Los que llamamos “sacerdotes” son nuestros servidores: cuidan, presiden, iluminan… nuestro sacerdocio Todos somos sacerdotes como Jesús (Domingo 29º TO B 2ª lect. 20.10.2024)
Jesús es el hermano mayor, con el mismo corazón que el Padre
| Rufo González
Comentario: “comparezcamos confiados ante el trono de la gracia” (Heb 4,14-16)
Los tres versículos contienen dos importantes llamados de esta “Palabra de exhortación” (13,22) que es esta carta. El primero: “mantengamos firme la confesión de fe”. Literalmente: “sed fuertes en el acuerdo”. La palabra griega (`homologuía´: `similar palabra´) en lenguaje profano es “acuerdo, pacto, consenso, convenio…”. En lenguaje religioso: “profesión de fe, religión, alianza, confesión...”. Nuestro acuerdo cristiano, alianza, núcleo de nuestra profesión o confesión, es Jesús resucitado: “un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios” (v. 14). Ya exhortó antes: “hermanos santos, vosotros que compartís una vocación celeste, considerad al apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos: a Jesús, fiel al que lo nombró, como lo fue Moisés en toda la familia de Dios” (Heb 3,1). Lo repetirá después: “Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa” (Heb 10,23). Mantenerse firme es vivir como Jesús, no sólo tener fe como contenido intelectual. Es actuar `la esperanza´, adelantar el reinado de Dios, plenitud divina, vivir su amor ya aquí en la tierra.
Jesús de Nazaret, “que ha atravesado el cielo”, es el “Hijo de Dios”. En él vemos al Dios de María, su madre: “la grandeza del Señor, mi salvador, mira la humildad de su esclava, poderoso de obras grandes en mí, su nombre es santo, su misericordia llega a sus fieles, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1,46-53). En su vida percibimos que “tenemos un sumo sacerdote capaz de compadecerse de nuestras debilidades, porque ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado” (v. 15).
“Pecado” es vivir por encima del ser humano, no vivir fraternalmente, rebajarse o rebajar a los demás como mercancía, objeto de abuso, sin conciencia de dignidad, sin derechos y deberes universales e inviolables. Jesús pedía al Padre que “todos sean uno, como nosotros también somos uno” (Jn 17,21-22). Con ello sugiere que “el ser humano, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás” (GS 24). Esa es la plenitud, la bondad, el Dios, “vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,45).
Segundo llamado: “Por eso, comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno” (v. 16). El Resucitado es “trono de la gracia”. Quien se atreve a creer en él y le dirige su mente, siente su amor gratuito, su perdón sin medida, su Espíritu que sugiere que somos sus hermanos e hijos de Dios. Quien se acerca “confiado” (metá parresías: con confianza, todo palabra, pudiendo decir todo, con franqueza), recibe perdón y ayuda oportuna.
Jesús es el hermano mayor con el mismo corazón que el Padre. “Ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 39). “Notad que tiende una mano a los hijos de Abrahán, no a los ángeles. Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados” (Heb 2,16-18).
Oración: “comparezcamos confiados ante el trono de la gracia” (Heb 4,14-16)
Jesús, “sumo sacerdote grande”:
te contemplamos hoy como sacerdote:
“un sumo sacerdote grande
que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios”.
Tú eres “Aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo
y lo ha constituido `Sacerdote, Profeta y Rey´” (CIC 783).
Tú, “sumo sacerdote escogido de entre los hombres´ (Hb 5,1):
nos has hecho el nuevo pueblo de Dios,
`reino y sacerdotes para Dios, tu Padre´” (Ap 1,6);
“bautizados por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo,
quedamos consagrados como casa espiritual
y sacerdocio santo” (LG 10).
“Por la fe y el Bautismo participamos…
en tu vocación sacerdotal” (CIC 784).
Tu sacerdocio, Jesús, es tu existencia plena:
tu vida,“el camino nuevo y vivo que has inaugurado
para nosotros a través de la cortina, o sea, de tu carne” (Heb 10,20);
“te despojaste de ti mismo tomando la condición de esclavo,
hecho semejante a los seres humanos,
reconocido como ser humano por tu presencia;
te humillaste a ti mismo, hecho obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz” (Flp 2,7-8).
Esta “confesión de fe” nos conecta al Misterio divino:
tú, “el gran sacerdote”, nos vinculas al amor divino;
tú, “trono de la gracia”, das“misericordia y auxilio oportuno” (Heb 4, 16);
tú, amor vivo, purificas nuestra “mala conciencia” (Heb 10,22);
tu vida resucitada nos asegura la plenitud esperada;
tú, “fiel”, sostienes “la esperanza que profesamos” (Heb 10,23).
Esta es también nuestra vocación:
seguir tu camino de humanidad creyente;
aceptar tu Espíritu que nos intima ser hijos del Amor;
ser sacerdotes, testigos tuyos, colaboradores de tu amor;
nuestro sacerdocio es tu sacerdocio;
hemos sido consagrados como tú en el bautismo del Espíritu;
contagiamos tu amor con nuestra vida entregada;
anunciamos tu reino con palabras y obras;
nos ofrecemos al Amor del Padre
celebrando contigo los sacramentos del Amor.
“Sumo sacerdote, Hijo de Dios,trono de la gracia”:
queremos ser como tú: “mantenernos firmes en la confesión de fe”;
“compadecernos de toda debilidad”;
“fiarnos de tu gracia misericordiosa y oportuna” (Heb 4,14-16);
“estimularnos a la caridad y a las buenas obras” (Heb 10,24).
Que tu Espíritu nos configure con tu sacerdocio:
que no es ser reconocidos como jefes de los pueblos,
que tiranizan y oprimen;
sino“ser servidores y esclavos de todos.
Porque tú, el Hijo del hombre, no has venido a ser servido,
sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,42-45).
Los que llamamos “sacerdotes” son nuestros servidores:
todos ejercen nuestro sacerdocio común, el tuyo:
“son cristianos con nosotros”;
algunos te representan a ti, cabeza de la Iglesia,
cuidan, presiden, iluminan… nuestro sacerdocio;
les llamamos sacerdotes “ministeriales”, serviciales.
Todos necesitamos mirarte a ti, único sacerdote:
aviva, Jesús de todos, tu Espíritu de fe, amor y esperanza;
que nunca “nos olvidemos de hacer el bien
y de ayudarnos mutuamente;
esos son los sacrificios que agradan a Dios” (Hebr 13,16).