El Papa cita al teólogo de la liberación José Comblin en su catequesis en el Aula Pablo VI Francisco pide "una solución política" en Siria y que "las diversas religiones puedan caminar juntas"

Francisco presiden la audiencia general en el Aula Pablo VI
Francisco presiden la audiencia general en el Aula Pablo VI RD/Captura

"Sigo con atención todo lo que está sucediendo en Siria en este momento delicado de su historia. Deseo que se llegue a una solución política que, sin otros conflictos y divisiones, promueva la estabilidad el país", señaló el Papa al final de la catequesis, la última sobre el Espíritu Santo y la Iglesia

"El cristiano no puede contentarse con tener esperanza; también debe irradiar esperanza, ser un sembrador de esperanza. Éste es el don más hermoso que la Iglesia puede hacer a toda la humanidad, sobre todo en momentos en que todo parece arriar las velas"

A la hora de que los cristianos den testimonio de esa esperanza, recomendó, siguiendo las palabras de Pedro, hacerlo "con dulzura y respeto", porque "no es tanto la fuerza de los argumentos lo que convencerá a las personas, sino el amor que sepamos poner en ellos. Esta es la primera y más eficaz forma de evangelización"

"El cristiano no puede contentarse con tener esperanza; también debe irradiar esperanza, ser un sembrador de esperanza. Éste es el don más hermoso que la Iglesia puede hacer a toda la humanidad, sobre todo en momentos en que todo parece arriar las velas". Es la petición que ha hecho el Papa en la catequesis de esta mañana en la audiencia general, la última dedicada al Espíritu Santo y la Iglesia, que comenzó el 29 de mayo pasado. 

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Ya en el interior del Aula Pablo VI, debido a las bajas temperaturas que se registran en el exterior, en la plaza de San Pedro, Francisco recordó en su alocución que "el Espíritu Santo es la fuente siempre caudalosa de la esperanza cristiana" y que "si la Iglesia es una barca, el Espíritu Santo es la vela que la impulsa y la hace avanzar en el mar de la historia, ¡hoy como ayer!".

Pero la esperanza, advirtió el Pontífice, "no es una palabra vacía, ni nuestro vago deseo para que las cosas vayan bien: es una certeza, porque se fundamenta en la fidelidad de Dios a sus promesas. Por eso se llama virtud teologal: porque está infundida por Dios y tiene a Dios como garante. No es una virtud pasiva, que se limita a aguardar que las cosas sucedan. Es una virtud supremamente activa que ayuda a que sucedan", fundamento.

El Aula Pablo VI, repleta de fieles para la catequesis general
El Aula Pablo VI, repleta de fieles para la catequesis general RD/Catequesis

En este punto, citó el Papa al teólogo de la liberación José Comblin "-alguien que luchó por la liberación de los pobres"-, al señalar que "el Espíritu Santo está en el origen del clamor de los pobres. Es la fuerza que se da a los que no tienen fuerza".

Finalmente, a la hora de que los cristianos den testimonio de esa esperanza, recomendó, siguiendo las palabras de Pedro, hacerlo "con dulzura y respeto", porque "no es tanto la fuerza de los argumentos lo que convencerá a las personas, sino el amor que sepamos poner en ellos. Esta es la primera y más eficaz forma de evangelización. ¡Y está abierta a todos!".

Parejas de novios en la audiencia general
Parejas de novios en la audiencia general RD/Captura

A la hora de los saludos a los fieles presentes -como es habitual, entre ellos, varias parejas de novios-, Francisco comenzó aludiendo a un tema que ha agitado la situación política internacional: "Sigo con atención todo lo que está sucediendo en Siria en este momento delicado de su historia. Deseo que se llegue a una solución política que, sin otros conflictos y divisiones, promueva la estabilidad el país. Rezo, por intercesión de la Virgen María, para que el pueblo sirio pueda vivir en paz y seguridad en su amada tierra, y que las diversas religiones puedan caminar juntas en la amistad y en el respeto recíproco, por el bien de esta nación afligida por tantos años de guerra", imploró.

Finalmente, y como ya es habitual, el Papa señaló que "pienso siempre en la martirizada Ucrania, que está sufriendo tato en esta guerra. Recemos para se encuentre un camino de salida, y pienso en Palestina, en Israel, en Myanmar... Que regrese la paz, que haya paz, la guerra siempre es una derrota, recemos por la paz", concluyó su ruego.

Francisco, durante su catequesis
Francisco, durante su catequesis RD/Captura

La catequesis del Papa en la Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hemos llegado al final de nuestras catequesis sobre el Espíritu Santo y la Iglesia. Dedicamos esta última reflexión al título que hemos dado a todo el ciclo, es decir: «El Espíritu y la Esposa». El Espíritu Santo conduce al Pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra Esperanza». Este título se refiere a uno de los últimos versículos de la Biblia, en el libro del Apocalipsis, que dice: «El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!”» (Ap 22,17). ¿A quién se dirige esta invocación? A Cristo resucitado. De hecho, tanto San Pablo (cf. 1 Cor 16:22) como la Didaché, un escrito de la época apostólica, atestiguan que en las reuniones litúrgicas de los primeros cristianos resonaba en arameo el grito «¡Maràna tha!», que significaba precisamente «¡Ven Señor!».

En aquella fase más antigua, la invocación tenía un trasfondo que hoy llamaríamos escatológico. Expresaba, en efecto, la ardiente espera del regreso glorioso del Señor, de la «parusía». Este grito y la expectación que expresa nunca se han desvanecido en la Iglesia. Incluso hoy, en la misa, inmediatamente después de la consagración, proclama la muerte y resurrección de Cristo «en espera de su venida».

Fieles en el Aula Pablo VI para la audiencia general
Fieles en el Aula Pablo VI para la audiencia general RD/Captura

Pero esta espera de la venida última de Cristo no se ha quedado sola y única. A ella se ha unido también la expectativa de su venida continua en la situación presente y peregrina de la Iglesia. Y es en esta venida en la que la Iglesia piensa sobre todo cuando, animada por el Espíritu Santo, clama a Jesús: «¡Ven!».

Se ha producido un cambio -o mejor dicho un desarrollo- lleno de significado con respecto al grito «¡Ven!» en los labios de la Iglesia. Éste no se dirige habitualmente sólo a Cristo, ¡sino también al mismo Espíritu Santo! Aquel que clama es ahora también Aquel a quien se clama. «¡Ven!» es la invocación con la que comienzan casi todos los himnos y oraciones de la Iglesia dirigidos al Espíritu Santo: “Ven, oh Espíritu Creador”, decimos en el Veni Creator, y “Ven, Espíritu Santo”, “Veni Sancte Spiritus”, en la secuencia de Pentecostés; y así en muchas otras oraciones. Y es justo que así sea, porque, después de la Resurrección, el Espíritu Santo es el verdadero «alter ego» de Cristo, Aquel que ocupa su lugar, que lo hace presente y operante en la Iglesia. Es Él quien «anunciará lo que ha de venir» (cf. Jn 16,13) y lo hace desear y esperar. Por eso Cristo y el Espíritu son inseparables, también en la economía de la salvación.

El Espíritu Santo es la fuente siempre caudalosa de la esperanza cristiana. San Pablo nos dejó estas preciosas palabras: «Que el Dios de la esperanza los colme, creyentes, de todo gozo y paz, para que abunden en esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rom 15,13). Si la Iglesia es una barca, el Espíritu Santo es la vela que la impulsa y la hace avanzar en el mar de la historia, ¡hoy como ayer!

Esperanza no es una palabra vacía, ni nuestro vago deseo para que las cosas vayan bien: es una certeza, porque se fundamenta en la fidelidad de Dios a sus promesas. Por eso se llama virtud teologal: porque está infundida por Dios y tiene a Dios como garante. No es una virtud pasiva, que se limita a aguardar que las cosas sucedan. Es una virtud supremamente activa que ayuda a que sucedan. Alguien que luchó por la liberación de los pobres escribió estas palabras: «El Espíritu Santo está en el origen del clamor de los pobres. Es la fuerza que se da a los que no tienen fuerza. Él dirige la lucha por la emancipación y la plena realización del pueblo de los oprimidos»[1].

El cristiano no puede contentarse con tener esperanza; también debe irradiar esperanza, ser un sembrador de esperanza. Éste es el don más hermoso que la Iglesia puede hacer a toda la humanidad, sobre todo en momentos en que todo parece arriar las velas.

El apóstol Pedro exhortó a los primeros cristianos con estas palabras: «Adoren al Señor, Cristo, en sus corazones, estando siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes.». Pero añadió una recomendación: «Sin embargo, háganlo con dulzura y respeto.» (1 Pe 3,15-16). Sí, porque no es tanto la fuerza de los argumentos lo que convencerá a las personas, sino el amor que sepamos poner en ellos. Esta es la primera y más eficaz forma de evangelización. ¡Y está abierta a todos!

Queridos hermanos y hermanas, ¡que el Espíritu nos ayude siempre a «abundar en esperanza en virtud del Espíritu Santo»!

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[1] J. Comblin, El Espíritu Santo y la liberación, Asís 1989, 236.

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