Roberto de la Iglesia cree que "mucha culpa de lo de Belorado la ha tenido la parte económica" Abad de San Pedro de Cardeña: "Lo más duro para perseverar aquí es el silencio y la soledad, porque eso te hace enfrentarte contigo mismo"
"La gente suele pensar que la vida religiosa es algo así como una cosa militar, pero somos una familia"
"Como decía el Abad General anterior, en la Orden hay menos santos de los que debía haber, pero más santos de los que se cree"
"El carisma cisterciense es bucear en la realidad humana y ahí encontrar todo, ahí encontrarte con Dios mismo, no en disquisiciones mentales, sino en tu propia realidad, en tu propio corazón"
"Lo más duro para perseverar aquí es el silencio y la soledad. Porque eso te hace enfrentarte contigo mismo, claro. Y con la realidad que tú eres"
"El carisma cisterciense es bucear en la realidad humana y ahí encontrar todo, ahí encontrarte con Dios mismo, no en disquisiciones mentales, sino en tu propia realidad, en tu propio corazón"
"Lo más duro para perseverar aquí es el silencio y la soledad. Porque eso te hace enfrentarte contigo mismo, claro. Y con la realidad que tú eres"
Tiene 55 años y lleva 14 años de abad de la comunidad cisterciense del monasterio de San Pedro de Cardeña (Burgos). Pero Roberto de la Iglesia no se da importancia. Más aún, huele a humildad y a una vida espiritual intensa. "Somos una familia de gente que intenta llegar a ser santo", dice con toda naturalidad. Reconoce que un monasterio debe tener "una vida económica sólida y saneada" y una buena biblioteca, porque "un monasterio sin una buena biblioteca es como un castillo sin armas", y que lo más duro para perseverar es "el silencio y la soledad".
Tanto al abad como a los demás monjes de Cardeña les duele la situación de las monjas de Belorado, a las que conocen mucho y a las que han impartido cursos de teología. El padre de la Iglesia cree que "mucha culpa de lo de Belorado la ha tenido la parte económica" y espera que "si las monjas quieren seguir en esta Iglesia preconciliar es mejor ir a instituciones más serias entre comillas, como la del obispo Lefebvre".
¿Cuántos años lleva de Abad?
Pues ya son 14 años, en mayo cumpliré los 14 años.
¿Es un cargo vitalicio?
No, no. Entre los cistercienses, cada comunidad elige el sistema que quiere. Entonces, hay comunidades que eligen al abad por tiempo indefinido. Vitalicio, ya no hay. Y hay otras comunidades que eligen cada seis años. En nuestro caso es cada seis años. O sea, los dos primeros años los tuve de superior a mutuo, que llamamos, es decir, superior nombrado. Y después fue la elección de la comunidad. Y entonces voy por seis años y otros seis años que acaban en mayo, si Dios quiere.
¿Este mes de mayo?
El mes de mayo del 2025, habrá elecciones.
¿Y ya no se puede volver a presentar?
Sí, sí. Nosotros hasta los 75 años podemos seguir siendo abades.
O sea, que le pueden reelegir
Sí, sí.
¿Es probable que le reelijan?
Cada hermano vota en conciencia lo que cree y ya está. Y, bueno, no lo sé, pero también siempre es bueno renovar un poco, porque las ideas se agotan. Y los tiempos así muy largos, muy largos, tampoco es que sean excesivamente buenos a mi forma de ver. Pero la tradición benedictina sobre el abad es que dure y dure. Como las pilas del ratón.
¿No deberían copiar los obispos de los abades y presentarse a la reelección?
Como sabes, son diferentes cosas. Uno es un sacramento, el episcopado, lo nuestro está simplemente en función de la unidad religiosa. Es simplemente una cuestión de organización interna.
Catorce años de mandato no está mal, tampoco
Como una cosa personal mía, que no está más que en mi cabeza, yo soy partidario de las cosas se tienen que renovar. También es cierto que, en la vida religiosa, suele pasar lo contrario, porque no somos muchos hermanos. Y de esos hermanos, pues no todos, por una cosa o por otra, pueden acceder al cargo. Digamos que el número sobre el que se elige es pequeño.
¿Cuántos monjes son en su abadía?
Aquí estamos ahora 16 hermanos.
¿De todas las edades, imagino?
Sí, entre 29 y 95 años. Digamos que hay de casi la treintena, de 40, de 50, de 60, de 70, de 80 y de 90.
¿Es difícil mantener cohesionada una comunidad con tanta disparidad de edades?
Pues sí. Cuando hay más dificultades es cuando hay saltos generacionales muy grandes. Cuando hay saltos de décadas enteras, porque no ha perseverado nadie. Entonces, ahí se nota mucho. Pero cuando hay así un goteo de gente, que va entrando, se nota menos. Quieras que no, los que vienen nuevos siempre aportan ideas nuevas y su forma de ver novedosa dentro de un mismo carisma y eso siempre ayuda a sacarnos de lo habitual y de lo rutinario.
¿Llegan realmente a ser hermanos entre ustedes?
¿Hermanos se refiere de comunidad?
No. Hermanos de hermandad
Ah, yo pienso que sí. Sí, sí. De hecho, yo siempre digo que somos una familia. La gente suele pensar que la vida religiosa es algo así como una cosa militar: Que el Abad manda y los demás obedecen. Como me dice mi madre, ‘tendrás que ir allá, para mandar y para ver lo que hacen’. Pero no es así, en general. Somos una familia. Y entonces, como en toda familia, cada hermano es diverso. Tiene sus afinidades, las cosas que le van más o que le van menos dentro de un mismo carisma.
¿Y cómo se convive con las rarezas de todos y cada uno de los hermanos de la familia? Porque eso cuesta mucho
Claro, esa es la exigencia de la vida comunitaria. Digamos, el amoldarse unos a otros. Pero eso también es el mayor desafío. Y a la vez, cómo decir, la mayor gracia, la mayor alegría que te puedes llevar, ¿no? La vida comunitaria, no es fácil, claro. Pero, a la vez, es el desafío cotidiano de limarse uno a sí mismo y de hacerse un poquito más adaptable a los demás.
¿Y llega a haber gente que es insoportable?
Depende mucho del nivel de soportamiento o soportabilidad (no sé cómo se dice) de la comunidad de que se trate. Las comunidades son diversas, como las familias. Hay comunidades que tienen un nivel de aguante muy fuerte. Y hay otras que no aguantan, por así decirlo, ni una esquirla.
O sea, que hay comunidades con un umbral de soportabilidad bajo
Sí. Al fin y al cabo, yo siempre digo que aquí somos como hemos sido en nuestra familia. Si en nuestra familia hemos sido X, aquí somos X. Si en nuestra familia hemos sido Y, aquí somos Y. Porque aquí se caen todas las máscaras. Aquí vivimos las 24 horas juntos.
¿Por lo tanto, la forma de ser o el carácter no cambia ni en un monasterio?
Creo que, si cambia, en general es a peor. Es difícil cambiar. También es cierto que tantas horas de oración, quieras que no, te van animando. Pero lo que eres, lo que has mamado desde niño, permanece.
Pero la vida ascética ayudará algo a mejorar, ¿no?
Claro. Sí, sí. Ayuda a mejorar y a perseverar y a no cansarte en volver a empezar y en volver a intentar convertirte. Eso sí. Ahora, aquí como dicen, no hay santos. Somos gente que intentamos o que queremos llegar a ser santos, ¿no? Pero no somos santos.
Pero eso, el querer ser santos, lleva implícito un deseo, una voluntad
Sí, sí. Está la gracia. Pero como digo siempre, la gracia no anula la naturaleza, sino que edifica sobre ella. Y ahí estamos. Cuando entras aquí, uno piensa: voy a ir hacia los caminos de Dios, a la vida mística y a la vida de acción. Pero lo primero que tienes que hacer es encontrarte a ti mismo. Y ahí está el gran parón de una vocación. Si llega a aceptarse a sí mismo y a hacer este trabajo, entonces la perseverancia está más o menos asegurada. Si uno se rebela contra lo que se ha llamado siempre el conocimiento propio…
¿Y hay gente que lo consigue?
Pues hombre, es un proceso cotidiano, pero sí, sí hay gente. De toda la vida, me imagino. Yo te digo que sí hay muchos, vamos. Como decía el Abad General anterior, en la Orden hay menos santos de los que debía haber, pero más santos de los que se cree. Entonces, pues bueno, es un trabajo cotidiano. También está la medida.
¿Y quién tiene la medida de la santidad?
La medida única la tiene Dios, no nosotros.
¿Pero sigue habiendo padres venerables, monjes venerables como los antiguos, como esos que están ahí, en esos cuadros de la pared?
Sí, claro, sí.
¿Y monjes sabios?
Precisamente los ancianos son los que dan a una comunidad monástica su pozo. Es decir, son los que han pasado décadas y décadas de vida monástica y han pasado muchísimas vicisitudes de todo tipo, personales, comunitarias, eclesiales, en fin. Y han sabido estar ahí y aguantar y aguantar. Y esos son los que dan el pozo, ¿no? Y el tiempo. Saber relativizar las cosas. Algo que normalmente los jóvenes a veces no saben hacer.
¿Ha convivido usted con algún medio santo o santo entero?
Sí, yo pienso que sí. Cada uno puede valorarlo de su forma personal, ¿no? Lo que pasa es que la santidad entre nosotros es una cosa muy cotidiana. No son ni cosas místicas, ni éxtasis, ni historias, sino lo que es la bondad, la amabilidad con todos los hermanos.
Pero ustedes suelen decir, a veces: aquel hermano es santo. Porque se ve que es santo
Sí, sí.
¿Huele la santidad? ¿Se huele esa bondad?
Sí, claro. Viviendo las 24 horas juntos, sí. El olor de la santidad es un olor a nivel simbólico. No olemos nada, claro, pero se ve, se percibe.
¿En qué se nota?
En primer lugar que es una persona humanamente cabal. Y después una persona de mucha oración, de mucha entrega, mucha obediencia, mucha humildad. La humildad es la base de todo. Y que hacen comunidad…Y que siempre están dispuestos, que nunca se quejan.
¿Y los demás acuden a ese tipo de personas?
Normalmente, sí. En una comunidad, como le digo, 24 horas juntos, pues sí, se ve la santidad, se ve. Porque en una comunidad así no se puede mentir, no se puede engañar a los demás. Como en una familia, para lo bueno y para lo malo. O sea, que aunque alguien quiera, no se puede esconder de los demás, ni engañar a los demás. Un tiempo sí puede hacerlo, pero durante mucho tiempo o para siempre, no. Como dice el Evangelio, todo lo que está escondido, saldrá a la luz. Aquí se cumple eso, sí, sí.
El monasterio, según lo que he leído, es hijo del de San Isidro de Dueñas, ¿no?
Sí. Nos fundaron ellos en el año 42. Este monasterio es muy antiguo, es del siglo IX. Pero la última fase, después de la guerra civil, fue la fundación de San Isidro de Dueñas hace 83 años.
Por lo que he entendido, uno de los fundadores fue el padre Damián Yáñez, al que recuerdo del monasterio ourensano de Oseira
Es el mismo, que inició su vida monástica en San Isidro de Dueñas. Después lo enviaron aquí en los años 40 para la fundación y muy poco tiempo después ya volvió a San Isidro y de allí a Oseira, donde murió.
¿El carisma cisterciense sigue teniendo actualidad? ¿Sigue estando vigente? ¿Sigue dando sentido a la gente hoy?
Sí. Para mí, sí. Porque en realidad, para los que lo vivimos esto tiene pleno sentido. Como le he dicho antes, es bucear en la realidad humana y ahí encontrar todo, ahí encontrarte con Dios mismo, no en disquisiciones mentales, sino en tu propia realidad, en tu propio corazón. Y el camino espiritual que lleva a Dios, que es la vida cisterciense, es un camino muy sencillo de humildad, de conocimiento propio, y a la vez, como le digo, de conocer a Dios ahí en tu propia realidad. Y a través de la oración litúrgica, la lectio divina, la palabra de Dios nos acompaña todo el día, de la mañana a la noche.
La regla es la misma que el ‘ora et labora’ de los benedictinos, ¿no?
Sí, sí. Lo que pasa es que la vivimos de una manera típicamente nuestra. Dando más acento al trabajo manual, al silencio, a la ascesis. Pero es la misma regla, sí. De hecho, somos primos. Siempre decimos que somos primos hermanos. Pienso que la regla sí tiene sentido, lo que pasa es que es dura. Y hasta que se coge el sentido a esta vida, se necesita perseverar en ella un cierto tiempo. Y eso, a veces, es lo que falta. Por ejemplo, yo mismo no empecé a coger ya plenamente lo que es el estilo este de vida hasta los seis años de estar aquí. Si me hubiera ido al segundo año, al tercero, al cuarto, pues no hubiera llegado.
¿Y eso suele pasar? ¿Es uno de los motivos de la falta de perseverancia?
Puede ser, sí. Lo más duro para perseverar aquí es el silencio y la soledad. Porque eso te hace enfrentarte contigo mismo, claro. Y con la realidad que tú eres. Y eso suele ser lo más duro.
Pero los chavales de hoy son incapaces de estar en silencio, ¿no?
Por eso, sí. Pero hay algunos, que todavía lo consiguen. Por eso, esta vida es para pocos. Esta vida es para poca gente. Es, pues, normal que se vayan cerrando monasterios, porque no podemos abastecer a todos.
La vida monástica no siempre fue para pocos
No, hubo, como sabe, años de abundancia de vocaciones, sobre todo en las posguerras, pero eso ha sido la excepción que confirma la regla. Nuestra vida es para poca gente, pienso yo.
¿Influye en la escasez vocacional el que los jóvenes tienen miedo al compromiso de por vida?
Ya influía en mi tiempo, sí. Y ya tengo 55 años. Quieras que no es embarcarte sin saber y te preguntas: ¿qué será de mí dentro de X años? Pero en la vida humana todo tiene que ser un poquito así. Tienes que confiar, y más en la vida religiosa, que es fiarte de Dios.
¿Qué les dice a los critican la vida monástica por ser una vida fácil, donde tienen las necesidades cubiertas?
Pues, en primer lugar, analizarnos por si acaso tienen alguna razón. Y pudiera ser, pudiera ser que sí. A la vez, viviendo esta vida desde dentro no es tan fácil como se piensa desde fuera. Es una vida que requiere cierta tenacidad. Pero, puede ser que tengamos que revisar nuestra vida y oír las voces de los que cuestionan lo qué hacemos.
¿Para llegar a ese nivel superior de santidad o de contacto con Dios, hace falta tener lo básico cubierto?
Pues, hombre, digamos que sí. Realmente, la vida contemplativa sufre, si no hay una vida económica sana. O sea, me refiero a tener algo de lo que vivir, ¿no? Porque, si te tienes que dedicar todo el día a trabajar, evidentemente hay un desequilibrio. Recuerdo que mi maestro de novicios ya nos decía hace 30 años que, si no hay una vida económica sólida en un monasterio, la vida contemplativa se resiente.
También hace falta un cierto nivel cultural mínimo
Sí. De hecho, en un monasterio estamos toda la vida sobre los libros. No en sentido de un estudio así riguroso, sino con un estilo sapiencial, para acercarnos a la Biblia, a los Santos Padres y a la teología en general. Las letras siempre han sido cosa nuestra.
O sea, que la vida contemplativa no es para pobres
Vista así, no. Siempre dicen que un monasterio sin una buena biblioteca es como un castillo sin armas. Es decir, no sirve para nada. Antiguamente que los libros eran tan caros, pero hoy en día, bueno, los libros ya nadie los quiere casi
¿Cómo se ve el mundo desde aquí? ¿Vamos como pollo sin cabeza?
En primer lugar, no me gusta nada esa dicotomía que suelen hacer entre lo de dentro y lo de fuera. Porque aquí también estamos implicados en la sociedad, ¿no? Y entonces, un poco lo que hay fuera, también lo hay dentro. En segundo lugar, a veces uno dice, uff, ¿por qué la gente no se para un poco más a pensar? ¿Por qué no se da un tiempo a sí misma, ya no te digo para orar, sino simplemente para pensar, para estar consigo misma, con su familia?
¿Qué le parece el nivel de crispación que hay en España?
Ya decía Laín Entralgo que el deporte nacional es la envidia, ¿no? A mí, el nivel de crispación de unos contra otros me produce mucho desasosiego interior.
¿Tiene usted móvil?
Sí, yo sí, claro. Y varios hermanos, también.
¿Cuánto tiempo lo utiliza al día?
¿Qué te diré? Pues igual media hora o tres cuartos cada día.
¿Entiende que haya gente sobre todo joven que lo puede utilizar hasta 4, 5 o 6 horas diarias?
Lo entiendo, porque engancha, claro. Las cosas están hechas para eso. Lo entiendo. Y a la vez, una persona joven quizá tiene menos capacidad para controlarse. Pero...realmente es toda tu vida. Ahora, no sabía que había esas cifras tan abultadas. Es terrible. En mi tiempo era la televisión. Cuando voy, por ejemplo, a Madrid, sí, ahí en el metro observo y la gente está todo el tiempo con su móvil.
Esta mañana (la mañana de la entrevista al abad de Cardeña) estuve en Belorado. No pude hablar con la exabadesa, pero sí con una hermana que me vendió unos dulces en el torno. ¿Le duele lo de Belorado?
Claro. Nosotros además las conocemos. Ellas han estado aquí alguna vez, nosotros hemos estado allí, las hemos dado clase alguna vez, de diversas cosas. Y algún hermano de aquí ha trabajado en su monasterio porque es artista y ha hecho ciertas cosas allí. Y las conocemos desde hace muchos años. Y ver esta deriva...Ellas siempre han querido tener un estilo tradicional. Bueno, eso es respetable, cada uno tiene sus ideas, ¿no? Pero ya esto...Y, además, esta deriva última que están teniendo, la verdad que a mí me apena tanto. Porque ya no es que no quieran la Iglesia conciliar, es que parece que no quieren ni el Evangelio. Y aunque tampoco es cuestión de hacer leña del árbol caído, ciertamente se puede estar en acuerdo o desacuerdo con la Iglesia, pero siempre, no sé, con buenas maneras, desde lo que es el estilo evangélico, desde la humildad, la sencillez.
¿Cuál ha sido el detonante del conflicto, a su juicio? ¿Cuál es la causa principal? Porque es muy difícil explicar cómo unas monjas que han entregado toda su vida durante muchos años a Dios en la Iglesia, de repente un día se levantan y dicen: Esta Iglesia conciliar no es la nuestra
Supongo que eso ha ido cociéndose desde hace mucho tiempo atrás. Pero, lo que yo y los hermanos que las conocen creemos es que mucha, mucha culpa la ha tenido la parte económica. La abadesa o la exabadesa siempre ha estado en la misma situación, siempre ha estado al pie del cañón con la cosa económica, ¿no? Y el hecho de que no la permitieran vender el monasterio de Derio y todo eso, pues supongo que también ha influido. Han sido unas monjas muy trabajadoras, eso es cierto. Y quizá ella es muy líder también. Pero que arrastre a estas hermanas que, en fin, a algunas las conocemos, nos sorprende.
¿Le da la sensación a usted que hubo suficiente diálogo?
Visto desde fuera, quizás no se lo hayan permitido siquiera al arzobispo. Don Mario siempre se ha ofrecido a dialogar. Muchas personas, no solamente don Mario, han intentado hacer de mediadoras. Pero, bueno, no se ha logrado.
Cuesta entender que, si no somos capaces en la Iglesia de arreglar un conflicto así entre hermanos, ¿cómo le vamos a pedir a Netanyahu o a Zelensky que arreglen los suyos?
Eso ya lo decía San Pablo en la carta a los Corintios. Pero los humanos somos así, ¿no? Y sí, no sé qué responderle en ese sentido. Pero ojalá que hubiera podido arreglarse así. De todas formas, también es cierto, que si quieren seguir en esta Iglesia preconciliar es mejor ir a instituciones más serias entre comillas, como la del obispo Lefebvre.
¿Qué salidas ve usted a la polarización eclesial? Porque también en la Iglesia hay polarización, también Francisco tiene muchos enemigos
Para acabar con la crispación hay que saber escuchar: vamos a escuchar, vamos a entender las razones del otro. Que uno, cuando habla, no habla porque sí, sino porque tiene unas razones, algo que defender, unos valores que quiere defender. Vamos a entenderlo, vamos a escuchar. Y en ese sentido, toda esta oposición es por falta de escucha, más que de valores. Porque, al final, tú vas al fondo y dices: si defendemos más o menos lo mismo, pues el Evangelio es la norma de todos y ahí estamos. Y después hay unos que intentan adaptarlo a los tiempos de una manera y otros, de otra. Pero lo bueno es que en la Iglesia también cabe todo. No es como un partido político, ¿no? Y no somos tan diversos de lo que pensamos, al fin y al cabo el Evangelio nos une.
Ustedes han practicado lo de la sinodalidad desde siempre, ¿no?
Pienso que sí, en alguna medida. Por ejemplo, en las órdenes religiosas al superior lo elige la comunidad. Después, según las constituciones de cada congregación, hay cosas que tienen que pasar obligatoriamente por el voto de la comunidad o por el voto del consejo del superior o que tienen que dialogarse obligatoriamente. Y después, en la comunidad, como hemos dicho al principio, hay caracteres diversos, entonces uno defiende esto, el otro, lo otro. Y eso llega a confluir en la unidad.
¿Papa Francisco es uno de sus Papas preferidos?
Sí, claro. La verdad que sintonizo bastante bien con él, sí. En primer momento, yo lo descubrí y lo busqué, porque es un hombre espiritual. A mi forma de ver, es un hombre espiritualmente de muchos quilates.
¿Qué hay de irreversible en el pontificado de Francisco?
Eso ¿quién lo sabe? Pero, en los pasos que él ha dado, evidentemente, pienso que no hay marcha atrás. Por ejemplo, en sus encíclicas, en la conversión ecológica de la Laudato Si, el hecho de la sinodalidad, sobre todo para que sea un antídoto al clericalismo y ese camino de incluir a la mujer, bueno, a los laicos en todos los estratos de la Iglesia, de la manera que sea. En fin, por decir algunas cosas que se me vienen ahora a la cabeza, pero habría muchas más.
En eso de la mujer ustedes también están muy lejos todavía, ¿no?
¿Usted se cree? No sé. Creo que no. Nuestra orden es una orden con dos ramas: la masculina y la femenina. Y en el Consejo General están tanto monjes, como monjas. Y el Abad General hasta hoy tiene que ser Abad General, pero… En el Capítulo General, por ejemplo, votamos por igual, abades y abadesas, estamos todos juntos. Y nosotros decidimos sobre lo suyo y ellas deciden sobre lo nuestro. O sea, es una unidad y vamos dando pasos en ese sentido. Sí, cada monasterio es masculino o femenino, pero después la estructura de la orden ya es mixta, por decirlo así.
Pero sería inconcebible que las mujeres pudiesen entrar en un cenobio masculino
En nuestra tradición religiosa no ha sido así, pero hay otros muchos monasterios que ya son mixtos. Hay comunidades mixtas contemplativas en la vida y en la historia de la Iglesia. Los monasterios fueron dúplices durante muchos siglos. Después cada uno se separó. En nuestra orden también hay un monasterio de este tipo. Había una comunidad de varones que estaba ya reducida en Roma, en un monasterio muy señero en la orden. Y entonces, una comunidad de hermanas vino y los reforzó. Rezan juntos, pero después hacen la vida separada.
¿Uno se cansa de rezar?
No, al contrario, es como una droga, cada vez quieres un poco más. Es curioso. Quizás se debe a que rezamos con la Palabra de Dios. Y la Palabra de Dios siempre tiene matices nuevos, cosas nuevas que aprender cada día. Nunca te cansa. Y no es una cosa que diga porque tenga que decirla.
A un chaval que se esté planteando, que esté buscando su sitio en el mundo, ¿le aconsejaría venir a San Pedro de Cardeña?
En primer lugar, como digo yo, si quieres correr una maratón, tienes que entrenarte un poco antes. Entonces, si eres una persona que tienes una vida de oración ya un poquito definida y que quieres profundizar en ella, sí. Ahora, si no la tienes, pues primero entrénate un poquito antes y después ya se verá.
O sea, que hay unos prerrequisitos, unas condiciones mínimas
Digo que sí. Por lo menos, el tener un anhelo de oración y haber iniciado un camino de oración serio durante un tiempo largo.
¿Y hace falta tener conocimientos religiosos?
Bueno, lo que es la fe básica, pero después aquí, durante todo el noviciado, el postulantado, durante toda la vida se les va dando formación, o sea, las bases de la fe. En ese sentido, pues no es que haga falta, pero, a la vez, si no tienes eso, pues no comprendes mucho de lo que hay aquí. Es difícil, es difícil comprender.
¿Por qué a la gente de Iglesia le cuesta tanto dar a conocer, contar y visibilizar historias ejemplares (vendibles, que llamamos los periodistas)?
Porque, al estar apartados de la sociedad, no le damos importancia a esas historias. Además, nos cuesta exponernos, vendernos. Nos cuesta pasar de nuestro yo profundo a algo más superficial y entrar en ese juego.
Me encantaría entrevistar a un hombre santo y sabio. O que pase por serlo a ojos de personas como ustedes. ¿Los hay?
Siempre hay alguno, sí. Ese que está ahí en el cuadro, era uno de ellos, sí. Bueno, y este otro también. Pero cada uno a su manera. Este era vasco, Manuel Barroeta. Y este era de aquí, de Burgos, el Padre Valeriano, hospedero toda la vida.
Pues, avíseme, cuando encuentre al santo o al sabio
Lo haré.