Quienes tienen el Amor del Padre en el corazón, como Jesús, curan, alimentan, hermanan, preparan el reino de los cielos La vida en amor es el “sacrificio grato a Dios” (D. 33º TO B 2ª lect. 17.11.2024)
“Ninguna criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo”
| Rufo González
Comentario: “donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados” (Heb 10,11ss)
Con este fragmento concluye la parte teológica de Hebreos. En los versículos anteriores (vv. 5-10) ha resumido la vida de Jesús como voluntad de Dios. El texto pone en boca de Jesús unos versículos del salmo 40: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo -pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí- para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (Sal 40,7-9).
Los sacrificios antiguos no dan la perfección del Amor que proclama Jesús: “Pues la ley… no puede nunca hacer perfectos a los que se acercan, pues lo hacen año tras año y ofrecen siempre los mismos sacrificios” (Hebr 10,1). Jesús, al manifestar el Amor divino, propicia la “santificación”, “la perfección como vuestro Padre” (Mt 5,45): “conforme a esa voluntad, todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre” (Hebr 10,10). Seguir su vida en Amor nos conduce a la perfección, a la gloria, a la felicidad.
Los sacerdotes de las religiones no “borran los pecados”: “todo sacerdote ejerce su ministerio diariamente ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados” (Heb 10,11). Vivir el Amor de Jesús es lo que elimina el “pecado” (separación entre Dios y su criatura) y reconcilia con Dios. Quien se cree amado por el Padre de Jesús se cree perdonado de raíz: “se convence de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,38s).
Hebreos llama “sacrificio” (“hacer santo”), “ofrenda por los pecados”, a la vida en Amor. En la muerte de Jesús, donde pide al Padre que perdone nuestro desamor y odio, culmina este Amor sacrificial. Su vida es “el solo sacrificio” que libera del mal: “Cristo, después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio, está sentado para siempre jamás a la derecha de Dios, y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies” (vv. 12-13). Sus enemigos son el egoísmo y la muerte. “Con una sola ofrenda ha perfeccionado definitivamente a los que van siendo santificados” (v.14).
Por Jesús tenemos acceso al Espíritu de Dios, que nos hace hijos y hermanos, perfecciona y da satisfacción a los deseos buenos. Los siguientes versículos, no leídos, describen la obra del Resucitado: “Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después de decir: Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días, añade el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente, y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus culpas” (vv. 15-17).
Termina el texto: “Ahora bien, donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados” (v. 18). Donde vive el Amor, está el pastor que pierde la oveja, la mujer la moneda y el padre al hijo. No hay crítica, excusas, coacción, castigo. Hay alegría, fiesta… (Lc 15,11-32). El Amor no peca. Quien ama no hace daño. Más bien cuida, alimenta, sana, consuela, alegra, da esperanza... Muy bien lo expresó la liturgia occidental en el siglo VIII con su famoso himno:“Ubi caritas”.La segunda edición típica (1975) del Misal Romano, siguiendo algunos manuscritos antiguos, aclara: “Ubi caritas est vera, Deus ibi est" (“donde la caridad es verdadera, allí está Dios”). “Caridad” es “gracia”, amor gratuito, “agapé”, amor divino.
Oración: “donde hay perdón, no hay ya ofrenda por los pecados” (Heb 10,11-14.18)
Jesús, manifestación del amor del Padre:
la carta a los Hebreos nos hace sentir tu vida
“santa, santificadora, sacrificada”;
“santa” es “propia de Dios”, divina, perfecta;
“santificadora y sacrificada”: “hace santo, sagrado”,
a quienes se acercan a ti, “trono de gracia” (Hebr 4,16).
Hoy leemos la recapitulación de tu vida:
“después de haber ofrecido por los pecados un único sacrificio,
estás sentado para siempre a la derecha de Dios
y esperas el tiempo que falta hasta que tus enemigos
sean puestos como estrado de tus pies.
Con una sola ofrenda has perfeccionado definitivamente
a los que van siendo santificados.
Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo:
así será la alianza que haré con ellos…:
Pondré mis leyes en sus corazones
y las escribiré en su mente,
y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus culpas” (Hebr 10,12-17).
Quienes se van encontrando contigo, reciben tu Espíritu:
“no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor,
sino un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos:
«¡Abba, Padre!».
Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu
de que somos hijos de Dios;
y, si hijos, también herederos; herederos de Dios
y coherederos con Cristo;
de modo que, si sufrimos con él,
seremos también glorificados con él” (Rm 8,15-17).
Quienes tienen el Amor del Padre en el corazón:
ansían y trabajan por la liberación de toda esclavitud;
atienden a los más débiles, como hacías Tú, Jesús;
curan, alimentan, hermanan, preparan el reino de los cielos;
aguardan la manifestación gloriosa con paciencia;
oran una y otra vez según el Espíritu les sugiere.
Siguiendo a Pablo en la meditación del plan de salvación:
terminamos nuestra oración con su himno al Amor de Dios:
“Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?
El que no se reservó a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará todo con él?
¿Quién acusará a los elegidos de Dios?
Dios es el que justifica.
¿Quién condenará?
¿Acaso Cristo Jesús, que murió,
más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios
y que además intercede por nosotros?
¿Quién nos separará del amor de Cristo?,
¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?,
¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?;
como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día,
nos tratan como a ovejas de matanza.
Pero en todo esto vencemos de sobra gracias
a aquel que nos ha amado.
Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles,
ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias,
ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura
podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8, 31-39).