Una falsa revelación es el origen del celibato sacerdotal obligatorio Respuesta al cardenal Sarah contra la posibilidad de sacerdotes casados (3)

El bautismo, no el sacerdocio, es “la entrada ontológica en el “sí” de Cristo sacerdote”

Tres son los fundamentos de su argumentación de que “la posibilidad de ordenar hombres casados significaría una catástrofe pastoral”:

- “El sacerdocio: una entrada ontológica en el “sí” de Cristo sacerdote” (p. 79-81);

- el celibato sacerdotal es una “urgencia pastoral y misionera” (p. 81-89);

- “El celibato sacerdotal “se apoya en una tradición recibida de los Apóstoles” (p. 90-95).

“El sacerdocio: una entrada ontológica en el “sí” de Cristo sacerdote” (págs. 79-81). Evidente la ambigüedad terminológica. Como Benedicto XVI, identifica sacerdocio con sacerdocio “jerárquico”. Se ve claro en la definición ambigua de “sacerdote”: “es aquel que, a ejemplo de Cristo, se ofrece a sí mismo en sacrificio por amor... El sacerdocio es un `estado de vida´.... `El sacerdote es sustraído a los lazos mundanos y entregado a Dios, y precisamente así, a partir de Dios, debe quedar disponible para los otros´...” (p. 79). Esta definición es propia del cristiano en general, partícipe del sacerdocio de Cristo: “son consagrados por la regeneración y la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de todas las obras del cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales y anuncien las fuerzas de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (cf. 1Pe 2,4-10). Por eso todos los discípulos de Cristo, perseverando en la oración y alabando juntos a Dios (cf. He 2,42-47), ofrézcanse a sí mismos como hostia viva, santa y grata a Dios (cf. Rm 12,1) y den testimonio por doquiera de Cristo, y a quienes lo pidan, den también razón de la esperanza de la vida eterna que hay en ellos (cf. 1Pe 3,15)” (LG 10).

Según esta configuración conciliar del cristiano, debe decirse con precisión que el bautismo, no el sacerdocio, es “la entrada ontológica en el “sí” de Cristo sacerdote”. De hecho en todo el Nuevo Testamento no se llama sacerdote a ningún “servidor” de la comunidad. Sólo a Cristo y a los cristianos como partícipes del sacerdocio de Jesús. Debe, pues, decirse que el bautizado es “aquel que, a ejemplo de Cristo, se ofrece a sí mismo en sacrificio por amor... El ser cristiano, participación del sacerdocio de Jesús, es un `estado de vida´.... `El cristiano es sustraído a los lazos mundanos y entregado a Dios, y precisamente así, a partir de Dios, debe quedar disponible para los otros´...”

Otra ambigüedad: “El celibato sacerdotal es expresión de la voluntad de ponerse a disposición del Señor y de los hombres”. La expresión principal de la “voluntad de ponerse a disposición del Señor...” está en el convertido al Evangelio y bautizado, participando así en el sacerdocio común. Casados y solteros bautizados, “están a disposición del Señor y de los hombres”. Los célibes por el reino de Dios (Mt 19, 12), sacerdotes o no, están más liberados para dedicarse a promover el Reino. El celibato sería una expresión sobrevenida, secundaria, positiva...

Robert Sarah, siguiendo a Benedicto XVI, opina que celibato y sacerdocio no se pueden dar el uno sin el otro: “para el sacerdote el celibato no es un `suplemento espiritual´ bienvenido en la vida del sacerdote. Una vida sacerdotal coherente exige ontológicamente el celibato” (p. 79-80). Tanto lo cree así que el sacerdocio del Nuevo Testamento -que llevó a plenitud el del Antiguo Testamento- convierte la “abstinencia sexual funcional” (abstinencia exigida durante el tiempo de ejercicio del sacerdocio) en “abstinencia sexual ontológica” porque el sacerdocio del Nuevo Testamento se ejerce diariamente. Luego, “dado que el sacerdocio implica la ofrenda del sacrificio de la misa, no permite un vínculo matrimonial... La celebración de la misa supone entrar con todo el ser a formar parte de la gran donación de Cristo al Padre, en el gran `sí´ de Jesús a su Padre” (p. 80). “Si reducimos el celibato a una cuestión de disciplina, de adaptación a las costumbres y culturas, separamos el sacerdocio de su fundamento.. El celibato sacerdotal es necesario para una visión correcta del sacerdocio” (p. 81).

Para el cardenal Sarah el celibato pertenece a la naturaleza del sacerdocio: está exigido por su esencia, por su ontología. No lo razona. Se apoya en Benedicto XVI, “un hombre que se acerca al final de su vida. En una hora tan decisiva nadie toma la palabra la ligera” (p. 80). Uno y otro se apartan de la mente de la Iglesia, expresada en el concilio Vaticano II: “la perfecta y perpetua continencia por el reino de los cielos... no es exigida ciertamente por el sacerdocio según su misma naturaleza, como aparece en la práctica de la Iglesia primitiva y en la tradición de las Iglesias Orientales, en donde, a demás de aquellos que con todos los obispos eligen guardar el celibato por don de gracia, existen también Presbíteros casados muy meritorios” (PO 16).   

Culto y sexo son incompatibles. Es el argumentario de Benedicto XVI,en el que se apoya y, a partir del cual, elabora su alegato el cardenal. El Papa emérito considera como revelación divina del Antiguo Testamento la “conciencia colectiva de Israel”, en la cual culto y sexo son incompatibles. “La abstinencia sexual, en los periodos en los que ejercían el culto y, por tanto, estaban en contacto con el misterio divino”, era un deber estricto de los sacerdotes judíos. Para demostrarlo recuerda, a modo de ejemplo, el episodio del Primer Libro de Samuel (21, 5ss). El pan consagrado del templo no pueden comerlo quienes ese día hayan tenido relaciones con mujeres. El sacerdote Ajimélec, ante la petición de David, le responde “no tengo a mano pan ordinario. Solamente pan consagrado; podrán tomarlo con tal de que tus hombres se hayan abstenido de trato con mujeres”. La respuesta de David: “por supuesto; si se trata de mujeres, nos están vedadas como siempre que salimos en campaña”. Y concluye el texto: “Aunque es un viaje profano, hoy están puros sus cuerpos” (1S 21,6). El texto supone que el uso sexual volvía “impuro” ante Dios. Por eso impedía cualquier relación o contacto con lo “santo, divino, sagrado”, como era el pan de las ofrendas. Como los sacerdotes judíos “solo debían consagrarse al culto durante determinados periodos, matrimonio y sacerdocio eran compatibles” (p. 50).

Los sacerdotes del Nuevo Testamento, argumenta, tienen que celebrar regularmente la misa, incluso a diario. Luego “toda su vida está en contacto diario con el misterio divino. Eso exige por su parte la exclusividad para Dios. Quedan excluidos, por tanto, los demás vínculos que, como el matrimonio, afectan a la totalidad de la vida. De la celebración diaria de la Eucaristía, que implica un estado permanente de servicio a Dios, nace espontáneamente la imposibilidad de un vínculo matrimonial. Se puede decir que la abstinencia sexual, que antes era funcional, se convierte por sí misma en una abstinencia ontológica. Así, pues, su motivación y significado quedan íntima y profundamente transformados” (p. 50). “No parece posible simultanear ambas vocaciones... Renunciar al matrimonio se convierte en una exigencia del ministerio sacerdotal”. Por ello, concluye, “en el transcurso de los primeros siglos parece haber sido normal vivir los sacerdotes el matrimonio llamado `de san José´. Existía un número suficiente de hombres y mujeres que consideraban razonable y posible vivir de este modo entregándose juntos al Señor” (p. 51-52).

Esta falsa revelación es el origen del celibato sacerdotal obligatorio. Revelación que aún considera auténtica el sector ultraconservador de la Iglesia católica. Sector que ha logrado paralizar las peticiones del Sínodo de la Amazonia que pedía ordenar hombres casados. El cardenal Sarah es paradigma de dicho sector.

Leganés, 22 de enero de 2021

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