -enfatizó-, por tanto, que, junto a la información jurídica, psicológica y moral que se da, se profundizara en esta preparación «espiritual» de los novios para el matrimonio". "«Entre marido y mujer, no pongas el dedo», dice un proverbio italiano. En cambio, hay un 'dedo' que poner entre marido y mujer, y es precisamente el 'dedo de Dios': ¡el Espíritu Santo!", concluyó el Papa.

Francisco durante la catequesis
Francisco durante la catequesis

A la hora de los saludos a los distintos grupos de peregrinos presentes en la plaza de San Pedro, el Papa, al dirigirse a los lengua árabe, se dirigió de manera especial a los llegados del Líbano, pidiendo "la intercesión de los nuevos santos los frailes franciscanos y los hermanos Massabki".

También, habiéndose referido al matrimonio y a la familia en su catequesis, en su saludo a los peregrinos polacos, Francisco recordó la figura de Juan Pablo II, "el Papa de las familias"

El fracaso y negocio de la guerra

Finalmente, y de manera solemne, el Papa pidió: "Hermanos y hermanas, recemos por la paz. Hoy, de madrugada, he recibido las estadísticas de los fallecidos en Ucrania... La guerra no perdona. La guerra es un fracaso desde el inicio. Recemos por la paz, para que Dos nos la conceda a todos, Y no nos olvidemos de Myanmar, Palestina, que está sufriendo ataques inhumanos; no olvidemos a Israel, no olvidemos a ninguna nación delas que están en guerra..."

Igualmente, Francisco recordó, como ha hecho en otras ocasiones, que "las inversiones que hoy dan más ganancias, están en los armamentos". "Recemos por la paz todos juntos", pidió antes de recogerse él mismo en oración.

Fieles en la plaza de San Pedro para la audiencia general
Fieles en la plaza de San Pedro para la audiencia general RD/Captura

Texto íntegro de la catequesis del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La última vez explicamos lo que, del Espíritu Santo, proclamamos en el credo. La reflexión de la Iglesia, sin embargo, no se ha detenido en esa breve profesión de fe. Ha continuado, tanto en Oriente como en Occidente, a través de la obra de grandes Padres y Doctores. Hoy, en particular, quisiéramos recoger algunas migajas de la doctrina del Espíritu Santo desarrollada en la tradición latina, para ver cómo ilumina toda la vida cristiana y el sacramento del matrimonio en particular.

El principal iniciador de esta doctrina es san Agustín. Parte de la revelación de que «Dios es amor» (1 Jn 4,8). Ahora bien, el amor presupone al que ama, al que es amado y al amor mismo que los une. El Padre es, en la Trinidad, el que ama, fuente y principio de todo; el Hijo es el que es amado, y el Espíritu Santo es el amor que los une[1]. El Dios de los cristianos es, por tanto, un Dios «único», pero no solitario; la suya es una unidad de comunión y de amor.

En esta línea, algunos han propuesto llamar al Espíritu Santo, no la «tercera persona» singular de la Trinidad, sino más bien «la primera persona plural». Él, en otras palabras, es el Nosotros divino del Padre y del Hijo, el vínculo de unidad entre personas distintas[2], el principio mismo de la unidad de la Iglesia, que es precisamente un «solo cuerpo» resultante de varias personas.

Como decía, hoy quisiera reflexionar con vosotros, en particular, sobre lo que el Espíritu Santo tiene que decir a la familia. ¿Qué puede tener que ver el Espíritu Santo con el matrimonio? Mucho, quizá lo esencial, ¡y trato de explicar por qué! El matrimonio cristiano es el sacramento de la entrega de uno a otro, del hombre y de la mujer. Así lo pensó el Creador cuando «creó al hombre a su imagen [...]: varón y hembra los creó» (Gn 1,27). La pareja humana es, pues, la primera y más básica realización de la comunión de amor que es la Trinidad.

Los cónyuges deben formar también una primera persona del plural, un «nosotros». Preséntense el uno ante el otro como un «yo» y un «tú», y preséntense ante el resto del mundo, incluidos los niños, como un «nosotros». Qué hermoso es oír a una madre decir a sus hijos: «Vuestro padre y yo...», como dijo María a Jesús cuando lo encontraron a los doce años en el templo (cf. Lc 2,48), y oír a un padre decir: «Vuestra madre y yo», como si fueran uno. ¡Cuánto necesitan los hijos esta unidad de los padres y cuánto sufren cuando falta!

Sin embargo, para corresponder a esta vocación, el matrimonio necesita el apoyo de Aquel que es el Don, o más bien el dador por excelencia. Donde entra el Espíritu Santo, renace la capacidad de darse. Algunos Padres de la Iglesia latina afirmaban que, siendo el don mutuo del Padre y del Hijo en la Trinidad, el Espíritu Santo es también la razón de la alegría que reina entre ellos, y no temían utilizar, al hablar de él, la imagen de gestos propios de la vida conyugal, como los besos y los abrazos[3].

Nadie dice que esa unidad sea una meta fácil, y menos en el mundo de hoy; pero ésta es la verdad de las cosas tal como el Creador las quiso y, por tanto, está en su naturaleza. Por supuesto, puede parecer más fácil y rápido construir sobre arena que sobre roca; pero la parábola de Jesús nos dice cuál es el resultado (cf. Mt 7,24-27). En este caso, pues, ni siquiera necesitamos la parábola, porque las consecuencias de los matrimonios construidos sobre arena están, por desgracia, a la vista de todos, y son sobre todo los hijos quienes pagan el precio.

De tantos cónyuges, hay que repetir lo que María dijo a Jesús en Caná de Galilea: «No tienen vino» (Jn 2,3). El Espíritu Santo, sin embargo, es quien sigue realizando, en el plano espiritual, el milagro que Jesús hizo en aquella ocasión, es decir, cambiar el agua de la costumbre en una nueva alegría de estar juntos. No se trata de una ilusión piadosa: es lo que el Espíritu Santo ha hecho en tantos matrimonios, cuando los novios decidieron invocarlo.

No estaría mal, por tanto, que, junto a la información jurídica, psicológica y moral que se da, se profundizara en esta preparación «espiritual» de los novios para el matrimonio. «Entre marido y mujer, no pongas el dedo», dice un proverbio italiano. En cambio, hay un 'dedo' que poner entre marido y mujer, y es precisamente el 'dedo de Dios': ¡el Espíritu Santo!

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[1] Cf. S. Agustín, De Trinitate, VIII,10,14)

[2] Cf. H. Mühlen, Una mystica persona. La Iglesia como misterio del Espíritu Santo, Città Nuova, 1968. [3] Cf. san Hilario de Poitiers, De Trinitate, II, 1; san Agustín, De Trinitate,

Saludo del Papa en español

Queridos hermanos y hermanas: 

Hoy reflexionamos sobre cómo la relación del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo, tiene  mucho que decir al sacramento del matrimonio, a la familia. En el matrimonio cristiano, el hombre y  la mujer se entregan el uno al otro, su relación es la primera y fundamental realización de la comunión  de amor que es la Trinidad. En ella, el Padre es la Fuente de todo amor, el Hijo es el Amado que  corresponde con amor, y el Espíritu Santo es el Amor que los une. 

Nosotros decimos que el Espíritu Santo es un don, es más, que es el don por excelencia. Por  eso, para responder a la vocación del matrimonio, que es también donación, se necesita dejarlo entrar.  No es casualidad que algunos padres de la Iglesia latina hayan utilizado imágenes propias del amor  conyugal, como el beso y el abrazo, para hablar de cómo en la Trinidad el Espíritu Santo es el don  recíproco del Padre y del Hijo, y la razón de la alegría que reina entre ellos. 

Hoy hay tantos esposos sobre quienes se podría decir, como dijo María a Jesús en Caná de  Galilea: «No tienen vino» (Jn 2,3). Y es el Espíritu Santo quien sigue haciendo el milagro que hizo  Jesús en aquella ocasión.  

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Los invito a que invoquemos  siempre al Espíritu Santo para que renueve el amor y la unión en los matrimonios cristianos y en  todas las familias. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias. 

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