“Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (Jn 15, 18-20).
Como en tantos casos, las palabras pueden tener diversos sentidos, según el contexto. El texto alude al mundo como categoría ajena a la dimensión trascendente. En cambio, en el Evangelio de san Mateo, encontramos que Jesús les dice a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 14). Y fue Dios y creó el mundo y vio que todas las cosas eran buenas. Desde esta apreciación, importa mucho saber interpretar los textos desde el contexto.
En la Carta a Diogneto, un documento de los primeros años del cristianismo, se puede leer: “Así que los cristianos tienen su morada en el mundo, y aun así no son del mundo. El alma que es invisible es guardada en el cuerpo que es visible; así los cristianos son reconocidos como parte del mundo, y, pese a ello, su religión permanece invisible”. No obstante, la sociedad, la cultura del momento y el medio ambiente absorben la identidad del cristiano, que a su vez, corre el riesgo de dejarse afectar por mimetismo de la mundanidad, como señala el papa Francisco en la Evangelii Gaudium.
¿Cómo te sitúas en la sociedad que te rodea, de manera mundana o como luz?