¿Cómo es posible que un hombre que “recorría toda Galilea enseñando, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y dolencia en el pueblo”, terminara sus días “gritando: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»”? PREGON PASCUAL (Vigilia Pascual 19.04.2025)

Unas mujeres, como tantas veces en la historia, encontraron la respuesta

En Semana Santa surge siempre esta pregunta:

¿cómo es posible que un hombre que

recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas,

proclamando el evangelio del reino y

curando toda enfermedad y dolencia en el pueblo” (Mt 4,23),

terminara sus díasgritando con voz potente:

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46)”?

Historia repetida infinidad de veces:

personas buenas, valientes, se complican la vida

compartiendo sufrimientos y necesidades…

y terminan marginadas, perseguidas y muertas,

sin encontrar la justicia que anhelaban.

Hoy, esta noche, celebramos la respuesta:

unas mujeres, como tantas veces en la historia,

fueron al sepulcro de Jesús llevando los aromas

que habían preparado…,

y encontraron la respuesta:

«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

¡No está aquí! ¡Ha resucitado!

Recordad cómo os habló estando todavía en Galilea,

cuando dijo que el Hijo del hombre tiene que ser

entregado en manos de hombres pecadores,

ser crucificado y al tercer día resucitar».

Y recordaron sus palabras.

Habiendo vuelto del sepulcro, anunciaron todo esto

a los Once y a todos los demás.

Eran María la Magdalena, Juana y María, la de Santiago.

También las demás, que estaban con ellas,

contaban esto mismo a los apóstoles” (Lc 24,1-12).

Estaba empezando la Iglesia:

hombres y mujeres van creyendo en Jesús resucitado;

el grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma:

nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía,

pues lo poseían todo en común.

Los apóstoles daban testimonio de la resurrección

del Señor Jesús con mucho valor” (He 4,32-33).

Quienes se bautizaban tenían claro que:

Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte,

 para que, lo mismo que Cristo resucitó por la gloria del Padre,

así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rm 6,4);

Cuantos habéis sido bautizados en Cristo,

os habéis revestido de Cristo.

No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer,

porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,27-28).

Este cirio grande que nos preside,

representa la Vida-luz de Jesús de Nazaret;

estas velas encendidas de nuestras manos,

representan nuestras vidas-luz.

Nosotros, para ser “luz” como el Nazareno:

debemos tener los sentimientos propios de Cristo Jesús.

El cual, siendo de condición divina,

no retuvo ávidamente el ser igual a Dios;

al contrario, se despojó de sí mismo

tomando la condición de esclavo,

hecho semejante a los hombres.

Y así, reconocido como hombre por su presencia,

se humilló a sí mismo,

hecho obediente hasta la muerte,

y una muerte de cruz” (Flp 2,5-8).

La resurrección es la respuesta de Dios a la vida humana:

Por eso Dios lo exaltó sobre todo

y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre;

de modo que al nombre de Jesús

toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo,

y toda lengua proclame:

Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”.

Jesús terminó su vida humana como nosotros:

rezando un salmo que empezaba herido:

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”;

y termina confiado en el reino definitivo:

porque del Señor es el reino, él gobierna a los pueblos.

Ante él se postrarán los que duermen en la tierra,

ante él se inclinarán los que bajan al polvo.

Me hará vivir para él, mi descendencia lo servirá;

hablarán del Señor a la generación futura,

contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:

«Todo lo que hizo el Señor»” (Sal 22,2.29-31).

¡Alegría, hermanos!:

pasión y resurrección no pueden separarse;

dolor y gloria, tristeza y alegría, son nuestra vida;

la que vivió Jesús movido por el Amor infinito

que animaba su corazón.

Hoy celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte:

Cristo ha resucitado de entre los muertos

y es primicia de los que han muerto.

¡Gracias a Dios, que nos da la victoria

por medio de nuestro Señor Jesucristo!

De modo que, hermanos míos queridos,

manteneos firmes e inconmovibles.

Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor,

convencidos de que vuestro esfuerzo

no será vano en el Señor” (1Cor 15,20.57-58).

rufo.go@hotmail.com

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