Lo que salva, da sentido y realiza a las personas, es vivir el Espíritu de Jesús Jesús busca nuestra realización plena (Domingo 27º TO B 2ª lect. 06.10.2024)

Queremos, Jesús, ser tus amigos, vivir contigo

Comentario: Jesúsno se avergüenza de llamarnos hermanos” (Hb 2, 9-11)

En siete domingos leemos textos de la Carta a los Hebreos. Especie de homilía o “palabra de exhortación” (13,22), como la que piden “a Pablo y sus compañeros”: «Hermanos, si tenéis una palabra de exhortación para el pueblo, hablad» (He 13,13-15). Escrita para ser leída, anima a vivir en el Espíritu de Jesús. El prólogo presenta a Jesús como el Hijo de Dios, por el que “Dios nos ha hablado en esta etapa final” (1, 3). No hay que añorar ritos solemnes ni prácticas judías. Lo que salva, da sentido y realiza a las personas, es vivir el Espíritu de Jesús.

El texto de hoy (2, 9-11) pertenece a la primera parte (1,5-4,13): Cristo como Hijo supera a los ángeles y a Moisés. Tenemos que escucharle. El punto de partida ahora es la situación de Jesús: “Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Pues, por la gracia de Dios, gustó la muerte por todos” (v. 9).

Afirma la humanidad de Jesús, utilizando el salmo 8,5-7:¿Qué es el hombre…? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las obras de tus manos. Todo lo sometiste bajo sus pies”. Jesús, en apariencia, “por un poco de tiempo” (braxí ti: por un momento), existió inferior a los ángeles. “Ahora lo vemos coronado de gloria y honor por su pasión y muerte”. Jesús vive resucitado. “Su pasión y muerte” son la causa de su exaltación. Es tesis paulina: “hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo” (Flp 2,8-9). Su muerte es gracia: “gustó la muerte por todos”. ¿Muerte vicaria: “en vez de otros”? Mejor: “muerte reveladora del proyecto divino”, salvadora por revelación, no por “expiación, satisfacción o exigencia sádica divina”. Muere, como todo ser humano, en circunstancias distintas, y resucita por el Espíritu divino. Revela así la voluntad divina para todos sus hijos.

Convenía que aquel, para quien, y por quien existe todo, llevara muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación. (v. 10). Dios quiere “llevar muchos hijos a la gloria”, a la plenitud. “Dios quiere que todos los seres humanos se salven (se realicen plenamente) y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4). Jesús, revelador de Dios, es el guía que Dios ha ido “perfeccionando mediante el sufrimiento”. Todos los seres humanos somos invitados a mirar a Jesús: “fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios” (Hebr 12,2). Viviendo como Jesús, seremos “coronados”.

El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos” (v. 11). Jesús, que nos ha dado el Espíritu (que nos santifica, nos diviniza), es el “santificador”. Nosotros, que hemos aceptado su Espíritu, somos los “santificados”. Jesús por naturaleza, nosotros por gracia, somos hijos de Dios.Proceden todos del mismo” (lit.: “de uno solo”): puede referirse a Adán (supuesto el monogenismo) o a Dios. En uno y otro sentido –algunos autores sostienen ambos sentidos a la vez- queda afirmada la fraternidad humana en el orden natural y sobrenatural (J. M. Bover: “Las Epístolas de San Pablo”. 4ª ed. Edit. Balmes. Barcelona 1959. Pág. 497).

Oración: Jesúsno se avergüenza de llamarnos hermanos” (Hb 2,9-11)

Jesús, “guía de nuestra salvación”:

creemos que el Misterio divino: “en esta etapa final,

nos ha hablado por el Hijo,

al que ha nombrado heredero de todo,

y por medio del cual ha realizado los siglos.

Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser” (Hb 1,2-3).

Tú mismo lo ibas proclamando:

quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9);

por eso, “fijamos los ojos en ti, Jesús;

tú, que iniciaste y completas nuestra fe;

tú, que, en lugar del gozo inmediato, soportaste la cruz,

despreciando la ignominia;

ahora estás sentado a la derecha del trono de Dios” (Hebr 12,2).

Hoy escuchamos la voluntad divina:

Dios quiere “llevar muchos hijos a la gloria”;

es lo que dice otra carta cristiana:

Dios quiere que todos los seres humanos se salven

y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2,4);

esta es la causa de “perfeccionarte a ti mediante el sufrimiento,

 tú, que ibas a guiarnos a la salvación. (v. 10).

Tu camino es vivir nuestra humanidad:

Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús.

El cual, siendo de condición divina,

no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;

al contrario, se despojó de sí mismo

tomando la condición de esclavo,

hecho semejante a los hombres.

Y así, reconocido como hombre por su presencia,

se humilló a sí mismo,

hecho obediente hasta la muerte,

y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo exaltó sobre todo

y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;

de modo que al nombre de Jesús toda rodilla

se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo,

y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor,

 para gloria de Dios Padre” (Flp 2,5-11).

Tú, Cristo, “gustaste la muerte por todos”:

por la gracia de Dios”, tu muerte nos revela nuestra muerte;

mueres, como todo ser humano, en circunstancias distintas;

resucitas por el Espíritu divino, que nos entregas;

así eres “guía de nuestra salvación, santificador” de todos;

tus sufrimientos, frutos del Amor, te han “perfeccionado;

entregándonos tu Espíritu, “nos llevas a la gloria”;

por eso no te avergüenzas de llamarnos hermanos”.

Jesús, “guía de nuestra salvación”:

ayúdanos a ver a Dios en tu vida, en tus palabras;

así Dios no será una verdad a “nuestra imagen y semejanza”;

nuestro Dios eres tú, hermano, hijo del mismo Padre;

tú “estás de pie a nuestra puerta y llamas.

Si alguien escucha tu voz y abre la puerta,

entras en su casa y cenas con él y él contigo.

Al que te sigue le concedes sentarse contigo en tu trono,

como tú estás sentado con tu Padre en su trono” (Apoc 3,20-21).

Queremos, Jesús, ser tus amigos, vivir contigo:

conocerte, asimilar tu Espíritu, vivir tu amor;

realizarnos humanamente, como tú.

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