La Navidad es el nacimiento de un hombre inconformista, contestatario y perturbador subversivo EL ESPIRITU Y LA LETRA DE LA NAVIDAD
¿Por qué decir “navidades” si quieren decir “consumismo”?
| Pepe Mallo
El espíritu: Está claro que, desde hace varios años, las navidades tienen su inicio en la ciudad gallega de Vigo. Su petulante y enfático encendido de luces opera como un presuntuoso adviento de fuegos fatuos, pomposo pero insustancial. Madrid y otras ciudades rivalizan con su también profuso y ostentoso derroche de luminarias. Paralelamente, las navidades vienen precedidas de ese otro profano adviento consumista, el “Black Friday”, el disparo de salida del consumo navideño, evangelio del despilfarro compulsivo. Una incitación al consumo desmedido y desbordado. Campañas publicitarias, promociones "atractivas", centros comerciales atiborrados de espíritus ansiosos de comprar lo que "necesitan"... Un estrés agobiante.
Y es que vivimos una extraña paradoja: estamos insertados en un marco, la sociedad de consumo de masas, que nos mantiene insatisfechos, pero del que es casi imposible escapar. El imperioso precepto social que dispone qué hacer o qué no hacer en cada momento no descansa por Navidad y el consumismo se ha asentado como un canon obligado de estas fechas. Curiosamente, nos pasamos el año quejumbrosos por los precios de los productos del mercado, y en estos días tiramos la casa por los comercios y grandes almacenes. Si no se realizan enormes compras, parece que surge la sensación de estar ultrajando las fiestas navideñas; se experimenta como una apariencia de frustración o sentimiento de insatisfacción.
Hemos sustituido el “Dios proveerá” por el “dios consumo”. Por eso, estas fiestas se nos presentan publicitariamente barnizadas por una pátina de amor, de solidaridad, de empatía tal que el mismo consumo acrítico, vinculado al neurótico deseo, queda religiosamente justificado. El mensaje no es: “Si no regalas o si no compras eres ruin”; sino al contrario: “compra para que te muestres generoso”. El ferviente “espíritu navideño” se ha convertido en febricitante “espíritu consumista”, más por mimetismo gregario que por convencimiento. Estos “ritos sagrados” de la sociedad de consumo despiertan y afianzan el lamentable espíritu folclórico de la Navidad.
Y para más inri, desde la Comisión Europea, se nos “invita” a felicitar las fiestas en lugar de felicitar la Navidad. Y yo pregunto, ¿de qué nos tenemos que felicitar si la Navidad es el porqué de estas “fiestas”? Lamentablemente, de una festividad religiosa, asentada en el nacimiento de Jesús, y de la celebración de una fraternal convivencia comunitaria y familiar, de solidaridad y reciprocidad, la Navidad se ha convertido en un evento de consumismo y materialismo.
¿Por qué decir “navidades” si quieren decir “consumismo”?
La letra: Dios se humaniza en Jesús, asume la humanidad, se convierte en humano para hacernos a nosotros más humanos. Ese niño recién nacido será posteriormente el “hijo de hombre”, como le gustaba identificarse a Jesús. En la Navidad no podemos permanecer fascinados en la sensiblera ternura, indefensión y desamparo de un niño en un pesebre ni en la deslumbrante admiración de unos pastores ni en la sorprendente adoración de unos Magos. Ni en el piadoso montaje de los “nacimientos”, los vistosos institucionales o los humildes familiares. Los “belenes” son una simbólica representación costumbrista, una alegórica manifestación popular, no “Evangelio”.
Evangelio es la “Palabra”, el Verbo que se hizo carne en Jesús, el “hijo de hombre”. La Navidad es el nacimiento de un hombre inconformista, contestatario y perturbador subversivo.
El hombre que sintió la llamada de los hombres por la fuerza del Espíritu, rebelde e insumiso frente al sistema y el orden establecido, que descubrió a la gente el verdadero rostro de Dios hablando de amor y perdón, no de castigo ni venganza.
El hombre que descubrió y denunció la injusticia, el egoísmo, la maldad de los poderosos y se enfrentó a la religión oficial y sus dirigentes quienes priorizaban el cumplimiento de la ley frente al derecho a la vida, y condenó las leyes injustas que humillaban y oprimían a los pobres, a los enfermos, a los marginados.
El hombre que hizo causa común con los indigentes, los postergados, los apartados de la sociedad privilegiada, social y religiosamente: publicanos, pecadores, prostitutas, enfermos y gente considerada “de mal vivir”.
El hombre que luchó por la construcción e implantación de una Nueva Sociedad (el Reino) basada en la igualdad de todos los seres humanos, hombres y mujeres, en el amor de Dios en todos y entre todos, en la justicia, en el compartir y servir, no en el dominar...
El hombre que denunció la hipocresía de las autoridades religiosas que imponían al pueblo cargas legales que ellos mismos no cumplían, y que cuestionó la utilidad del Templo afirmando que a Dios hay que darle culto no en la mentira ni en el cumplimiento de la Ley vacío de contenido, sino en “el espíritu y en la verdad”. Si con alguien se enfrentó Jesús de Nazaret, fue precisamente con los “hombres de la Religión” y sus instituciones: el templo, los sacerdotes, los ritos, y con los fariseos, los exigentes observantes de la quisquillosa normativa religiosa.
El hombre incomprendido, rechazado, perseguido y ejecutado.
El hombre que sufrió el fracaso de la muerte...
Que no nos secuestren la Navidad. Hay que rescatar el genuino espíritu de la Navidad, manifestar “humanidad”, como Jesús, al menos en el ámbito de nuestra conciencia y en el familiar y comunitario. Regalar alegría, ilusión, sensibilidad, cercanía, solidaridad. Que en este niño, Jesús, el hijo de hombre, se reconozca a todos los niveles la dignidad humana de todas las personas. Eso es Navidad.
Felicidad, es la palabra más oída y escrita en estas fechas. Y eso es lo que hay que trasmitir en realidad de verdad. ¡Feliz Navidad a todos (y todas)!