Siete dones del Espíritu Santo El Espíritu Santo don supremo del Resucitado
¡Ven, Espíritu Santo!
El regalo del Espíritu Santo
1.- El Espíritu Santo nos lo recordará todo, nos lo enseñará todo, nos dará el conocimiento teologal de la revelación. Será nuestro abogado defensor, frente a nuestros enemigos, y sobre todo de nosotros mismos.
2.- Por la gracia del bautismo, somos hechos familia de Dios, hermanos de Jesús, coherederos suyos. Gracias al don del Espíritu Santo, que derramó el Resucitado sobre los apóstoles, tenemos el regalo de la misericordia divina, sacramental, el abrazo entrañable de Dios, el perdón de nuestras ofensas.
3.- Por la acción del Espíritu Santo la materia del pan y del vino se transforma y se convierte en el Cuerpo y la Sangre del Señor, con la que alimentar nuestra fe, por los que nos convertimos en concorpóreos y consanguíneos de Cristo, nos consagra y nos hace sacramentos de la presencia divina, nos habita y nos convierte en templos suyos, identidad sagrada ante los demás, y para nosotros mismos.
4.- El Espíritu Santo, a través de sus mociones consoladoras nos susurra la llamada vocacional identificadora de nuestra existencia, como mejor proyecto de plenitud personal, si la seguimos generosamente, nos movemos hacia el bien, surge en la conciencia el deseo de paz, y nos hace sensibles para apreciar la bondad y la belleza.
5.- Gracias al aliento divino existe la creación, se colma de vida el universo, se reviste de belleza la naturaleza, se colma de bienes la tierra. El Espíritu Santo se derrama sobre las personas buenas de cada generación y va haciendo amigos de Dios y profetas, que anticipan el modo mejor de vida para toda la sociedad.
6.- El Espíritu Santo es el Amigo del alma, el Huésped divino invisible, el dador de todos los carismas por los que la humanidad se enriquece y complementa: quien profeta, quien evangelista, quien el don de curar, quien el don de enseñar…
7.- El Espíritu Santo es discreto, pacífico, doméstico, como la brisa suave y la luz que permite ver la luz, el brillo de la armonía, del orden, de la generosidad que hace de las personas artífices de lo mejor. Una actitud recomendada permanente es la de pedir la acción, la asistencia del Espíritu Santo en todo lo que se emprende, de manera especial a la hora de desear conocer la voluntad divina.