La mayor ofensiva rusa desde el inicio de la guerra ha tenido como objetivo destruir la red energética ucrania cuando el frío ya ha llegado y el invierno está a la vuelta de la esquina. Rusia triplicó en octubre los bombardeos para destruir la red energética de Ucrania
| Edit. Salvador GARCÍA BARDÓN
Los servicios de inteligencia de la OTAN aseguran que los arsenales de Moscú están bajo mínimos, pero la ofensiva aérea más dura desde el inicio de la guerra multiplica el uso de armamento de largo alcance
→ « Matando impunemente Ucranianos y destruyendo sistemáticamente Ucrania, Rusia se comporta como un estado terrorista a nivel mundial. Su objetivo es imponer a Occidente y al resto de la Humanidad el miedo de su nacionalismo dictatorial ortodoxo, armado nuclearmente, como adversario invencible de la pretendidamente corrupta civilización occidental. » ← (Amistad Europea Universitaria)
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8 de octubre. El puente de Kerch es atacado. Desde entonces Rusia ha intensificado los lanzamientos.
El resultado de esta ola de bombardeos son los cortes de luz masivos que sufre la población, además de que los sistemas de calefacción—centralizados por cada Ayuntamiento— todavía no se han puesto en marcha en la mayor parte del país para garantizar suficientes reservas de cara a los meses más duro del invierno. Yuri Vitrenko, presidente de Naftogaz —empresa estatal de suministro de gas—, calculaba el 14 de octubre en una entrevista del diario Kyiv Independent que Ucrania cuenta con menos de la mitad de las reservas habituales de gas, en buena parte porque las importaciones desde la Unión Europea se han visto reducidas por las restricciones de este combustible en territorio comunitario. Por otro lado, Ucrania está preparando por primera vez la importación de electricidad desde sus aliados europeos. Entre un 40% y un 50% de su red eléctrica ha quedado inutilizada.

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Los misiles de crucero que está utilizando Rusia a gran escala se cuentan entre las armas más avanzadas y caras del mundo. Los Kalibr, disparados desde sus buques de la flota del mar Negro, tienen un coste de un un millón de euros por unidad, según un estudio de la revista Defense Express. Los Kh-101 y Kh-55, de entre uno y 1,2 millones de euros, y los Iskander balísticos, de unos dos millones de euros, según este medio especializado en asuntos militares. Los Kh-101 y Kh-55 son disparados desde territorio ruso, en la mayor parte de ocasiones, desde bombarderos Tu-95 y Tu-160 ubicados en la costa del mar Caspio, lejos de territorio ucranio para evitar ser derribados por las defensas antiaéreas.
El arsenal ruso aguanta
Los servicios de inteligencia de Ucrania y de los Estados miembros de la OTAN como el Reino Unido y Estados Unidos reiteran desde el pasado verano que el arsenal balístico ruso de precisión está bajo mínimos. Ya en mayo, por ejemplo, representantes del Pentágono aseguraron en un encuentro con medios de comunicación que Rusia había gastado el 50% de sus recursos en misiles de crucero. Oleksii Danilov, secretario del Consejo Nacional y de Defensa de Ucrania —órgano del Gobierno— afirmó el 10 de octubre que a Moscú le quedaban pocos misiles de largo alcance: “No les quedan muchos misiles, y tarde o temprano se quedarán sin ellos completamente. Sabemos que tienen significativamente menos que antes del 24 de febrero [día que empezó la invasión de Ucrania]”.
Pese a estas estimaciones, las fuerzas rusas han continuado utilizando estos misiles en proporciones que no se habían visto desde el inicio de la guerra. Entre febrero y marzo, el primer mes de la invasión, Rusia disparó 1.200 misiles, según el Gobierno de los Estados Unidos. Dos meses más tarde, a mediados de mayo, el número habría aumentado hasta los 2.150, un 79% más, según datos que aportó el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Zelenski informó que en los siguientes cuatro meses, hasta mediados de septiembre, los misiles utilizados por Rusia eran 3.500, un 76% más. Solo tres semanas después, según declaró el líder ucranio, el número había ascendido en 1.000 misiles, hasta los 4.500 (sin precisar qué otro tipo de proyectiles contabilizaba).
Samuel Cranny-Evans, investigador del Royal United Services Institute (RUSI), centro británico de estudios de seguridad, daba por hecho el 12 de octubre en declaraciones a este diario que Rusia estaba reduciendo a gran velocidad su arsenal, y que tenía limitaciones en la importación de componentes para fabricar los Kalibr, debido a las sanciones internacionales, pero que otros misiles pueden ser construidos con piezas de munición antigua rusa, aunque esto suponga perjudicar su fiabilidad.
Centros de análisis militar y gobiernos occidentales argumentan que el consumo exponencial de misiles es una de las razones por las que el ejército ruso ha reconvertido los misiles antiaéreos S-300 en proyectiles para destruir objetivos terrestres —a costa de perder precisión—, y sobre todo sería una razón por la que Moscú está utilizando desde octubre de forma masiva los drones suicida iraníes Shahed-16 y, en menor cantidad, los Mohajer-6 —estos últimos son de ataque y reutilizables—. “El hecho de que Rusia utilice los Shahed-136 y 129, y los Mohajer-6, indica claramente que sufren una escasez de misiles [de largo alcance] Kh-101, Kalibr y Kh-55″, indicó Ihnat el 5 de octubre. La realidad es que el ejército invasor no solo ha continuado castigando a Ucrania con sus armas más potentes, sino que ha multiplicado su uso, y en esta fase de la guerra lo ha hecho para diezmar los recursos energéticos necesarios para que millones de personas puedan vivir en condiciones durante los largos meses de temperaturas bajo cero.
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Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.
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