¡Feliz sábado! Una vez más vamos a disfrutar de una composición dedicada a la madre de Dios. En este caso, el maestro que la escribió es poco conocido por este tipo de obras en las que también se destila su gran arte.

No es otro que Franz Liszt (1811-1886), compositor húngaro nacido en Raiding (entonces en el Imperio austríaco). Su vida estuvo a caballo entre lo puramente genial y lo excéntrico más extravagante. Se dice que en 1839 regresó a Hungría tras dieciséis años fuera del país. Que pudiese tocar en diversos lugares era un sueño hecho realidad para los húngaros. A comienzos de 1840, en una de esas interpretaciones, tocó su versión del himno nacional húngaro con tan grandísimo éxito que causó el delirio en quienes lo escucharon. Se organizó tal jaleo que la multitud formó una buena fila para saludarlo. Luego se llegó a reunir en un desfile, con bandas de música tocando y un guirigay tan inmenso que casi no se entendía nadie. Todo ello, para alegrarse de lo maravilloso que era Liszt cuando tocaba/improvisaba al piano.

Disfrutemos de su Ave Maria, compuesta para coro y órgano. Parece ser que fue compuesta en torno a 1873. Nos recuerda poderosamente a su Petite Messe Solennelle (que no tiene nada de pequeña). Esta versión está dedicada a la emperatriz Eugenia. El compositor esperaba que la monarca hiciese que su amigo Michele Carafa recuperase su pensión. Este había terminado de enseñar en el conservatorio de París y también gozó de la generosidad del compositor. Como es normal en én, el húngaro nos regala un bombón, lleno de sabor y de fervor religioso.

La partitura de la composición puede descargarse aquí.

La interpretación es del Ensemble la Sportelle y Emmeran Rollin al órgano.