Homilía en la creación de la zona pastoral VIII "Dos características fundamentales para ser buenos discípulos de Jesucristo: confianza y fidelidad"

Cardenal Aguiar
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"Dos características fundamentales para ser buenos discípulos de Jesucristo, y alcanzar la vida eterna: Confianza y Fidelidad"

"Los que confían en el Señor comprenderán la verdad: la importancia de manifestar lo que sentimos y pensamos, no andarnos por las ramas, sino ir al núcleo, al centro de lo que queremos expresar"

"La fidelidad a Dios y a las enseñanzas de Jesús nos dan esa serenidad propia del discípulo de Cristo"

“Los que confían en el Señor comprenderán la verdad, y los que son fieles a su amor, permanecerán a su lado.” Sabiduría 3:1-9

Con estas palabras, terminaba la primera lectura del libro de la Sabiduría que hemos escuchado, concretándonos dos características fundamentales para ser buenos discípulos de Jesucristo, y alcanzar la vida eterna: Confianza y Fidelidad.

La confianza se suscita cuando conocemos a la persona, cuando sabemos de su conducta, cuando en nuestras relaciones nos ha dado siempre apoyo, y también colaboración. De estas maneras concretas, se suscita la confianza en el otro. La segunda característica: la fidelidad, como lo dice su nombre, fidelidad es hacer las cosas tal como nos las piden, ser fieles.

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Cardenal Aguiar
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Por eso afirma el libro de la Sabiduría: «Los que confían en el Señor«.

¿Cómo no vamos a confiar en el Señor Jesús? Pero tenemos que adentrarnos también en el conocimiento de sus enseñanzas. Y así, los que confían en el Señor comprenderán la verdad.

Donde los engaños en las relaciones interpersonales se multiplican día a día, buscando justificarse ante los demás, muestran así que hay quienes no buscan la verdad.

Los que confían en el Señor comprenderán la verdad: la importancia de manifestar lo que sentimos y pensamos, no andarnos por las ramas, sino ir al núcleo, al centro de lo que queremos expresar. Y, como dice, «los que son fieles a su amor permanecerán a su lado”. Hermosa expectativa: siempre que estamos al lado de alguien que nos ama y en quien confiamos, nos sentimos muy contentos, satisfechos y seguros. La fidelidad a Dios y a las enseñanzas de Jesús nos dan esa serenidad propia del discípulo de Cristo.

En la segunda lectura, el apóstol San Pablo, dirigiéndose a la comunidad de Corinto, nos alerta diciendo: «Llevamos este tesoro en vasijas de barro«. Somos eso, frágiles. Por eso, les decía al inicio: reconozcamos nuestra condición de fragilidad humana. No debemos confiar tanto en que todo lo podemos. Como expresa San Pablo: Necesitamos de los otros para que esta vasija de barro lleve la fuerza extraordinaria que proviene de Dios. Es necesario recibir el mismo Espíritu Santo que recibió Jesús para cumplir su Encarnación y Redención en el mundo. Él nos lo prometió. No pensemos que es algo imposible o muy difícil, ni que es solo para quienes ya se portan bien. No, Jesús dijo: «No he venido sino a buscar a los pecadores, a los que necesitan de orientación y transformación«. Lo dijo tantas veces: «Los justos ya son justos, ya encontraron el camino, pero los que andan extraviados necesitan ayuda”.

Por eso nos necesitamos como comunidad. Al conocer nuestro entorno y nuestras responsabilidades, encontramos personas concretas. Percibimos y constatamos que necesitan ayuda. Hagámoslo, somos Iglesia.

Sabemos también que si encontramos personas fuertes en su espíritu y en su convicción cristiana, pueden ser un apoyo. A veces nosotros no tenemos la capacidad para reorientar a alguien, pero si sabemos de alguien que podría hacerlo, recurramos a ellos. No nos quedemos callados, actuemos.

Eso es lo que expresa Jesús en el evangelio de hoy: «Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo«. El egoísmo está siempre latente en nuestro interior. El tratar de sobresalir es un impulso natural, pero lo tenemos que saber orientar con esta frase de Jesús: «No hay que buscarnos a nosotros mismos. El que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ese la encontrará”.

Culminemos nuestra reflexión con las palabras del salmo responsorial: “Nuestra ayuda es invocar al Señor”. Que así sea.

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