En la “Gran Amazonía” se encuentra aún “vida intocada y en vastos lugares jamás sorprendida por el hombre” En torno a “Querida Amazonía” (VI): el “sueño ecológico”
“La Amazonia, un lugar teológico, un espacio donde Dios mismo se muestra y convoca a sus hijos” (n. 57)
| Rufo González
El punto de partida de este sueño es “la existencia cósmica”, tan acentuada en este bioma. Existencia que supone la conexión íntima de las tres ecologías: la natural, la humana y la social. El principio de que «todo está conectado» (Enc. Laudato si’, 16, 91, 117, 138, 240) tiene una vigencia evidente en la Amazonía. La naturaleza inspira el equilibrio humano y social. Cuidar al ser humano para que “viva bien”, libre y lleno de vida, exige cuidar y defender el ambiente en que vive. En ese medio encontramos sentido a la vida. Para el Papa el sentido fundamental está en el encuentro con el Creador y con su Enviado, Jesús de Nazaret: “El Señor, que primero cuida de nosotros, nos enseña a cuidar de nuestros hermanos y hermanas, y del ambiente que cada día Él nos regala. Esta es la primera ecología que necesitamos” (n. 41).
Otro punto de partida, enunciadoen el Documento preparatorio del Sínodo: “la sabiduría de los pueblos originarios de la Amazonia «inspira el cuidado y el respeto por la creación, con conciencia clara de sus límites, prohibiendo su abuso. Abusar de la naturaleza es abusar de los ancestros, de los hermanos y hermanas, de la creación, y del Creador, hipotecando el futuro» [Instrumentum laboris, 26]” (n. 42). Ya lo dijo el Papa: “Los indígenas, «cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor los cuidan» (Laudato si’, 146)” (n. 42).
El “sueño ecológico” tiene su centro en el río Amazonas. Los párrafos 43-46 cantan al agua del Amazonas que unifica territorios, fauna y flora, ciudades y pueblos. Es el “sueño hecho de agua”. Porque “toda forma de vida está determinada por ella... Las existencias derivan de una alternativa dolorosa de bajantes y crecientes de los grandes ríos” (n. 43). Neruda recogen la imagen cultural: «Amazonas, capital de las sílabas del agua, padre patriarca, eres la eternidad secreta de las fecundaciones, te caen ríos como aves» [P. Neruda, «Amazonas», Canto General (1938), I, IV]” (n. 44).
Hay muchas “Amazonías”, dice, pero todas están vertebradas por el gran río: «El río no nos separa, nos une, nos ayuda a convivir entre diferentes culturas y lenguas» [REPAM, Doc. Eje de Fronteras. Preparación para el Sínodo Amazonia, Tabatinga - Brasil (13 febrero 2019), 3; cf. Instrumentum laboris, 8]. En la “Gran Amazonía” se encuentra aún “vida intocada y en vastos lugares jamás sorprendida por el hombre”. Pero también “se escurre de los altos centros de su selva un terrible temor: de que esa vida esté, despacito, tomando el rumbo del fin” (n. 45).
De la vida entusiasmante del territorio y de los peligros son conscientes los poetas populares. El Papa los reconoce como “contemplativos y proféticos”. Ellos colaboran en la liberación de los pueblos invitando a una ecología digna del ser humano: “«El mundo sufre de la transformación de los pies en caucho, de las piernas en cuero, del cuerpo en paño y de la cabeza en acero […]. El mundo sufre la transformación de la pala en fusil, del arado en tanque de guerra, de la imagen del sembrador que siembra en la del autómata con su lanzallamas, de cuya sementera brotan desiertos. Sólo la poesía, con la humildad de su voz, podrá salvar a este mundo» [Vinicius de Moraes, Para vivir un gran amor, Buenos Aires 2013, 166]” (n. 46).
Los poetas, cual centinelas de la vida, escuchan “el grito de la Amazonia”: “tanta vida y tanta hermosura están `tomando el rumbo del fin´”: “«Los que creyeron que el río era un lazo para jugar se equivocaron. El río es una vena delgadita en la cara de la tierra. […] El río es una cuerda de donde se agarran los animales y los árboles. Si lo jalan muy duro, el río podría reventarse. Podría reventarse y lavarnos la cara con el agua y con la sangre» [Juan Carlos Galeano, «Los que creyeron», en Amazonia y otros poemas, ed. Universidad Externado de Colombia, Bogotá 2011, 44]” (n. 47).
“El equilibrio planetario depende también de la salud de la Amazonia”. Es un hecho que condiciona la ecología amazónica y que autoriza la intervención mundial. Bosques, lluvias, climas, biología... influyen en el calentamiento de la tierra. Su suelo carece de fertilidad propia, y, cuando se elimina la selva, se desertiza. Ante esto, el Papa concluye: “El interés de unas pocas empresas poderosas no debería estar por encima del bien de la Amazonia y de la humanidad entera” (n. 48).
El cuidado global debe extenderse a todas las especies, estén o no en peligro de extinción. Las grandes industrias sólo atienden a las especies más visibles. Todas, flora y fauna, incluso las más débiles, son necesarias para el equilibrio ecológico. Igualmente el agua, cada vez más expuesta a la contaminación, debe cuidarse como imprescindible para la vida humana (n. 49).
No es necesario que se “internacionalice” la Amazonía (Documento de Aparecida 86), pero los gobiernos nacionales son responsables de cuidarla por el bien de la propia Amazonía, y el papel fundamental que desempeña a nivel mundial. De aquí que los organismos internacionales y la sociedad civil deberían intervenir en mentalizar a toda la sociedad, y presionar a los gobiernos nacionales y locales para que se esfuercen, por su propio bien, en el cuidado de los bienes ambientales y recursos naturales. Y no se vendan a intereses meramente económicos (n. 50).
Los pueblos originarios deben estar al tanto de los proyectos, riegos y bondades. Nada debería hacerse sin su consentimiento, sin escuchar sus opciones, sus saberes y sus intereses. “Es bueno articular los saberes ancestrales con los conocimientos técnicos contemporáneos” (n. 51). Es necesario una normativa de líneas rojas que protejan los ecosistemas. Es el grito compartido por los pobres y la tierra que habitan, “semejante al grito del Pueblo de Dios en Egipto (cf. Ex 3,7)” (n. 52).
Los apartados bajo el título de “la profecía de la contemplación” (nn. 53-57) son la ecoteología de la encíclica “Laudato si” (24.05.2015) aplicada a la Amazonía. Seis citas de la encíclica lo demuestran. La conclusión es pura teología: “los creyentes encontramos en la Amazonia un lugar teológico, un espacio donde Dios mismo se muestra y convoca a sus hijos” (n. 57). De “Laudato si” proceden estas denuncias: «La distracción constante nos quita la valentía de advertir la realidad de un mundo limitado y finito» (Laudato si’, 56). Actuamos “como si nada ocurriera” [Ibíd., 59]” (n. 53). “Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho» [Ibíd., 33]” (n. 54).
De “Laudato si” nacen estas invitaciones: “«el mundo no se contempla desde fuera sino desde dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los seres» [Ibíd., 220]” (n. 55). “«Cuando alguien no aprende a detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso» [Ibíd., 215]” (n. 56). “El mismo Jesús nos reclama desde las creaturas, «porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que Él contempló admirado con sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa» [Ibíd. 100]” (n. 57).
“Educación y hábitos ecológicos” es el último apartado del “sueño ecológico”. La ecología integral exige personas abiertas a la verdad, a la naturaleza, a la fraternidad. Los imbuidos de consumismo y descarte deben ser educados para comprometerse en el cuidado de la Tierra (nn. 58-59). La espiritualidad de la Iglesia (valor de la creación, sentido de justicia, opción por los últimos, tradición educativa, encarnación cultural) está en condiciones de “aportar al cuidado y al crecimiento de la Amazonia” (n. 60).
Leganés (Madrid), 7 mayo 2020