Es un hecho que la enfermedad, la desgracia, el sufrimiento... igualan y unen “Dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta” (D. 28º TO C 09.10. 2022)
La gratitud humana se ha convertido en un acto de fe verdadera
| Rufo González
Comentario: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17,11-19)
Es un hecho que la enfermedad, la desgracia, el sufrimiento... igualan y unen. Hacen asomar la conciencia de la ayuda mutua. Lo vemos hoy en unos leprosos: la enfermedad los reúne para ayudarse, al margen de ser judíos o samaritanos. Ante el mal, cuidamos lo más valioso: la vida, don primero. San Pablo explica nuestra vida como don divino para la fraternidad: “a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29). La carta a los Efesios defiende la vida, fruto de elección divina: “Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.” (Ef 1,4). La primera carta de Juan sugiere: “Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero” (1Jn 4,19). Pero “si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,20-21). Este amor, inscrito en la conciencia, aflora en la desgracia al margen de credo, raza, clase social...
“Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos decían:`Jesús, maestro, ten compasión de nosotros´”. La versión litúrgica traduce “epistáta” por “maestro”. Otras suelen traducirlo por “jefe”. En los reinos griegos, los "epistátes", vinculados a un distrito, representaban al rey, en el control social y la recaudación de los impuestos. Puede traducirse: supervisor, capataz, prefecto, director, jefe... Este apelativo de Jesús sólo está en Lucas (seis veces, vocativo). Lo dice Pedro ante la indicación de Jesús de echar las redes tras no haber pescado nada (5,5), los discípulos en la tempestad del lago (8,24), Pedro tras preguntar Jesús “¿quién me ha tocado?”(8,45) y en la transfiguración (9, 33), Juan al informar que se “expulsaba demonios en tu nombre” (9, 49) y ahora los leprosos (17,13). Quizá la mejor traducción sea “guía”, en quien “fijamos los ojos porque inició y completa nuestra fe” (Hebr 12,2).
Ruegan con los salmos (Sal 41,5; 51,3): “ten compasión de nosotros”. Jesús, “al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes»”. Jesús se conmueve ante la enfermedad y la marginación social. Los cura e invita a integrarse en la sociedad, yendo a los sacerdotes para que certifiquen su curación y puedan vivir normalmente. Este gesto no supone la no superación del judaísmo. El realismo social pide enviarlos a los sacerdotes.
“Sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado»”. Los apegados a los ritos no vuelven a Jesús. Acuden a la religión. Sólo el samaritano cree la verdad del amor divino, manifestado en Jesús. Por el hecho de entrar en esta fe, en el amor de Jesús, quedamos capacitados para amar, agradecer, como somos amados, agraciados. Esta fe salva: “levántate, vete, tu fe te ha salvado”.
San Ignacio de Loyola en su “Contemplación para Alcanzar Amor” (EE 230-237) nos propone un modo para descubrir el amor: considerar las obras, porque el amor es más cumplido en las obras. Hay que pedir “conocimiento interno de tanto bien recibido” y repasar los bienes recibidos: somos creados (nuestro ser que vegeta, siente, entiende... para nuestro bien, dones particulares...) y “redimidos” (recibimos el Espíritu de Jesús, que nos hace hijos y templos, y capacita para orar y amar como él). Esta fe entiende que Dios “trabaja y labora por mí en todas las cosas criadas sobre la faz de la tierra” (Jn 5,17). De aquí surge esta hermosa oración: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad...”.
Oración: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” (Lc 17, 11-19)
Jesús del camino hacia Jerusalén:
un grupo de leprosos te reconoce “maestro”, “guía”;
están marginados social y religiosamente;
te ruegan compasión, empatía amorosa con su vida;
tu amor responde: “id a presentaros a los sacerdotes”.
“Mientras iban de camino, quedaron limpios”:
fueron recuperados por tu amor sin medida;
tú, Jesús de Nazaret, te has compadecido de ellos;
les has curado y puesto en pie para vivir en libertad.
Solamente uno ha reconocidotu amor gratuito:
un samaritano, un hereje, un marginal de la institución;
“levántate, vete; tu fe te ha salvado”, le reconoces;
ha entendido tu gesto de compasión como don de Dios:
“se volvió alabando a Dios a grandes gritosy
se postró a tus pies, rostro en tierra, dándote gracias”;
cura y aceptación social son dones del Amor;
la gratitud humana se ha convertido en un acto de fe verdadera,
fe en el Amor, manifestado en ti, Cristo Jesús.
Los otros, agraciados por tu amor:
no vuelven a tu amor sin medida, tu gloria;
su gloria está en el templo y en sus representantes;
no en “el Hijo del hombre que no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt 8,20);
prefieren el amparo del poder que legitima y da esplendor.
Como el samaritano, no fanatizado por la institución:
queremos aceptar tu Reino de vida, tu don gratuito;
reconocemos nuestra vida como un regalo del Padre:
“él nos hizo y somos suyos” (Salmo 99);
“Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero” (1Jn 4,19).
“En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo
como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4,10).
“En esto hemos conocido el amor:
en que él dio su vida por nosotros.
También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos...
Hijos míos, no amemos de palabra y de boca,
sino de verdad y con obras” (1Jn 3, 16-18).
Agraciados por tantos bienes, decimos:
“Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad,
mi memoria,
mi entendimiento y toda mi voluntad,
todo mi haber y mi poseer;
vos me lo distes, a vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”.
Preces de los Fieles (D. 28º TO C 09.10. 2022)
“Levántate, vete, tu fe te ha salvado”, le dice Jesús a un leproso agradecido. Este hombre descubrió que agradecer es una acto de fe en el Amor. Los otros van al templo porque creen que Dios actúa en los ritos religiosos más que en las personas. Pidamos el Amor, que actúa en todo ser humano, diciendo: “dadme vuestro amor y gracia, Señor”.
Por la Iglesia:
- que sea agradecida con los que han trabajado y trabajan por el Reino de Dios;
- que no margine a nadie, sino que escuche y atienda toda petición evangélica.
Roguemos al Señor: “dadme vuestro amor y gracia, Señor”.
Por las intenciones del Papa (octubre2022):
- que “la Iglesia sea abierta a todos, fiel al Evangelio, valiente en su anuncio”;
-que “viva cada vez más la sinodalidad y sea lugar de solidaridad, fraternidad y acogida”.
Roguemos al Señor: “dadme vuestro amor y gracia, Señor”.
Por nuestro pueblo:
- que viva el Amor que habita en toda persona”;
- que mire con ojos de hermano, sobre todo a los más débiles.
Roguemos al Señor: “dadme vuestro amor y gracia, Señor”.
Por estudiantes y profesores:
- que sean agradecidos y responsables ante la sociedad;
- que sean comunidad educativa, ayuda mutua, esfuerzo común...
Roguemos al Señor: “dadme vuestro amor y gracia, Señor”.
Por el mundo del trabajo:
- que todos puedan tener un trabajo decente;
- que las condiciones laborales sean humanas, justas...
Roguemos al Señor: “dadme vuestro amor y gracia, Señor”.
Por esta celebración:
- que nos haga más humanos, agradecidos y generosos;
- que con Jesús demos gracias al Padre-Madre Dios por tantos bienes.
Roguemos al Señor: “dadme vuestro amor y gracia, Señor”.
Queremos, Señor, vivir tu Amor, que habita en todo corazón. Ayúdanos a mirar con tus ojos a cualquier persona, sobre todo a las más débiles y necesitadas. Como tú, Cristo, Hijo del Dios vivo, que vives por los siglos de los siglos.
Amén.