“Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer…” Miremos “el amor que nos ha tenido el Padre” (Todos los Santos 01.11.2024)
“El amor se debe poner más en las obras que en las palabras”
| Rufo González
Comentario: “Mirad qué amor nos ha dado el Padre...” (1Jn 3,1-3)
1ª Juan es un pequeño tratado teológico que explica algunos temas del evangelio de Juan y denuncia algunas doctrinas de la comunidad contrarias al evangelio. Los versículos leídos son parte del desarrollo doctrinal sobre nuestra relación con Dios.
El primer versículo invita contemplar el Amor: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”. Es, en el fondo la conocida “contemplación para alcanzar amor” de san Ignacio (EE 230-237). Para realizarla, Ignacio advierte que “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”. Sugiere empezar la contemplación “pidiendo conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad”. Miremos, pues, “el amor que nos ha tenido el Padre” en las obras que ha hecho en favor nuestro:
a) “beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares”. Jesús redime dándonos conciencia de hijos de Dios: “a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios” (Jn 1,12-13).
b) “Dios habita en las criaturas…, y así en mí dándome ser, animando, sensando, y haciéndome entender; asimismo haciendo templo de mí siendo criado a la similitud e imagen de su divina majestad”.
c) “Dios trabaja y labora por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra...”. Jesús creía en el trabajo del Padre: “Mi Padre sigue actuando, y yo también actúo” (Jn 5,17). Así como que “nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,44).
d) “mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así mi medido poder del sumo e infinito poder de Dios; la justicia, bondad, misericordia... de la infinita y suma bondad de Dios...”.
De aquí nace “lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a la su divina majestad, es a saber, todas mis cosas y a mí mismo con ellas, así como quien ofrece afectándose mucho: Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”.
“El mundo no nos conoce porque no le conoció a él”. Toda persona e institución, aunque sea religiosa, puede viciarse de egoísmo hasta subordinar el ser humano a normas, dinero, poder, honor...“Llegará incluso una hora cuando el que os dé muerte pensará que da culto a Dios. Y esto lo harán porque no han conocido ni al Padre ni a mí” (Jn 16,2-3). Es el peligro de la religión centrada en lo “sagrado” como superior y dominador de lo “humano”. Jesús –“quien me ha visto a mía ha visto al Padre” (Jn 12,9)- dice lo contrario: “yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22,27).
“Aún no se ha manifestado qué seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (1,2). Es nuestra esperanza. “Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro” (1,3). Esta esperanza es activa. Intenta parecerse al Padre, “ser semejante” e imitarle en su entrega y amor gratuito.
Oración: “Mirad qué amor nos ha dado el Padre...” (1Jn 3,1-3)
Jesús resucitado, Hijo de Dios, hermano nuestro:
hoy somos invitados a contemplar el amor del Padre:
“Mirad qué amor nos ha tenido el Padre
para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”.
Contemplamos suamor eterno en las obras:
“él nos hizo y somos suyos” (Sal 100,3);
“Él nos eligió en ti, Cristo, antes de la fundación del mundo
para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de ti, Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en ti, el Amado” (Ef 1,4-5).
Tú, Jesús, eres su Unigénito, el mejor regalo:
“tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito,
para que todo el que cree en él no perezca,
sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16);
“a cuantos te recibimos, nos das poder de ser hijos de Dios,
a los que creemos en su nombre.
No hemos nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón,
sino que hemos nacido de Dios” (Jn 1,12-13).
Este nacimiento lo experimentamos en el bautismo:
“cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador
y su amor al hombre, no por las obras de justicia
que hubiéramos hecho nosotros,
sino, según su propia misericordia,
nos salvó por el baño del nuevo nacimiento
y de la renovación del Espíritu Santo,
que derramó copiosamente sobre nosotros
por medio de ti, Jesucristo nuestro Salvador,
para que, justificados por su gracia, seamos, en esperanza,
herederos de la vida eterna” (Tit 3,4-7).
En tu vida, Jesús, hemos sido injertados nosotros:
en nosotros habita tu mismo Espíritu;
sentimos tu misma pasión por la fraternidad y la vida de todos;
tu amor gratuito es nuestro camino, nuestra verdad, nuestra vida.
Queremos vivir “dejándonos llevar por tu Espíritu” (Rm 8,14):
organizar nuestra vida desde tus mismas entrañas;
elegir las prioridades más necesarias y urgentes de tu Amor;
desechar la venganza, la imposición, la marginación, exclusión...;
identificarnos contigo, Jesús pobre, humilde, marginado...
releyendo tu memoria,
celebrando en nuestras reuniones tu vida entregada,
pidiendo al Padre tu Espíritu, oración siempre eficaz (Lc 11,13).
“Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria,
mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer;
Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno;
todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta”.