“¡El Papa nos manda esta Constitución!... aunque por ello sufra de rabia el corazón” El celibato obligatorio provocó esta parodia genial del clero castellano (I)
Hablemos claro sobre la ley del celibato (21)
| Rufo González
La “Cántica de los clérigos de Talavera”, inserta en el “Libro de Buen Amor”, de Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, es una parodia de la realidad del clero castellano. Prototipo es el clero de la ciudad de Talavera, archidiócesis de Toledo, mitad del siglo XIV. En abril de 1342, don Gil de Albornoz, arzobispo en Toledo desde 1338 hasta 1350, instado por el papa Benedicto XII, dictó una constitución sinodal urgiendo la ley conciliar que prohibía a los clérigos vivir con mujeres. El arcipreste de Hita,elegido por el arzobispo, comunica esta ordenanza al clero talabricense (o talabrigense):
Allá por Talavera, a principios de abril,
llegadas son las cartas de Arzobispo don Gil,
en las cuales venía un mandato no vil
que, si a alguno agradó, pesó a más de dos mil.
Este pobre Arcipreste, que traía el mandado,
más lo hacía a disgusto, creo yo, que de grado.
Mandó juntar Cabildo; de prisa fue juntado,
¡pensaron que traía otro mejor recado!
El arcipreste no comparte la ley del celibato obligatorio. Es el sentir general del clero en toda Europa. Sabe que tal mandato no procede del Evangelio, como venían repitiendo la Iglesia de Oriente y los movimientos de protesta occidentales. “¡El Papa nos manda esta Constitución!”. Es una ley humana, siempre discutida. Es una imposición contraria al “no será así entre vosotros” (Mt 20,25-26; Mc 10,42-43; Lc 22,25-26). Por ello muestra su llanto y su dolor de “rabia del corazón”:
Comenzó el Arcipreste a hablar y dijo así:
-“Si a vosotros apena, también me pesa a mí.
¡Pobre viejo mezquino! ¡En qué envejecí,
en ver lo que estoy viendo y en mirar lo que vi!”
Llorando de sus ojos comenzó esta razón:
Dijo: -“¡El Papa nos manda esta Constitución!,
os lo he de decir, sea mi gusto o no,
aunque por ello sufra de rabia el corazón.”
La “excomunión” era la sentencia para quienes no cumplieran esta ley. Equiparar al “cura” con el “casado” no procede del Evangelio. No se puede, por tanto, excomulgar de la comunidad de Jesús a quienes no obedezcan esta ley. Nunca fue ley del Pueblo de Dios. Nunca contó con el “los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron” (He 15,22). Esta ley no puede catalogarse como “carga indispensable” para la Iglesia, que la sufre durante siglos: sacerdotes, mujeres, niños... No puede decirse: “hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables” (He 15,28). No es extraño el “quebranto de la clerecía” por esta ley autoritaria, que no creen voluntad de Dios, sino del Papa. Lógica la “acedía” que los embargó: tristeza, angustia, amargura, desabrimiento, pesadumbre, inquietud, aflicción, congoja de ánimo, zozobra, sinsabor, apatía, tedio... Lo que nuestros tiempos llaman “depresión, neurastenia...”.
Las cartas recibidas eran de esta manera:
Que el cura o el casado, en toda Talavera,
no mantenga manceba, casada ni soltera:
el que la mantuviese, excomulgado era.
Con aquestas razones que el mandato decía
quedó muy quebrantada toda la clerecía;
algunos de los legos tomaron acedía.
Para tomar acuerdos juntáronse otro día.
La queja del Deán inicia la protesta. “Deán” es el sacerdote que preside el Capítulo de canónigos o Cabildo en catedrales y Colegiatas. Ante lo que cree una injusticia, propone ir todos al rey a “quejarse del Papa”. El ser clérigos no les quita su condición civil. Los reyes castellanos siempre apreciaron la estabilidad que el clero proporciona a la sociedad. Alfonso XI de Castilla, llamado «el Justiciero» (1311-1350), vivía en adulterio con doña Leonor de Guzmán. Sabía de sobra que “todos somos carnales”. Desde el s. XIII los reyes concedían a los clérigos el privilegio de poder legar sus bienes a sus hijos. Privilegio que los Reyes católicos respetaron, a pesar de su gran compromiso con la reforma clerical.
El compromiso del deán es muy fuerte con su conciencia. Abandonar a su mujer le parece un “gran daño y afrenta”. Prefiere renunciar a sus beneficios, a su categoría -la más alta dignidad del clero de la ciudad- y a la renta de los bienes terrenales adjudicados. Está convencido que “muchos otros seguirán esta senda”. Llega incluso a “jurar por los Apóstoles y por cuanto más vale”. Así demuestra que su opción es fruto de su conciencia consciente y responsable. Es lo que siglos después reconocerá la Iglesia: “el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley cuyo cumplimiento consiste en el amor de Dios y del prójimo” (GS 16).
Estando reunidos todos en la capilla,
levantóse el Deán a exponer su rencilla.
Dijo: -“Amigos, yo quiero que todos en cuadrilla
nos quejemos del Papa ante el Rey de Castilla.
“Aunque clérigos, somos vasallos naturales,
le servimos muy bien, fuimos siempre leales
demás lo sabe el Rey: todos somos carnales.
Se compadecerá de aquestos nuestros males.
“¿Dejar yo a Venturosa, la que conquisté antaño?
Dejándola yo a ella recibiera gran daño;
regalé de anticipo doce varas de paño
y aún, ¡por la mi corona!, anoche fue al baño.
“Antes renunciaría a toda mi prebenda
y a la mi dignidad y a toda la mi renta,
que consentir que sufra Venturosa esa afrenta.
Creo que muchos otros seguirán esta senda.”
Juró por los Apóstoles y por cuanto más vale,
con gran ahincamiento, así como Dios sabe,
con los ojos llorosos y con dolor muy grande:
-“Novis enim dimittere -exclamó – quoniam suave!-”
Quieren, “exclamó”, que “dimitamos (de la pareja) porque es suave”, agradable. Parece rememorar el mandato bíblico: “No es bueno que el hombre esté solo...” (Gn 2,18).