Francisco construye, Muller destruye
Hace unos días, con motivo de la presentación de un libro, se dejó ver por España, Müller, el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. ¿Ha sido una “tournée” casual? Da la impresión que está en alguna campaña: ¿Poner sus puntos sobre la íes en la “Amoris Laetitia o una operación de más calado y a largo plazo? Resulta desconcertante que desmienta tan abiertamente al Papa Francisco. Es verdad que el Papa pide libertad de palabra para todos. ¿Pero Müller habla en privado u oficialmente desde su cargo? ¿Hasta cuándo esta especie de esquizofrenia eclesial? ¿Quiere cerrar el impulso pastoral del Papa Francisco desde un dogmatismo cuestionable? Tenemos derecho a formularnos estos interrogantes.
Después de lo visto y oído debería pensarse el dejar su responsabilidad. Su falta de sintonía con el Papa Francisco es palmaria. Por eso honestamente tendría que tomar la iniciativa. Quede claro que nadie le niega el derecho a la palabra, pero sí a hacerlo de esa manera, y desde su cargo en la Iglesia. Sin duda, su deseo es legitimar su posición que no es la única entre los cardenales y obispos relevantes. El Aula Vaticana durante los dos Sínodos ha escuchado muchas cosas…Y, por supuesto, sus posicionamientos ideológicos, que no teológicos, son muy cuestionables. Una vez más priman los planteamiento personales y, por lo tanto discutibles, antes que la prudencia pastoral. Y todo eso, en el fondo, no hace bien a la Iglesia. A la gente sencilla, a los pequeños.
El Papa Juan Pablo II, durante su pontificado eligió para el menester de Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe al Cardenal Ratzinger, un hombre sólido teológicamente y humilde a nivel personal. A tal Papa tal teología. La simetría era absoluta. Ratzinger, al menos, era un prestigioso y reconocido teólogo, que recibió la consigna de poner orden en el pluralismo teológico, pero sobretodo hacer frente a la teología de la liberación. Sus posiciones podían no ser compartidas en muchos casos, pero rezumaban solidez. Me acuerdo de un breve encuentro personal con el entonces Cardenal Ratzinger. Fue, hace unos años, en los cursos de verano del Escorial, que en el área teológica organizaba Olegario González. La sencillez y cercanía del Cardenal Ratzinger en la distancia corta fueron muy patentes. Por la mañana, en la rueda de prensa, se mostraba bastante contundente en sus respuestas a los periodistas, y por la tarde, en la conferencia muy potente intelectualmente en sus análisis. Ratzinger, como buen esteta, sabe muy bien donde están los límites y los claroscuros en la teología.
Por el contrario, el Cardenal Müller, no tiene, ni por asomo ni la talla teológica de Ratzinger, ni el prestigio y reconocimiento de las universidades alemanas, ni tampoco del Episcopado alemán. Pero no se le conoce ninguna aportación original y puntera al patrimonio teológico. Sus libros no tienen ninguna originalidad sobresaliente. Les falta hondura. Es, más bien, un representante de la teología alemana menos creativa y más rancia. Alguien que repite a pie juntitas las lecciones aprendidas. En una palabra, una teología sin alma. Una teología sin ángel. Si le duele esto, tampoco era necesario usar palabras tan gruesas en contra de Hans Küng. Sonaban a tiempos pasados y olvidados.
Los desencuentros de Müller con el Papa Francisco son notorios. Probablemente no lo destituye por no contrariar a Benedicto, y crear más problemas. En otro tiempo le hubieran cesado al instante. No podemos olvidar que durante la preparación del Sínodo extraordinario de obispos sobre la familia, en el L'Osservatore Romano publicó un artículo en el que atacaba, de forma drástica, la práctica vigente en las Iglesias ortodoxas sobre la posibilidad de una bendición de las segundas nupcias tras un recorrido penitencial para el cónyuge que fue abandonado. Para él “Esta práctica no es coherente con la voluntad de Dios, tal como se expresa en las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio, y representa una dificultad significativa para el ecumenismo”. ¿Tenemos la Iglesia Católica la exclusiva de la interpretación del evangelio? Müller recibió en respuesta una dura réplica del cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Múnich y Frisinga y miembro del Consejo de Cardenales, quien dijo: “el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe no puede acabar con la discusión”. Pocas semanas antes del sínodo, Müller apareció como uno de los cinco cardenales coautores del libro titulado (Permaneciendo en la verdad de Cristo: el matrimonio y la comunión en la Iglesia católica), en que se hablaba de la imposibilidad de la comunión sacramental de los católicos divorciados con nueva unión. Zancadillas, que le sitúan claramente en descomunión con el Papa Francisco, por eso lo mejor sería que dejase el Dicasterio. Uno construye y el otro destruye. Al final, sin duda, El Papa Francisco llevará adelante su Plan de renovación de la Iglesia, a pesar de los Müllers de turno.
Después de lo visto y oído debería pensarse el dejar su responsabilidad. Su falta de sintonía con el Papa Francisco es palmaria. Por eso honestamente tendría que tomar la iniciativa. Quede claro que nadie le niega el derecho a la palabra, pero sí a hacerlo de esa manera, y desde su cargo en la Iglesia. Sin duda, su deseo es legitimar su posición que no es la única entre los cardenales y obispos relevantes. El Aula Vaticana durante los dos Sínodos ha escuchado muchas cosas…Y, por supuesto, sus posicionamientos ideológicos, que no teológicos, son muy cuestionables. Una vez más priman los planteamiento personales y, por lo tanto discutibles, antes que la prudencia pastoral. Y todo eso, en el fondo, no hace bien a la Iglesia. A la gente sencilla, a los pequeños.
El Papa Juan Pablo II, durante su pontificado eligió para el menester de Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe al Cardenal Ratzinger, un hombre sólido teológicamente y humilde a nivel personal. A tal Papa tal teología. La simetría era absoluta. Ratzinger, al menos, era un prestigioso y reconocido teólogo, que recibió la consigna de poner orden en el pluralismo teológico, pero sobretodo hacer frente a la teología de la liberación. Sus posiciones podían no ser compartidas en muchos casos, pero rezumaban solidez. Me acuerdo de un breve encuentro personal con el entonces Cardenal Ratzinger. Fue, hace unos años, en los cursos de verano del Escorial, que en el área teológica organizaba Olegario González. La sencillez y cercanía del Cardenal Ratzinger en la distancia corta fueron muy patentes. Por la mañana, en la rueda de prensa, se mostraba bastante contundente en sus respuestas a los periodistas, y por la tarde, en la conferencia muy potente intelectualmente en sus análisis. Ratzinger, como buen esteta, sabe muy bien donde están los límites y los claroscuros en la teología.
Por el contrario, el Cardenal Müller, no tiene, ni por asomo ni la talla teológica de Ratzinger, ni el prestigio y reconocimiento de las universidades alemanas, ni tampoco del Episcopado alemán. Pero no se le conoce ninguna aportación original y puntera al patrimonio teológico. Sus libros no tienen ninguna originalidad sobresaliente. Les falta hondura. Es, más bien, un representante de la teología alemana menos creativa y más rancia. Alguien que repite a pie juntitas las lecciones aprendidas. En una palabra, una teología sin alma. Una teología sin ángel. Si le duele esto, tampoco era necesario usar palabras tan gruesas en contra de Hans Küng. Sonaban a tiempos pasados y olvidados.
Los desencuentros de Müller con el Papa Francisco son notorios. Probablemente no lo destituye por no contrariar a Benedicto, y crear más problemas. En otro tiempo le hubieran cesado al instante. No podemos olvidar que durante la preparación del Sínodo extraordinario de obispos sobre la familia, en el L'Osservatore Romano publicó un artículo en el que atacaba, de forma drástica, la práctica vigente en las Iglesias ortodoxas sobre la posibilidad de una bendición de las segundas nupcias tras un recorrido penitencial para el cónyuge que fue abandonado. Para él “Esta práctica no es coherente con la voluntad de Dios, tal como se expresa en las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio, y representa una dificultad significativa para el ecumenismo”. ¿Tenemos la Iglesia Católica la exclusiva de la interpretación del evangelio? Müller recibió en respuesta una dura réplica del cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Múnich y Frisinga y miembro del Consejo de Cardenales, quien dijo: “el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe no puede acabar con la discusión”. Pocas semanas antes del sínodo, Müller apareció como uno de los cinco cardenales coautores del libro titulado (Permaneciendo en la verdad de Cristo: el matrimonio y la comunión en la Iglesia católica), en que se hablaba de la imposibilidad de la comunión sacramental de los católicos divorciados con nueva unión. Zancadillas, que le sitúan claramente en descomunión con el Papa Francisco, por eso lo mejor sería que dejase el Dicasterio. Uno construye y el otro destruye. Al final, sin duda, El Papa Francisco llevará adelante su Plan de renovación de la Iglesia, a pesar de los Müllers de turno.