"Su primer discurso como presidente deja un diagnóstico desolador previo al sálvase quien pueda" Argüello se acuartela en el lamento
Se agradece, por lo menos, que el presidente de los obispos españoles inyectase en su discurso, al principio y al final, citas que invitaban a la esperanza
Es deseable que a lo largo de su ‘legislatura’ cierre el paraguas, las haga nítidamente suyas y las proyecte también hacia el interior de la Iglesia en España, que las necesita con urgencia
Resulta relativamente sencillo formular preguntas, lo complicado es ponerse a trabajar en las respuestas, que es lo que se espera de cualquier discurso programático
Resulta relativamente sencillo formular preguntas, lo complicado es ponerse a trabajar en las respuestas, que es lo que se espera de cualquier discurso programático
Aunque entiendo que luego pueda cambiar de punto de vista (no sería la primera vez en cosas de mucha enjundia, como en el tema de los abusos en la Iglesia), lo que le honra, percibo en Luis Argüello una cierta querencia hacia el no y una propensión al casi todo mal y la consiguiente enmienda a la práctica totalidad.
Hay una especie de sentimiento trágico hacia lo que nos rodea que pone al borde de las palpitaciones, que es verdad que la cosa es muy preocupante (sin distinción de telediarios), pero afortunadamente consuelan las aún frescas palabras del Papa en la misa de la Jornada Mundial de los Pobres, advirtiendo frente a la tentación de la angustia, que repetiría -porque siempre hay algún rezagado- media hora después en el ángelus: "Incluso en las tribulaciones, en las crisis, en los fracasos, el Evangelio nos invita a mirar la vida y la historia sin tener miedo de perder lo que acaba, sino con alegría por lo que queda: Dios nos prepara un futuro de vida y alegría".
Es cierto también que no se puede ir por el mundo como un leproso sin campanilla, como advertía otro católico de peso con su propio sentimiento trágico a cuestas, pero el discurso de ‘investidura’ del arzobispo de Valladolid como presidente del Episcopado español este lunes 18 de noviembre -el primero en la inauguración de una Plenaria desde su elección en marzo pasado- ha dejado un diagnóstico desolador previo al sálvese quien pueda, una promesa del infierno que siguen siendo siempre los otros y en donde se echa en falta esa “mística de los ojos abiertos” a la que apeló el Papa -citando a Metz- que invita a arremangarse en lugar de acuartelarse en el lamento.
Comenzó poderoso en el tono Argüello en la lectura de su discurso, y hasta llamaba la atención que respetase sus propias comas y respirase en ellas, pero perdí el hilo de la lectura y pensé que estaba escrutando demasiado el texto, pero al poco caí en la cuenta de que, ya investido por sus pares, uno se puede saltar hasta los párrafos, sensación que parecían compartir otros obispos que movían la cabeza buscando la senda perdida.
Con cierta dificultad, recobré el paso aunque ya casi no veía ni las comas y pude seguir lo esencial, subrayar, echar en falta, volver atrás y confirmar, por ejemplo, que en la alusión a ese nuevo modelo antropológico que, denuncia, han puesto en marcha algunos medios de comunicación así como formaciones autoproclamadas progresistas, sin faltarle razón en algún punto, esperaba de su análisis alguna alusión a otras agendas ‘globalistas’, algo llamativo en quien se embebe de los analistas y filósofos más punteros en desentrañar la trama woke desde otra trama aún innombrable y a la que genéricamente se etiqueta de ultra. O a lo mejor se había saltado el párrafo, pero creo que no.
La 'agenda' xenófoba y negacionista
Por ejemplo, volando a menos velocidad que él sobre su discurso, no encontré con el mismo sutil ardor guerrero alusión directa a las otras agendas fácticas (no las que encantan a algunos obispos, que dicen que las dicta esa ONU que ha infestado el mundo de homosexuales, ideología de género y cambio climático), sino las que han hecho de la xenofobia o el negacionismo de todo tipo un catalizador de primer orden a la hora de cosechar votos. Que se lo digan a Trump, a Le Pen o a los neonazis alemanes.
Y si resultaba difícil pedirle concreción en su alusión a “la rapiña” de los primeros días tras la apocalíptica dana de Valencia, que también denunció, no debiera resultar complicado abundar un poco más en quién está detrás de la “antipolítica” que embarró aún más el ambiente patrio, porque se corre el riesgo de meter a todos los políticos en el mismo saco, argumento precioso de esas mismas ‘agendas’, que no citó el arzobispo de Valladolid o me pareció no escucharle o me salté yo el párrafo.
Se agradece, por lo menos, que el presidente de los obispos españoles inyectase en su discurso, al principio y al final, citas que invitaban a la esperanza. Es deseable que a lo largo de su ‘legislatura’ cierre el paraguas, las haga nítidamente suyas y las proyecte también hacia el interior de la Iglesia en España, que las necesita con urgencia. Resulta relativamente sencillo formular preguntas, lo complicado es ponerse a trabajar en las respuestas, que es lo que se espera de cualquier discurso programático.
Y que no tema poner el dedo en toda la llaga de la polarización y los polarizadores, aunque desde la nueva reserva espiritual nacionalcatólica le inunden sus redes de calificativos poco evangélicos. Si el Papa, que va delante, apunta al posible genocidio en Gaza, consciente de que sacude un avispero, pero que no puede callar lo evidente, ¿le va a amedrentar uno de esos eurodiputados que ahora, con las otras ‘agendas’, se llaman patriotas y antes eran simple y llanamente ultras?