“Esto dice el Señor a su Ungido, a Ciro: «Yo lo he tomado de la mano, para doblegar ante él las naciones y desarmar a los reyes, para abrir ante él las puertas, para que los portales no se cierren. Yo iré delante de ti, allanando señoríos; destruiré las puertas de bronce, arrancaré los cerrojos de hierro; te daré los tesoros ocultos, las riquezas escondidas, para que sepas que yo soy el Señor, el Dios de Israel, que te llamo por tu nombre. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título de honor, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios”. (Is 45, 1-5)
En estos momentos, en los que las estadísticas reflejan el decaimiento de la religiosidad, de manera especial en el continente europeo, el relato del profeta Isaías nos ofrece una visión esperanzadora, al mostrarnos cómo actuó Dios en favor de su pueblo por mano de reyes paganos.
El creyente tiene la seguridad de caminar bajo la mirada de Dios, y aunque los acontecimientos le sean adversos, confía en la Palabra divina que asegura el acompañamiento providente, como señala el texto: “Yo iré delate de ti, allanando señoríos”.
Solo Dios es Dios, y Dios es siempre más, no cabe confundirlo con los poderes de este mundo, ni es manipulable por ideologías religiosas. Aunque se intente confundir lo político con lo religioso, la sentencia del Evangelio es determinante: “A Dios lo que es de Dios, y al Cesar lo que es del Cesar.”
¿Sabes diferenciar lo religioso de lo creyente?