Tu vida en Amor, vida que Dios brinda, es camino a la perfección, a la felicidad Tu Amor, Jesús, hace de la vida un cielo y nos lleva al cielo definitivo (Domingo 32º TO B 2ª lect. 10.11.2024)
La perfección divina para Jesús es el amor gratuito y universal
| Rufo González
Comentario: “Cristo se ofreció una sola vez” (Hebr 9,24-28)
Jesús, al morir, revela el “el camino nuevo y vivo que él ha inaugurado para nosotros a través de la cortina, o sea, de su carne” (Heb 10, 20). Al atravesar la “cortina de la carne” -la vida física- accedemos pues a “su tienda, más grande y más perfecta: no hecha por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado” (Heb 9,11). Lo repite la lectura de hoy: “Cristo entró no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros” (Heb 9,24).
Compara el santuario del Antiguo Testamento con el de Cristo resucitado. Jesús, sacerdote por su vida –no por ceremonias, ritos, disciplina religiosa-, entra en un santuario, no construido por manos humanas. Es el mismo cielo, ver a Dios cara a cara. Es la continuación del sacrificio que fue toda su vida. Su pretensión de “hacer sagrada” la vida, viviendo la perfección divina. El hombre puede también pretender hacerse “sagrado”, perfecto. La perfección divina para Jesús es el amor gratuito y universal. De aquí que nos invite a amar incluso a los enemigos, para ser hijos de vuestro Padre que hace salir y el sol y bajar la lluvia sobre justos y pecadores. “Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto”(Mt 5,44-48). La vida de Jesús puede resumirse en amar como Dios ama, hacer el bien y liberar a los oprimidos por el mal. Esa es su tarea sacrificial, santa, divina.
La mediación de Jesús cumple la voluntad divina: “Convenía que aquel, para quien, y por quien existe todo, llevara muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación. El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, pues dice: Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré” (Heb 2,10). Su mediación no es “sustituir, compensar o satisfacer” como lo entienden algunas interpretaciones religiosas. Jesús pretende “llevar muchos hijos a la gloria”, mostrando el modo “perfecto” de vida, el amor sin medida. Revela así el rostro divino y el sentido de nuestra vida. Resucitado, sigue igual: “intercediendo por nosotros”. Su “intercesión” no es estar recordando sus méritos a un Dios, amnésico o iracundo. “Intercede” siendo “pionero y consumador de la fe” (Heb 12,2) y dando su Espíritu constantemente: “Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo” (Jn 5,17).
La vida de Jesús es el camino: “Por medio de él, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre” (Heb 13,15); “No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios” (Heb 13,16). El camino, pues, está ya abierto, aunque sigue atravesado de fragilidad, miedo, trabas, sufrimiento, muerte.
“El destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que lo esperan”. La muerte física pertenece a nuestra naturaleza, es vida humana. También Jesús, manifestación del amor de Dios, muere una sola vez. Tras la muerte, el juicio de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Con Pablo podemos decir: “estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 38-39).
Oración: “Cristo se ofreció una sola vez” (Hebr 9,24-28)
Jesús, revelador, restaurador, mediador, intercesor...:
la carta a los Hebreos interpreta tu vida como sacrificio grato a Dios;
“he aquí que vengo para hacer tu voluntad”,
es el espíritu de tu llegada al mundo (Heb 10, 9);
abrazas la vida real, de “nuestra sangre y carne”;
experimentas la debilidad y el miedo a la muerte;
oyes “otra voz”, el Amor del Padre, que puede salvar de la muerte;
obedeces a este Amor a pesar de los sufrimientos;
el Amor del Padre no te defrauda, te conduce a la perfección;
te convierte en causa de salvación para todos los que te escuchan.
Toda tu vida está traspasada por el Amor del Padre:
“salí del Padre y he venido al mundo,
otra vez dejo el mundo y me voy al Padre” (Jn 16,28);
esta es tu conciencia: el amor del Padre, su Espíritu,
“te despojó de ti mismo tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los humanos.
Y así, reconocido como hombre por tu presencia,
te humillaste a ti mismo, hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz” (Flp 2,7-8).
Con el amor singular del Padre:
vencerás nuestras tentaciones más humanas:
vivir sólo de pan, sin alimento de su Amor;
utilizar caprichosamente el Amor desinteresado de Dios;
buscar el poder y la riqueza para dominar a los hermanos...;
realizas, en la medida que puedes, el reinado de Dios:
anuncias que todos son hermanos: iguales y respetables;
procuras que todos satisfagan sus necesidades básicas;
quieres que riqueza y poder estén al servicio de todos;
pides que todos se sientan hijos de Dios, hermanos tuyos.
Tu vida en Amor es la vida que Dios brinda:
camino a la perfección, a la dicha, a la felicidad;
al creer en ti, Jesús, recibimos tu mismo Espíritu:
que “da testimonio a nuestro espíritu
de que somos hijos de Dios” (Rm 8, 16);
Espíritu que aleja la codicia del dinero y el poder;
Espíritu de fraternidad universal, sin pretensión de dominio;
Espíritu que capacita la libertad en nuestras instituciones;
Espíritu que convierte nuestras capacidades en servicios;
Espíritu que sostiene la esperanza en toda situación...
Aferrados a tu amor, el camino está abierto:
lo contemplamos en tu vida, en tu muerte, en tu resurrección;
tú eres nuestro revelador, restaurador, mediador, intercesor...
Queremos, Jesús, integrarnos en el “sacrificio” de tu vida:
“hacer sagrada” cada vez más nuestra vida;
tu amor, Jesús, hace de la vida un cielo
y nos lleva al cielo definitivo.