La Iglesia, para defender su estructura de “poder sacro”, se han blindado con leyes no evangélicas, con celibato obligatorio, con títulos piramidales y mundanos (santidad, beatitud, eminencia, excelencia, monseñor, prelado, reverendo…) … El Sínodo ha demostrado que la Iglesia no está siendo “signo de aquella fraternidad que permite y robustece el diálogo sincero” (GS 92)

La ideología clerical, interesada, se ha impuesto a la verdad y la libertad evangélicas

Gaudium et Spes (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual), tras poner en manos de cada fiel y de las iglesias locales sus propuestas (nº 91: “Tarea de cada fiel y de las Iglesias particulares”), hace una advertencia a la Iglesia universal que no puede soslayarse nunca. Leámosla en su literalidad:

          “La Iglesia, en virtud de la misión que tiene de iluminar a todo el orbe con el mensaje evangélico y de reunir en un solo Espíritu a toda la humanidad de cualquier nación, raza o cultura, llega a ser signo de aquella fraternidad que permite y robustece el diálogo sincero (`signum evadit illius fraternitatis quae sincerum dialogum permittit atque roborat´).

          Lo cual requiere, en primer lugar, que promovamos en la misma Iglesia la mutua estimación, respeto y concordia, reconocida toda diversidad legítima, para instituir un diálogo siempre más fructuoso entre todos los que constituyen el único Pueblo de Dios, ya sean pastores o fieles cristianos. Más fuertes son las cosas con que se unen los fieles que con las que se dividen: Haya unidad en las cosas necesarias, libertad en las dudosas, en todas, caridad” (GS 92).

Comentario:

1. Aquí “Iglesia” es el Pueblo de Dios: “la comunidad integrada por personas que, coadunadas en Cristo, son guiadas por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido un anuncio de salvación para proponérselo a todos” (GS 1).

2. Recuerda la misión eclesial: “iluminar a todo el orbe con el mensaje evangélico y reunir en un solo Espíritu a toda la humanidad”. En su simplicidad, apunta a lo esencial que deben hacer los “coadunados en Cristo”: ofrecer a todos el Evangelio de Jesús y entregarles su Espíritu de fraternidad universal. Esto sólo de hace dialogando.

3. El Concilio afirma que la Iglesia, “en virtud de la misión que tiene…”, “llega a ser signo de aquella fraternidad que permite y robustece el diálogo sincero”. La historia nos dice que esto no se ha realizado en muchos lugares y tiempos. La Iglesia ha cumplido su misión en numerosas ocasiones históricas de modo poco humano, aliada del poder, de la riqueza, de la cultura dictatorial, imperialista...

4. Como el Vaticano II era profético, anuncia lo que Dios quiere: “llega a ser (evadit) signo de aquella fraternidad que permite y robustece el diálogo sincero”. Que “llegue a ser” es la expresión de la voluntad de Dios. Las personas hoy no perciben en la jerarquía la “fraternidad” suficiente para “dialogar sinceramente”. En el Sínodo se ha visto cómo los temas que no le convienen a la jerarquía, no se tratan. Así, la Iglesia no cumple su misión. Se salta el requisito primero, para que la Iglesia pueda ser “signo de aquella fraternidad que permite y robustece el diálogo sincero” (signum illius fraternitatis quae sincerum dialogum permittit atque roborat).

5. Seremos “signo de tal fraternidad” cuando:

          a) “promovamos en la misma Iglesia la mutua estimación (aestimatio: valoración), respeto (reverentia) y concordia”. Miremos nuestra Iglesia: “La Iglesia seguirá dividida entre clérigos y laicos. Los clérigos, solo ellos, seguirán detentando la última palabra y el poder decisivo, el poder que siguen llamando “sagrado”, el poder que solo ellos creen haber recibido directamente de Dios gracias al Sacramento (con mayúscula) del Orden, conferido por quienes a su vez lo habían recibido de otros, no sabemos desde cuándo ni cómo. Solo sabemos con certeza que el profeta Jesús nunca pensó en términos clericales, en ningún poder sagrado, en una Iglesia jerárquica (hierarchía en griego significa “poder sagrado”)” (José Arregi: Cuatro Sínodos y el clericalismo intacto. RD 01.11.2024.). Para defender su estructura de “poder sacro”, se han blindado con leyes no evangélicas, con celibato obligatorio, con títulos piramidales y mundanos, como santidad, beatitud, eminencia, excelencia, monseñor, prelado, reverendo… “Habiendo convocado Jesús a los Doce, les dio poder (dýnamis) y autoridad (exousía)sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades” (Lc 9,1). Su misión fundamental es curar de malos espíritus y enfermedades, movidos por el Espíritu de Jesús.

          b) “reconocida toda diversidad legítima, instituyamos un diálogo… entre todos los que constituyen el único Pueblo de Dios, ya sean pastores o fieles cristianos”. Quienes detentan el “poder sacro” imponen la “diversidad legítima”: la que entra en sus leyes, no las que entran en el Evangelio de Jesús. “Todo sigue como antes, para gran desengaño de quienes esperaban mucho, o al menos esperaban algo. Pero bendito sea también el desengaño de este Documento sinodal, si nos abre los ojos” (Arregui).

          c) Evidente que no quieren hablar con algunas instituciones cristianas como la Federación Latinoamericana de Sacerdotes Casados, cuyo presidente, Sebastián Cózar, firmaba una Carta, dirigida al Secretario del Sínodo, cardenal Mario Grech, en estos términos:

                    “Creemos que sería muy bueno y saludable para la Iglesia que en este encuentro sinodal de octubre próximo se planteara con sinceridad, en un diálogo de fraternidad sacerdotal, el ministerio del sacerdote casado…, pensando en el bien de la Iglesia y de la Evangelización… Deseamos que nos tengan en cuenta, nos escuchen… como hermanos sacerdotes. Queremos dar testimonio de que ser sacerdote y casado es posible y fructífero, como fueron los primeros llamados por Jesús… Pedimos que se permita nuestra participación en el Sínodo para aportar nuestra experiencia, y que así sea posible ir superando todos los temores e incertidumbres” (RD 29.08.2024).

          d) “Más fuertes son las cosas con que se unen los fieles que con las que se dividen: Haya unidad en las cosas necesarias, libertad en las dudosas, en todas, caridad” (GS 92). Esta frase, atribuida a San Agustín, parece que se utilizó por primera vez en el s. XVII en el ámbito de las relaciones entre católicos y anglicanos. Se encuentra en la obra publicada en 1617, “De republica ecclesiastica”, del arzobispo de Split (Croacia), Marco Antonio de Dominis (1560-1624), defensor de la reunificación cristiana sobre unos principios tan elementales como este: “in necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas”. El Documento final del Sínodo sobre la sinodalidad no cumple este principio obvio y elemental. Sigue manteniendo la tradición de otras épocas sobre la comprensión de la sexualidad, hoy falsada por la ciencia y la sociedad, y el respeto de la mujer como ser humano cristiano, digno de representar a Jesús. Pesa más la tradición canónica que la revelación: “cuantos habéis sido bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo. No hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál 3,27-28). Este texto desbarata toda marginación eclesial de la mujer. Todo ser humano bautizado en Cristo, puede representarlo y presidir la Iglesia si está capacitado y facultado para ello. Lo contrario es ideología clerical y eclesiástica. Y lo mismo cabe decir del celibato obligatorio. La ideología interesada se está imponiendo frente a la verdad y la libertad evangélicas.

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