“De buena mañana, con todo el corazón se dirige al Señor, su Creador; reza delante del Altísimo, abre su boca para suplicar y pide perdón por sus pecados. Si el Señor, el Grande, lo quiere, se llenará de espíritu de inteligencia; derramará como lluvia sabias palabras y en la oración dará gracias al Señor” (Ecco 39, 5-6).
Santificar el día con la oración de la Liturgia es un oficio de amor en la Iglesia, pero no todos tienen la posibilidad de interrumpir sus tareas para entonar los salmos o rezarlos. Sin embargo, los maestros espirituales recomiendan tener un tiempo de oración al levantarse, como primicia del día. “Oh Dios, Tú eres mi Dios, por ti madrugo” (Sal 62).
Es muy diferente iniciar la jornada de manera mecánica, acelerada, preocupados por el quehacer, a tener un tiempo de meditación, de oración, y de lectura de los libros santos. Es frecuente leer el Evangelio del día, memorizar algunas oraciones del ofrecimiento de obras, o escuchar a través de los medios alguna grabación orante. “Por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa, | y me quedo aguardando” (Sal 5, 4).
Un consejo revelado es: “Cuando estés angustiado y te sucedan todas estas cosas, al cabo de los días, volverás al Señor, tu Dios, y escucharás su voz, porque el Señor, tu Dios, es un Dios compasivo; no te abandonará, ni te destruirá, ni olvidará la alianza que juró a tus padres.” (Dt 4, 30)
“Señor, en el silencio de este día que comienza, vengo a pedirte la paz, la prudencia, la fuerza”.