Jesús “pertenece a una tribu diferente, de la cual nadie ha oficiado en el altar” (Hebr 7,13) Los cristianos, como Jesús, somos “sacerdotes en la línea de Melquisedec” (Domingo 31º TO B 2ª lect. 03.11.2024)

“Jesucristo nos has hecho... un reino y sacerdotes para Dios, su Padre” (Ap 1,6)

Comentario: Jesús “tiene el sacerdocio que no pasa” (Heb 7,23-28)

Conviene recordar que esta carta llama “sacerdote” sólo a Jesús, no a los dirigentes eclesiales. “Sacerdote” de cuño y modo nuevos. A los cristianos que añoraban el montaje ritual, solemne, del judaísmo, les recuerda que la liturgia pomposa del Antiguo Testamento era sombra vacía, ineficaz. Dios pide el sacerdocio existencial de Jesús: vivir para que el ser humano se realice, tenga sentido, alimento, relaciones sanas… Jesús se aleja del sacerdote religioso: a) consagrado ritualmente a Dios; b) partícipe de la santidad divina; c) empoderado para aplacar a Dios y pedir ayuda; d) separado de los no-sacerdotes, como imagen de la divinidad entre ellos.

La encarnación de Jesús supera el sacerdocio antiguo: “Dios es uno, y único el mediador entre Dios y los hombres: el hombre Cristo Jesús” (1Tim 2,5). Único, ya que “participó de nuestra carne y sangre” (Hebr 2,14-15), y representa a Dios ante los humanos, porque “Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas” (Hebr 1,3).

Jesús es un laico: “pertenece a una tribu diferente, de la cual nadie ha oficiado en el altar. Es cosa sabida que nuestro Señor procede de Judá, una tribu de la que nunca habló Moisés tratando del sacerdocio” (Hebr 7,13-14). Es llamado sacerdote de otra clase: “proclamado por Dios sumo sacerdote según el rito de Melquisedec” (Hebr 5,10; 6,20), “otro sacerdote en la línea de Melquisedec” (Hebr 7,11). “Este Melquisedec…, sacerdote del Dios altísimo… Su nombre significa Rey de Justicia y Rey de Salén, es decir, Rey de Paz. Sin padre, sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida. En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, es sacerdote perpetuamente” (Hebr 7,1-3).

De aquellos ha habido multitud de sacerdotes, porque la muerte les impedía permanecer; en cambio, este, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. De ahí que puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos” (7,23-25).

Su sacerdocio consiste en vivir de modo agradable a Dios. Su vida en amor es el único sacrificio que Dios quiere. Toda su vida ha sido sacerdotal, sin ritos, sin actos de culto organizado, sin momentos sagrados marginales. La resurrección –vida para siempre- ha hecho eterno su sacerdocio. “Salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos”.

Esta es la perfección del sacerdocio existencial de Jesús: Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. Él no necesita ofrecer sacrificios cada día -como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. En efecto, la Ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades. En cambio, las palabras del juramento, posterior a la Ley, consagran al Hijo, perfecto para siempre” (7, 26-28). Su sacerdocio se inicia en la encarnación “por obra del Espíritu Santo”, continúa en la investidura del Espíritu, y culmina en la aceptación de la muerte. Muerte causada por el desamor, pero respondida con perdón y entrega de su Espíritu a los que quieran seguir su camino. Nosotros conmemoramos, celebramos y actualizamos su vida en los sacramentos, que son expresión de nuestro “hacer el bien y ayudarnos mutuamente, sacrificios que agradan a Dios” (Hebr 13,16).

Oración: Jesús “tiene el sacerdocio que no pasa” (Heb 7, 23-28)

“Cristo Señor, Pontífice tomado de entre los hombres (Hb 5,1-5):

Tú nos has hecho... un reino y sacerdotes para Dios, tu Padre (Ap 1,6).

Los bautizados somos consagrados

por la regeneración y la unción del Espíritu Santo

como casa espiritual y sacerdocio santo,

para que, por medio de toda obra nuestra,

ofrezcamos sacrificios espirituales

y anunciemos el poder de Aquel que nos llamó

de las tinieblas a su admirable luz (1P 2,4-10).

Todos tus discípulos, perseverando en la oración…,

nos ofrecemos como hostia viva, santa y grata a Dios (Rm 12,1),

y damos testimonio por doquiera de ti, Cristo,

y a quienes lo pidan, les damos también razón de la esperanza

de la vida eterna que hay en nosotros (1P 3,15)” (LG 10).

Tú, Jesús, nos has bendecido con tu Espíritu:

hemos sentido el amor del Padre, que nos acepta como hijos;

todos hermanos, con la misma dignidad;

en todos habita el Espíritu divino;

somos “piedras vivas”, “casa espiritual”, “pueblo de Dios” (1Pe 2,4-9);

todos objeto y sujetos activos y responsables de tu misión.

Nuestra existencia en Amor es ofrenda agradable a Dios:

el esfuerzo por rehacer la dignidad humana anuncia tu Amor;

acoger marginados y pecadores es predicar tu Reino;

compartir la mesa es crear tu fraternidad, tu “iglesia”;

dar razón de nuestra esperanza es invitar a tu camino.

Así somos “sacerdotes según el rito de Melquisedec”,

otros sacerdotes en la línea de Melquisedec”;

cuantos se dejan llevar del Espíritu de Dios” (Rm 8,14):

anunciando tu evangelio de Amor;

edificando tu fraternidad de servicio;

proclamando tu esperanza pascual;

actuando como miembros tu cuerpo;

ejerciendo tus dones diversos: apóstoles, profetas, maestros...;

para el perfeccionamiento de los santos,

en función de su ministerio,

y para la edificación de tu cuerpo, Cristo” (Ef 4,11).

No estamos acostumbrados a este lenguaje sacerdotal:

entre nosotros decir “sacerdote” alude al sacerdocio “ministerial”:

ministerio o servicio “ordenado” para la comunidad;

trabajo para edificar tu pueblo sacerdotal;

tarea, oficio y don para ser todos sacerdotes como tú.

Obispos, presbíteros, diáconos:

cristianos “ordenados” a nuestro servicio;

al servicio de nuestra comunidad sacerdotal;

procuran que tu Palabra habite en la comunidad;

presiden y animan tus sacramentos de vida;

cuidan de que no falte tu amor, sobre todo, a los más débiles;

guían la misión y procuran que todos participemos en ella.

Jesús sacerdote eterno, hermano nuestro:

que, “por medio de ti, ofrezcamos continuamente a Dios

un sacrificio de alabanza, es decir,

el fruto de unos labios que confiesan su nombre” (Heb 13,15);

que “no olvidemos hacer el bien y ayudarnos mutuamente,

porque son ésos los sacrificios que agradan a Dios” (Heb 13,16).

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